BEGOÑA VILLACÍS – EL MUNDO – 01/03/16
· La portavoz de C’s en el Ayuntamiento denuncia la «intimidación» y «coacción» contra los políticos tras la pintada sufrida en su casa.
Lo peor es que daba por hecho que algo así, antes o después, acabaría ocurriendo. Allá por febrero del año pasado, cuando andaba dándole las últimas vueltas a la decisión de meterme a política o no. Con el prestigio profesional del gremio en sus cotas más bajas, y razones, la verdad, ni faltan ni faltaban, no es de extrañar que la respuesta clásica de todo mi entorno fuese «eres una valiente».
Tras haber acudido a más de una tertulia dónde se hacían trajes en serie a políticos de turno, después de la enésima apertura de telediario con sonrojantes paseíllos en juzgados, una ya intuía que esto no iba a ser un camino de rosas. Que a los que entrábamos nuevos se nos exigiría, como no podía ser de otra manera, un plus de ejemplaridad, transparencia, y una cierta dosis de tolerancia. Todo ello pasa por una regeneración que nos parece lenta por las resistencias que tiene que vencer, pero que acabará por imponerse.
Nos marcamos entonces estándares de calidad sin precedentes, propios de un estado de excepción al que una corrupción infecta y normalizada nos había llevado. Y una aceptó el reto, llevada por la ilusión de dar el paso y consciente de la singularidad de un momento que, por fin, se presentaba posibilista.
Tres elecciones después, la consumación de nuestra propia tangentopoli a la española, con un reguero de casos de lo más chusco y variado, la desafección a la política crece al mismo ritmo que aumenta la necesidad de escenificar este rechazo. En mi opinión, es la clase política la primera que se ha perdido el respeto a sí misma; por haber facilitado ser corroída por la corrupción, por haber mirado a otro lado, por no haber querido comunicar, por mentir. Pero, de ninguna manera podemos caer en la trampa de seguir el juego a quienes encuentran que el escrache, la intimidación, y el matonismo político son formas legítimas de protesta. Sinceramente, creo que nos hemos pasado de frenada.
El domingo me tocó a mí ser señalada como una «zorra» en la misma puerta de mi casa. No era mi despacho, ni esta vez le tocó a nuestra sede, era mi casa, y la de toda mi familia. Y me sentí como alguien con el que está admitido afilarse las uñas. En un momento dado llegué a pensar en pasarlo por alto, pero media hora después me encontré redactando un tuit que no era sino una reacción a lo que no estoy dispuesta a consentir, ni a tolerar, ni a permitir que crezca y germine en nuestra sociedad.
No, no es libertad de expresión, son coacciones. No, no es participación política, es intimidación. No, no es legítimo, lo legítimo no tiene nada que ver con el acoso, tiene que ver con urnas, tiene que ver con el respeto, tiene que ver con la tolerancia y mucho que ver con el diálogo.
No acepto ahora que se me pida, como alguien sugirió en aquella red que acepte aquellas condiciones que conlleva mi sueldo, porque ningún otro trabajador en España aceptaría tal trato. Por supuesto soy consciente de que vivimos tiempos difíciles, con una clase media machacada, el fracaso de un modelo por los vicios de siempre, un país que ya no tiene las costuras tan prietas y con grandes retos. Pero en la fractura y la colisión no está la respuesta. Tampoco está la respuesta en marcar territorio, imponer las ideas por encima de todo, en cualquier contexto y lugar. Así llegó a España el escrache, es decir, el organizarse para acosar al rival político con consignas previamente decididas. Para llegar hasta aquí hace falta que previamente se hayan reducido la cohesión social y que, en general, tengamos menos empatía por el prójimo.
La violencia que evidencian lo que tuvo que vivir Cristina Cifuentes, Rosa Díez y otros muchos políticos, las pintadas que con recurrencia redecoran sedes políticas y domicilios particulares, cortesía de movimientos sociales perfectamente organizados, no deberían tener cabida si lo que verdaderamente pretendemos es la regeneración política. El nuevo tiempo no puede nacer con ese déficit de respeto y empatía que deshumaniza al político y le convierte –junto a toda su familia- en blanco de agresiones y amenazas.
No quiero acabar sin agradecer a cuantos me habéis manifestado vuestra solidaridad y afecto, ante estos hechos, que ni han sido los primeros, ni, me temo, serán los últimos, porque en política no todo vale.
BEGOÑA VILLACÍS – EL MUNDO – 01/03/16