EL MUNDO – 25/08/15 – EDITORIAL
· Falta todavía más de un mes para que se celebren las elecciones autonómicas catalanas, pero los partidos independentistas han pisado el acelerador de la campaña. La lista unitaria Junts pel Sí –en la que el president Mas va de número cuatro– está preocupada por no lograr la amplia movilización a la que apela continuamente. Por ello, su cabeza de cartel, Raül Romeva, advirtió ayer de la necesidad de un «mandato claro en las urnas». Y desde la Asamblea Nacional Catalana van más lejos aún y su presidente, Jordi Sánchez, aboga por «declarar inmediatamente la independencia» si el Estado «coacciona» a la población tras el 27-S.
En este sentido, el conseller de Justicia, Germà Gordó, no ha tenido empacho en pedir que una Cataluña independiente «no olvide la nación completa» y defender la posibilidad de extender «la nacionalidad catalana» a los ciudadanos del «resto de territorios de los Països Catalans», en referencia a Baleares y la Comunidad Valenciana. No es un mero desvarío del conseller. Su planteamiento es insultante para todos los españoles de estas comunidades, que ya tienen nacionalidad y no desean ser tratados como si fueran miembros de alguna colonia.
Pero es, sobre todo, la demostración de que el delirio independentista va mucho más allá del deseo de romper con España. Su anhelo es la construcción de una realidad política inexistente que no quedaría satisfecho ni con una hipotética separación de las cuatro provincias catalanas.
Aunque las elecciones del 27-S no serán plebiscitarias como les gustaría a Mas y los suyos, no cabe dudar de su trascendencia. Y en función del resultado, el clima de incertidumbre que se puede generar afectará a todo el país. Máxime cuando el president defiende, por ejemplo, que bastaría con que los independentistas logren los 68 escaños de la mayoría absoluta para declarar unilateralmente la independencia, sin importarle siquiera qué porcentaje del censo acuda a las urnas. El Estado tiene suficientes instrumentos para impedir tamaña ilegalidad. Una nación con tantos siglos de historia común no se rompe por los delirios de nadie. Pero en un momento en el que tan importante es la estabilidad, cabe volver a apelar a la sensatez de los catalanes.