CARLOS HERRERA-ABC

  • No hay que caer en la resignación melancólica y sí poner en práctica una resistencia civilizada y racional

El absurdo copa la mayoría de los debates exculpatorios que maneja el Gobierno para desembarazarse de diversas acusaciones que recaen sobre él a cuenta de sus pactos con el de siempre. El de estos últimos días es la ridícula clasificación de los diversos terrorismos por los cuales se puede culpar a uno o varios ciudadanos. El terrorismo ‘light’ del ‘procés’, en suma. El terrorismo lo define el Código Penal; y también el diccionario de la RAE. Y lo juzgan los jueces. Lo pueden indultar los políticos, ya lo vemos, pero no falseando los conceptos mediante discursos manifiestamente populistas.

¿Hay niveles diferentes de terrorismo? Sí. Pero establecerlos es prostituir intencionadamente el proceso o el debate. Terrorismo no es solo matar: los pistoleros de ETA o Grapo que disparaban en la nuca a víctimas indefensas e inocentes lo practicaban, pero quienes acumulaban explosivos, invadían infraestructuras de ferrocarril o aviación suspendiendo vuelos o trenes, o lesionaban a policías en diferentes acciones también lo hacían. ¿En otro nivel? Seguramente. Pero ese nivel no llegó a más gracias al trabajo de las Fuerzas de Seguridad del Estado, que les detuvieron a tiempo, siguiendo instrucciones del juez, que contaba con el apoyo de la Fiscalía (pidieron 27 años para los miembros de Tsunami Democratic nada menos). También el terrorismo islamista tiene otro nivel y nadie discute que lo sea. El que nos ocupa hogaño era terrorismo, además, de carácter institucional que promovía la misma Administración: concejales independentistas y socialistas acosando a policías en los hoteles; la radio pública pidiendo que la audiencia informase en directo por dónde circulaban los furgones policiales para obstaculizarlos y atacarlos; una secretaria judicial huyendo por los tejados de un cine mientras le acosaban los manifestantes… ¿cuántos ejemplos necesitan?

La necesidad de siete votos para mantenerse en el poder hace posible todo tipo de contorsiones conceptuales que llegan hasta donde jamás creímos que pudieran llegar. Los mismos que decían no se qué de líneas rojas hace cuatro días o que aseguraban que una amnistía jamás podría producirse son los que ahora, sin ningún tipo de vergüenza, afirman que ese terrorismo ‘light’ no atenta contra los derechos humanos. Y ello, no porque de repente hayan caído del caballo ante una revelación honrada como un rayo fulminante que les haga ver la verdad, sino por la miserable hambruna de poder que caracteriza al líder sanchista y a toda su recua de borregos, votantes y equipo de opinión sincronizada incluidos. ¿Podemos hacer algo los ciudadanos no encuadrados en esta espiral reaccionaria? Indudablemente sí. En primer lugar no caer en la resignación melancólica y poner en práctica una resistencia civilizada y racional. Y segundo, aprovechar cada oportunidad de manifestación legítima para mostrar rechazo a la manipulación obscena de quienes nos pretenden débiles mentales. El día 28, domingo, manifestación en la Plaza de España de Madrid, a las 12 AM. Por un país de ciudadanos libres e iguales. Por ejemplo.