EL CONFIDENCIAL 14/06/16
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
· Rajoy salió vivo del debate porque sus adversarios, en vez de darle por amortizado, le situaron en el centro de sus argumentos y alegatos
Se ha escrito que «cuando penséis en el poder, recordad que ejercerlo tiene un coste y que vuestra labor como activistas es conseguir que ese coste suba y suba hasta que vuestro oponente ya no pueda permitirse pagar tamaña cuenta». Eso fue, exactamente, lo que trataron de hacer ayer en el debate Sánchez e Iglesias con Rajoy, mientras Rivera se mantenía en una zona de mayor contención. Y, sin embargo, en unos bloques temáticos mejor que en otros, el presidente del Gobierno en funciones ha abonado la factura del poder sin, por tanto, declararse en quiebra. Rajoy salió vivo del debate porque sus adversarios, en vez de darle por amortizado, le situaron en el centro de sus argumentos y alegatos. Lejos de ningunearlo, lo que hubiese sido letal para el gallego, le pusieron constantemente en valor al convertirle en punto de referencia.
Especialmente desplazado del buen eje de un debate perspicaz, Sánchez no dejó de respirar por dos heridas: la de su personal rivalidad con Rajoy, al que no dejó de mencionar y hacia el que se volvía para espetarle sus afirmaciones, y la de su fracaso en la investidura, subrayando la virtual entente entre el PP y Podemos. Alterado y reactivo, el secretario general del PSOE pareció incluso más radical que un Iglesias que se travistió en un moderado de ocasión, llegando a momentos de histrionismo como cuando cabeceaba reprochando a Sánchez que se estaba equivocando de «rival». Iglesias empezó bien y fue a menos, Sánchez no encontró el punto en ningún momento y Rivera estuvo desigual, aunque brilló en el reproche de la corrupción y en la propuesta sobre Cataluña. Su minuto final fue el mejor y puso en el plató dosis de fogosidad y entusiasmo que contrastaron con el tono apagado del líder de Podemos y el crispado del socialista. Rajoy se mantuvo uniforme, solo se apuró en el para el PP imposible asunto de la corrupción y, hasta gestualmente, el presidente se expresó dominante y tranquilo. Estuvo el popular por encima de las expectativas, en tanto el socialista y el podemita se alanceaban mientras sacaba la cabeza el líder naranja.
Iglesias empezó bien y fue a menos, Sánchez no encontró el punto en ningún momento y Rivera estuvo desigual, aunque brilló en el reproche de la corrupción
Rajoy -es posible que ganase el debate- sigue en el partido y, con Rivera, planta cara a una izquierda con impulsos fratricidas que, visto lo visto, ya no es tan seguro domine el 26-J. La probabilidad de que las urnas reproduzcan el 20-D se hace cada vez más verosímil, y aunque los cuatro dijeron no desear unas terceras elecciones, se trata de una hipótesis que, por descabellada que parezca, no resulta un delirio. Seguramente, la situación, observado ayer el debate, romperá por Sánchez, que no supo rehacerse de las contrariedades que le acosan, entre ellas, su imposible posición entre ‘la muerte’ de pactar con Podemos y ‘el susto’ de dejar gobernar al PP. Rajoy se mantiene en sus trece, Rivera se flexibiliza, Iglesias es tan contradictorio que desorienta y el secretario general del PSOE tiene trazas de dejar de serlo pronto.
Es verdad que la factura del poder es muy cara y que es obligación de la oposición incrementar su coste. En esa pugna -que resumió el debate a cuatro-, los aspirantes, especialmente Sánchez e Iglesias, no consiguieron que Rajoy entrase en concurso de acreedores. Ni lograron tampoco que Rivera quedase como «el escudero» del líder popular, en una expresión despectiva de un Iglesias que ocupa el lugar que le correspondería a su compañero Íñigo Errejón, al que en Podemos habrán echado de menos, mientras los socialistas estarán ahítos de Sánchez y los populares, confortados con el revivido Rajoy.