Defiendo que esperamos con derecho el buen fin de este proceso de paz y que somos mayoría quienes, democráticamente, queremos verlo avanzar; legal y justamente, pero sin voceros que lo liquiden en el altar de sus filias y fobias ideológicas, apelando a una conciencia democrática incorruptible.
Ahora resulta que ETA tenía los días contados y se ahogaba sin remedio en sus propias contradicciones. Ahora ocurre que todo era cuestión de perseverar en lo que se venía haciendo contra ella. Ahora sucede que el «alto el fuego permanente» es tan inoportuno como tramposo. O sea, que si usted se alegró mucho con la noticia de este hecho, o pensó alguna vez que lo que se venía haciendo contra ETA no era suficiente, por más que necesario; o si creyó que los últimos coletazos de ETA eran tan peligrosos y crueles como los del pasado; si usted respiró pensando que la política hallaría un resquicio por el que integrar en la vida democrática a miles de ciudadanos, convenciéndolos de lo inaceptable de practicar la violencia terrorista, o de comprenderla y disculparla; si usted pensó que esto podría intentarse y lograrse con dignidad democrática para las víctimas asesinadas y para todos los ciudadanos de bien; si usted pensó esto, pues no, nada de esto era así. Ahora se lleva decir que Zapatero nos ha metido en esto a tontas y a locas, por pura estrategia política partidista; ahora se repite que el Congreso sólo se refirió a la rendición incondicional de ETA mediante la entrega de las armas, el arrepentimiento y la petición pública de perdón; ahora se postula que la política democrática no tiene más variantes que el blanco y el negro, es decir, la pura disyuntiva entre la rendición de ETA, y todos «los suyos», o nuestra traición; ahora parece que el que discrepa de los postulados políticos de la AVT es, sin más, un indigno y un cobarde; ahora se decide que Batasuna, sus votantes, no representan ningún problema social porque Batasuna es ilegal y, por ende, esa gente no existe. Es la última forma de abordar los problemas. Se cuestiona el concepto o se prueba que algo no es legal, y ya no existe el problema. Se convierten en dogma democrático y moral las propias convicciones y todo lo demás es equidistancia y miedo.
Pues no estoy de acuerdo con tanto experto en dignidad democrática. No sé qué tiene que hacer la política concreta ante la propuesta etarra, o no quiero decir, ni me corresponde, qué me parece a mí que debería hacer. Sé que hemos de ponerle unas «líneas rojas» a la acción política, por dignidad del sistema democrático y de los ciudadanos. Son los derechos humanos, es la Constitución (reformable) y es la «experiencia histórica» de pueblos en situaciones análogas. Lo que no puede hacerse es negar la existencia de los problemas, los modos como la gente los plantea y las salidas que parecen abrirse. Claro que todo hay que valorarlo, pero con el realismo de los hechos y el derecho, y no de las ideologías partidistas o nacionales.
También éstas son ideologías opcionales. Las cosas están ahí, en su punto concreto de desarrollo. La injusticia no puede legalizarse, pero la justicia puede ser legal de varios modos. Hay gente que sabe de antemano, siempre y para todos, qué es justo o injusto en todo lo relacionado con ETA y la paz. No sé para qué tenemos sistemas de mayorías y minorías, si ya están ellos. Pues digo que una cosa es la opinión, la crítica y la manifestación, legítimas y con peso propio, y otra la razón democrática en sus justos cauces de expresión. Esto es así en una democracia.
A la política hay que pedirle y esperar que haga algo «nuevo» por la paz, una aportación de fondo, porque, si no, no sé de dónde salen las esperanzas de que un grupo terrorista, socialmente muy implantado, se avenga a dejar las armas platicando. La política tendrá que probar que sus iniciativas son legales y sus logros democráticos, apreciados por la mayoría de la sociedad y democráticamente impulsados, pero propuestas tiene que haberlas. Es que lo demás es realmente no haber entendido nada. Comprendo todas las cautelas en torno a un planteamiento político y sus peligros. Háblese, por tanto, de momentos y protagonistas distintos según el problema de que se trate. Pero negar la necesidad del proceso de paz, y su carácter también político, es no entender nada, cosa que no creo, o hacerse el loco. Y claro, eso tampoco. No conviene pasarse de listos diciendo que creemos en un proceso de paz sólo para pactar la rendición de ETA. Conviene pensar y diferenciar entre lo que deseamos y lo que esperamos. Los sectores sociales que han avalado a Batasuna y al nacionalismo vasco independentista están ahí como una parte del problema y la política tiene que darles una salida. Decir que esto es puro chantaje, porque sería un asunto menor de no existir ETA, queda muy bien, pero es una hipótesis de trabajo, una hipótesis. Están ahí, y si juegan democráticamente, un ciudadano, un voto. Decir que el acuerdo o mesa política tiene que emanar del Parlamento y con Batasuna legalizada parece muy razonable. Decir no al diálogo político con ETA es una obviedad. Decir no al diálogo político entre políticos, por principio, porque se traiciona a las víctimas, no es razonable.
En fin, hay varias formas de hacer política «justa» y ninguna es esta lucha partidista, estratégica y electoralista, de la que no se libran muchos «opinadores» y medios, en la que está encallada, espero y deseo que no encanallada, la vida pública española. Supongo que esto puede decirse de todos los grupos políticos. Habría que sopesar la proporción, que en política es muy importante. No hay perfección, sino proporción. Como esto escapa a mi control, yo creo que la vida política española encalla porque hay gente en un partido, el Popular, a la que esta solución del terrorismo la retira de la dirección del grupo, merma la talla de su pasado político y deja inservible su proyecto de «España»; y porque hay gente en otros partidos, el Socialista en particular, a la que esta solución del terrorismo la confirma en la dirección del grupo, la mantiene en el Gobierno del país y le regala el «centro político», terreno apetecido donde los haya. Defiendo que son posiciones legítimas, pero sin colarlas como enteramente y las únicas dignas, morales y justas. Entretanto, ni siquiera ETA y Batasuna tienen tanto que ganar en ese partidismo fratricida. Pero éste no es su problema ni su responsabilidad. Ellos tienen otras responsabilidades más graves, pero no éstas. Hablábamos de por dónde encalla la vida política española, otro día pensaremos en la vasca.
Defiendo que esperamos con derecho el buen fin de este proceso de paz y que somos mayoría quienes, democráticamente, queremos verlo avanzar; legal y justamente, pero sin voceros que lo liquiden en el altar de sus filias y fobias ideológicas, apelando a una conciencia democrática incorruptible. De ésta última hay que pasar examen cada día y no sólo en cuanto a la violencia terrorista.
José María Calleja, EL DIARIO VASCO, 20/6/2006