LIBERTAD DIGITAL 30/03/17
PABLO PLANAS
· Desde la investidura de Puigdemont hasta aquí, la CUP ordena y gobierna la política catalana y maneja Convergencia y ERC a su antojo.
Sucedió durante el masicidio del Astuto a manos de la CUP. Jordi Turull, el atildado portavoz de Junts pel Sí, convergente de piedra picada, no pudo reprimir el gesto de encogerse e inclinarse a un lado cuando vio que se acercaba Anna Gabriel dispuesta a sentarse junto a él en la mesa de negociación. Turull debió de pensar que la diputada antisistema le iba a pegar una colleja e instintivamente subió el hombro derecho y encogió el cuello para protegerse de un coscorrón que al final no fue.
Meses antes, en los buenos tiempos de Convergencia con la CUP, cuando Mas se abrazaba con David Fernández, el embajador de Otegui en Cataluña, las chicas (y chicos) cuperas eran unos compañeros de viaje a Ítaca la mar de majos. Con sus cosas, sus camisetas de manga corta por encima de las de manga larga y esos cortes de pelo, más bien hachazos, a la moda unisex batasuna; con sus proclamas y soflamas anticapitalistas, pero buena gente, patriotas por encima de todo. No había más que ver lo bien que trataba David Fernández a los Pujol cuando tuvieron que desfilar por la Cámara regional y él era el presidente de la comisión en la que deponían. La exhibición de urbanidad institucional del entonces capo cupero desarmó cualquier reticencia de los convergentes, al punto de que la petición de la cabeza de Mas tras las pasadas elecciones autonómicas, el 27 de septiembre de 2015, tomó por sorpresa a CDC, que tuvo que improvisar sobre la campana de la repetición electoral la solución Puigdemont.
Debido a que la CUP no es un partido sino un conglomerado de fuerzas cuanto más residuales más radicales y se rige por una oscura dinámica asamblearia, Mas se convirtió en la víctima de las nuevas tornas en la formación antisistema. Fernández ya no pintaba nada y había sido fichado por la alcaldesa Colau para su oficina de transparencia. La preclara testa masiana, tupé incluido, era el precio por el imprescindible apoyo de los diez diputados cuperos para continuar con el delirio del proceso separatista. Convergencia no podía forzar nuevas elecciones porque se había salvado de la catástrofe al engañar a ERC para formar una coalición por la independencia. Ya en plena discusión sobre el futuro de Mas, los republicanos avisaron de que Junts pel Sí era flor de un día, que no iban a repetir la experiencia nunca más y que a las generales concurrirían con sus siglas. El batacazo de CDC en dichos comicios con el inhabilitado Homs al frente confirmó las sospechas. No les llegaba ni para grupo parlamentario. La suerte de Mas estaba echada.
Desde la investidura de Puigdemont hasta aquí, la CUP ordena y gobierna la política catalana y maneja Convergencia y ERC a su antojo. Los diputados convergentes y los republicanos rinden pleitesía a la CUP, presumen de desobedientes para caer simpáticos a los radicales y reconocen su autoridad moral de independentistas de toda la vida, aunque muchos de ellos no han tenido ni tiempo ni oportunidad de apuntarse a otra cunda política. Nada se mueve en toda Cataluña sin el visto bueno de la CUP, como se ha demostrado en la tramitación de los presupuestos. De ahí que un papel de tibia censura firmado por todos los grupos parlamentarios al asalto a la sede del PP por parte de las juventudes antisistema y bendecido con su presencia por los mentados David Fernández y Anna Gabriel haya causado tanta irritación en las vestales del proceso separatista.
Gabriel es una excelente representante del nuevo parlamentarismo, combinación nada sutil de insultos, amenazas y groserías. No tiene nada que envidiar a Melasuda Iglesias o a Mistetas Maestre. Al enterarse de la existencia del documento contra la acción de sus cachorros, Gabriel puso el grito en el cielo y montó tal escándalo que se oían los gritos hasta en la cafetería de la Cámara. El objeto de sus iras era el diputado Joan Coscubiela, exlíder de Comisiones Obreras en Cataluña y portavoz de Catalunya Sí Que Es Pot, lo más parecido a Podemos en el Parlament, con quien se había cruzado en un pasillo.
Gabriel estaba estupefacta. No se lo podía creer. Pase que CDC y ERC, derechas liberales al fin y al cabo, se quejaran de la Kristallnacht diurna contra el PP; pero que lo hicieran también los podemitas, y en comandita con el propio PP, superaba su capacidad de sorpresa. «¡No me vuelvas a dirigir la palabra! ¡Sois unos fachas!», le gritó Gabriel a Coscubiela, que debió de sentir en aquel momento el mismo escalofrío que los empleados de la sede popular cuando se les vino encima la vanguardia juvenil del cívico, pacífico, festivo y sobre todo democrático proceso.
Gabriel tenía sus motivos. ¿Quién se iba a esperar semejante nota de condena cuando los Mossos tardaron media hora en atender la llamada de auxilio del PP y el mitin de la CUP a las puertas de su sede se llevó a cabo gracias al auxilio técnico de TV3? La prueba de la foto del micrófono de la cadena pública en el atril cupero lo dice todo. Y que encima hasta los de Podem, especialistas en intimidaciones, se sumaran a la crítica contribuyó a desatar la furia gabrielina contra la hipocresía heteropatriarcal hasta extremos nunca vistos en público.
En cualquier caso, nada que ver con el insulto del minister Romeva a los miles de participantes en una manifestación contra el proceso convocada por la entidad Sociedad Civil Catalana, a quienes definió con el remoquete de «falangistas» en lo que viene siendo el hemiciclo. A fin de cuentas, el «fachas» de Gabriel sólo iba dirigido a los once diputados morados del Parlament y fue proferido en los pasillos, no en sesión plenaria.
Sea como fuere, todo esto no es más que un detalle de menor relevancia incluso para el propio PP. Si el lunes les intentaban pegar fuego a su sede catalana, el martes llegó el bombero Rajoy con una lluvia de millones para apagar el incendio de los descontrolados de la patronal catalana. Los empresarios que asistieron a la conferencia del presidente del Gobierno, que no fueron todos, salieron encantados. Un día antes, el sostén y somatén de Convergencia agitaba el árbol. La buena noticia para ellos es que, a pesar de que ya se sabía que Rajoy iba a tirar de la chequera de los españoles, no se la guardó tras el asalto del frente de juventudes separatista. O sea que el método les funciona.