ABC 30/10/13
IGNACIO CAMACHO
· Para que Cataluña fuese independiente los españoles tendríamos que echarla de España. Y eso no va a ocurrir
Los catalanes toman todos los días decisiones económicas, civiles y políticas con la misma libertad que los gallegos, los valencianos o los extremeños. Viven bajo un mismo marco constitucional que protege idénticos derechos y garantías, y en su caso disponen además de un estatuto de autonomía que ampara un más avanzado autogobierno de sus asuntos propios y específicos. Su derecho a decidir está plenamente garantizado, incluso el de decidir votar a un partido independentista. Lo que no tienen, ni ellos ni nadie en España salvo el conjunto de los españoles, es el derecho a decidir por sí solos la independencia.
Para convertirse en un Estado independiente Cataluña necesitaría el consenso o el permiso del resto de la nación. Es decir, que los españoles tendríamos que echarla de España. Y eso, para desazón de los secesionistas, no va a ocurrir por la sencilla razón de que a la mayoría de nosotros nos gustan los catalanes y queremos compartir con ellos la ciudadanía como ha sucedido, falsificaciones históricas aparte, desde que España es España. Queremos convivir. Se pueden y se deben discutir las condiciones de la convivencia; es lo que se viene haciendo durante toda la democracia y bajo todos los gobiernos, por cierto en un continuo crescendo de competencias autónomas. Y si se trata de un problema de dinero, que parece ser la palanca del conflicto soberanista, será necesario hablar de dinero. Nada que objetar. Eso es la base de la negociación política. El famoso diálogo, mantra de impecable reputación y amable cobertura social. Pero hay dos condiciones esenciales para el diálogo institucional: que se respete la jerarquía de las instituciones –el Estado y la Generalitat no son dos entes iguales– y que de ninguna forma se dialogue bajo amenaza.
Estos días ha vuelto a estar de moda el diálogo. Ciertos nacionalistas moderados hablan con socialistas y populares en busca de una salida para su propio órdago. Bien está, mucho mejor que enfrentarse. Sólo que no son los demás españoles quienes han de sacar a los dirigentes catalanes del atolladero en que se han metido planteando un enfrentamiento rupturista. Primero han de retirar la coacción, desandar el camino aventurerista y enfriar el ambiente que han inflamado en Cataluña con una propuesta suicida que para empezar ha fracturado su propia sociedad civil. Así es la cosa, no al revés. No se dialoga diciendo dame la mitad de lo que pido por las buenas o me voy y me lo llevo todo por las malas.
Porque además no se lo pueden llevar y sobre todo no se pueden ir. Las naciones no se rompen con la facilidad de un divorcio express, ni en un arrebato de exaltación iluminada. El Estado de Derecho se llama así por algo. Hablando se entiende la gente; dialogar es mejor que discutir y discutir mejor que pelear. Pero cuando el diálogo no sirve funciona el derecho. Y es el derecho el que decide.