ABC 13/09/16
EDITORIAL
· Su obsesión es mantener el secesionismo como la raíz de una Arcadia inminente, para después retrasar cada hito y cada plazo a sabiendas de que todo es una falsedad y un lucrativo negocio
La enésima Diada organizada como un burdo acto de propaganda separatista ha vuelto a sembrar Cataluña de amenazas y mentiras. Amenazas, porque el presidente de la Generalitat reafirmó ayer su desafío al Estado para jactarse sin complejos de que no tiene problemas en incumplir la Ley. Y mentiras, porque Carles Puigdemont se comprometió a celebrar un referéndum «factible» y «vinculante» que objetivamente nunca podrá tener lugar conforme a la Constitución y a la voluntad de la inmensa mayoría de españoles. En su defecto, Puigdemont avanzó que convocará elecciones «constituyentes» dentro de un año, demostrando que el separatismo sigue instalado en ese engaño masivo que supone dibujar a los catalanes la tierra prometida de una Cataluña separada de España. Sin embargo, todo en este nacionalismo con síntomas de fatiga y gestos de improvisación es un cansino amago con truco, un delirio de grandeza casi enfermizo para volver a poner el contador a cero. Imputado sin excepción todo el «clan Pujol», abocado Mas a unas vacaciones perpetuas, y preocupado Junqueras porque Cataluña pueda pagar sus nóminas con el rescate del resto de España, a Puigdemont solo le queda intentar perpetuar su supervivencia política alargando los tiempos de un fracaso ya descontado. Su obsesión es mantener el secesionismo como la raíz de una Arcadia inminente, para después retrasar cada hito y cada plazo a sabiendas de que todo es una falsedad para seguir manipulando a los catalanes y pervertir la voluntad popular.
Meses atrás, Puigdemont amenazó con someterse a una cuestión de confianza para presionar a la CUP y aprobar los Presupuestos. Hoy se ve que todo fue la inmoral dramatización de una pantomima que ya no tendrá efecto alguno. Y ahora propone «elecciones constituyentes» con plena conciencia de que serían abiertamente ilegales y de que se expondría a un proceso penal por desobediencia al TC. De momento, Puigdemont parece disfrutar en ese papel de acólito humillado de la CUP para mantenerse en la Generalitat, pero dentro de un año volverá a maquillar sus fracasos poniendo otros doce meses de por medio, y después otros doce más, para mantener viva la llama del independentismo como un lucrativo negocio. Junts pel Sí ha convertido su programa en un sórdido argumento con el que fabricar una coartada emocional de manipulación social a costa de no perder la canonjía del poder. Por eso Puigdemont es una versión disminuida de Mas, y su único objetivo es ya avivar la ficción de una Cataluña independiente y la crudeza de un chantaje al Estado de Derecho. Chantaje al que el Gobierno debe responder con contundecia, sin complejos ni hipotéticos cálculos electorales.