Pedro García Cuartango-ABC
- El acuerdo suscrito con Trump el pasado fin de semana es no sólo lesivo para los intereses europeos, es además un acto de vasallaje
Cuando España entró en la UE en 1986, algunos sentimos una sensación de orgullo por la culminación de un sueño que llevábamos muchos años persiguiendo. Tuve el privilegio como periodista de asistir a las cumbres europeas de finales de aquella década cuando Kohl, Mitterrand, Andreotti y González ponían las bases del euro y el mercado único con la oposición de Thatcher. Delors presidía la Comisión Europea con mano firme.
Han pasado casi cuatro décadas y resulta inevitable sentir añoranza y respeto por todos aquellos líderes que, a pesar de sus diferencias ideológicas, tenían un proyecto europeo en su cabeza. Ursula von der Leyen y los actuales dirigentes de la Unión no lo tienen. Por el contrario, han tomado unas decisiones que llevan a Europa a su irrelevancia.
El acuerdo suscrito con Trump el pasado fin de semana es no sólo lesivo para los intereses europeos, es además un acto de vasallaje. Aceptar unos aranceles del 15 por ciento a cambio de nada y comprometerse a ingentes compras de gas y armamento americano es sencillamente humillante. Y no me vale la teoría del mejor de los acuerdos posibles y de que se ha logrado evitar una guerra comercial. No, se ha claudicado ante las amenazas de Trump en todos los sentidos. El primero, en el orden de lo simbólico al desplazarse Von der Leyen a un club de golf del inquilino de la Casa Blanca para estampar su firma. Su lenguaje corporal era elocuente.
Hace pocos meses, Trump anunció de improviso la retirada de su ayuda militar a Ucrania y afirmó que la OTAN era una carga para Estados Unidos. Mark Rutte y la mayoría de los jefes de Gobierno europeos reaccionaron con una mezcla de temor y pleitesía. En la cumbre de La Haya, asumieron todas las exigencias de Trump a sabiendas de que son imposibles de cumplir.
La UE tiene un serio problema con la Administración estadounidense. Y es sencillamente que ha asumido un marco mental de miedo e inferioridad en todas las negociaciones, encaminadas a apaciguar la ira del césar tronante. Y éste ha tomado ya la medida a los europeos al constatar que ceden ante sus chantajes.
Aunque su PIB es inferior, la UE tiene una población, unos recursos tecnológicos y una capacidad industrial para responder al reto de gigantes como China y Estados Unidos. El lastre que arrastramos es la división política y la fragmentación de intereses.
Europa tiene que reinventarse para poder sobrevivir y ello pasa necesariamente por desarrollar sus sinergias, por políticas concertadas y por trabajar en su gran asignatura pendiente: un Ejército europeo, un objetivo difícil pero no imposible. Si seguimos instalados en la sumisión a Washington y en la desunión, el declive de la UE será imparable. El mundo ha cambiado y las alianzas que surgieron de la II Guerra Mundial se han desmoronado. Estamos a tiempo de actuar.