EL MUNDO 24/09/13
ARCADI ESPADA
Esta última película de Ken Loach, El espíritu del 45, sobre la reconstrucción de Gran Bretaña en la posguerra y su cancelación a manos del thatcherismo. La transparente intención de Loach, reflejada de manera elegante en la postrera utilización del color en una película que transcurre absolutamente en blanco y negro, es optar por el keynesianismo como salida a la crisis actual. Más allá de las intenciones, su arsenal fáctico tiene gran interés. El enfrentamiento entre Attlee y Churchill que con la victoria de Truman sobre Dewey es la mayor sorpresa electoral de la democracia, da escenas de gran riqueza. No sabía, y ya se ocupa Loach de subrayarlo, que Churchill mandó imprimir miles de ejemplares de Camino de servidumbre, el antikeynes de Hayek, que se había publicado un año antes. Qué gran noticia. El que un político imprima ejemplares de una obra maestra de la economía, la moral y la política como argumento electoral extiende sobre nosotros una rara melancolía. A pesar de Hayek, Churchill perdió y Attlee ejecutó una política económica basada en la preponderancia del sector público, incluidas las nacionalizaciones estratégicas. Loach argumenta que ésa fue la razón de que la desigualdad se redujera amigablemente en Gran Bretaña. Sin negarlo, sus críticos sostienen que fue también la causa de la decadencia de la economía, una vez que el impulso reconstructor se agotó, y obligó a la cirugía de hierro del thatcherismo. Lo que Loach obvia es que, tras una guerra, cualquier reconstrucción es keynesiana, por así decirlo, y cualquiera va a reducir la desigualdad social.
Mientras observaba, con cierta diversión, sus aspavientos argumentales, yo tenía la cabeza colocada en un solo lugar. Le habría parecido indeseable al brillante y enérgico autor de Tierra y libertad. Tenía la cabeza en la España de Franco, como es natural en un español de mi tiempo. El franquismo hizo más o menos lo mismo que el laborismo: nacionalizaciones, subsidios y seguridad social. Y también hubo que desmontar luego sus excesos keynesianos. A quien yo admiraría es al que se atreviera en España con algo más complejo y peligroso, pero no menos cierto, que El espíritu del 45. El espíritu del 39 me gustaría ver a mí. Cómo un idéntico instinto de supervivencia trajo la fuerza y la alegría abriéndose paso entre los hermanos muertos.