JUAN CARLOS GIRAUTA-EL DEBATE
  • Sabido es que los patriotas de verdad abominan de su bandera. Sabido en las cloacas. Su último servicio al mal está siendo dirigir la mirada del público hacia Ayuso por algo que le es ajeno
Pocas veces ha encajado alguien en un cargo con la precisión infinitesimal que se da en el delegado del Gobierno en Madrid. Cumple con todos y cada uno de los rebuscados requisitos, raros atributos, singulares habilidades que exige ser extensión pura del Gobierno Sánchez. Si encajara menos seguiría siendo apto, pero lo suyo es extraordinario. La coincidencia con el molde que Pedro Sánchez exige para engrosar su banda es absoluta: medida en micras, llena todo el molde, con sus complejos ángulos y su código inverosímil. Hasta su aparición, un delegado del Gobierno era solo eso, lo que el nombre indica. Bastaba para nombrarlo tener referencias y afinidad con el ideario político o las líneas programáticas generales. Y alguna experiencia de gestión. Aunque esto último, tan evidente al principio que no precisaba formularse, se fue haciendo cada vez más difícil al llenarse la política de tipos sin oficio ni beneficio, pasilleros, piernas, chisgarabises, mataos y, en general, lo que en catalán llamamos saltataulells en una muestra más de clasismo.
No es el caso de Francisco Martín, que saltó de la ingeniería a la política y de esta a la especialidad más dura de la agitprop, algo crucial en su desempeño actual. Hablamos de una modalidad extrema de la provocación y de la difusión de bulos y maledicencias. Tanto que se les resiste a la mayoría de perfiles duros, incluso a acreditados inmorales. Hasta el inmoral conoce el imperativo categórico, una vocecita de la conciencia, muy bajita pero voz al fin, que le dice: esto es demasiado. Los procesos revolucionarios necesitan de inmorales sordos a su propia conciencia, o de seres inhumanos, carentes de conciencia. Sin conciencia no hay vocecita que valga. Comprendí que estábamos ante un valioso ejemplar de especialista en agitprop extrema cuando Martín afirmó que Bildu había «contribuido a salvar miles de vidas», y que «los supuestos enemigos de España» han hecho más por nosotros, y por España, «que lo que han hecho todos los patrioteros de pulsera». La maldad alcanza en ocasiones estas cotas, aunque suele ocurrir en situaciones de guerra, cuando las almas se pudren porque los cadáveres esparcidos por el suelo te gritan que ya nada importa más que ganar, que quizá tus hijos se podrán permitir ser buenas personas, y eso es todo.
Pero aquí los únicos cadáveres que hemos visto yacer, tiroteados, desmembrados, volados, son los que la ETA presenta como activo a través de sus albaceas, esos que alaba el delegado de un Gobierno golpista y fratricida, esos que el campeón nacional de la escoria propagandística y agitadora coloca por encima de los españoles que llevan una bandera de España y que, necesariamente, tienen (tenemos) que ser patrioteros. Sabido es que los patriotas de verdad abominan de su bandera. Sabido en las cloacas. Su último servicio al mal está siendo dirigir la mirada del público hacia Ayuso por algo que le es ajeno. No vaya a ser que reparemos en la enorme hez que en él delega.