JOSÉ MARÍA CARRASCAL, ABC – 29/06/15
· Las cosas han ido esta vez demasiado lejos o, dicho de otra manera, se puede engañar a uno una vez, pero no a todos siempre.
La crisis griega empieza a parecer el cuento que nunca se acaba, vamos a contar mentiras y la carabina de Ambrosio juntos. Tan pronto la da por finiquitada como se abre un nuevo capítulo de ella. Ni en Atenas ni en Bruselas hay quien nos pueda decir dónde estamos ni en qué acabará. Más que hombres y mujeres hechos y derechos, parecen estar debatiendo chiquillos. Pese a haberse agotado los argumentos, las amenazas, las argucias, mentiras, insultos y casi el tiempo, el miedo los tiene paralizados sin atreverse nadie a afrontar la realidad.
Al revés, se dan pasos contradictorios que confunden más que aclaran. No tiene sentido, por ejemplo, que el Banco Central Europeo siga suministrando fondos a los bancos griegos si el Gobierno griego cierra sus bancos. Así, desde luego, no se resuelve una crisis. Así se la agranda. Lo único seguro es que Tsipras y Varufakis habían prometido a su pueblo acabar los recortes y la política de austeridad, pues tenían la fórmula para que siguieran cobrando sus pensiones, sin apenas pagar impuestos y otras gangas que venían disfrutando desde que entraron en la UE.
La fórmula no tenía nada de milagrosa: consistía en que los demás europeos continuarían financiando tan extravagante economía por no atreverse a expulsarles de la Comunidad dado el tremendo desbarajuste que causaría en ella. Y, naturalmente, los griegos les votaron. Durante los cuatro meses que llevan en el gobierno han conseguido contener, aplazar, torear a sus socios con la táctica más vieja del oficio: la amenaza de «si me voy, no cobras nada» y la promesa de hacer ajustes muy lejos de los necesarios para enderezar su economía llena de pufos. Hasta que el vienes se les presentó como «lo tomas o lo dejas» la lista de las reformas sine qua non para seguir ayudándoles.
¿Qué ha hecho Tsipras ante ello? Pues lo que suelen hacer los chantajistas en estas ocasiones: echar la culpa a los demás y esconderse cobardemente tras su pueblo, el mismo pueblo al que había prometido sacar del atolladero sin penas ni fatigas: convocar un referéndum para preguntarle si acepta las condiciones europeas. En vez de dar la cara y reconocer que se había equivocado, que no hay salidas milagrosas ni remedios mágicos a su situación.
Es muy posible que tanto él como Varufakis crean todavía que Europa se eche atrás ante un referéndum o por lo menos les permita seguir negociando, es decir, engañando. Este tipo de individuos, después de haber mentido a los demás tanto tiempo, terminan engañándose a sí mismos. Sin descartarlo (en Europa y en Estados Unidos hay dirigentes a quienes tiemblan las piernas ante el cataclismo), es difícil imaginarlo. Las cosas han ido esta vez demasiado lejos o, dicho de otra manera, se puede engañar a uno una vez, pero no a todos siempre. ¿O sí? Depende de que los engañados se dejan engañar.
JOSÉ MARÍA CARRASCAL, ABC – 29/06/15