Editorial-El Correo

  • Las elecciones catalanas, con un claro triunfo del PSC que refuerza a Sánchez y el independentismo a la baja, dejan en el aire la gestión de la Generalitat y la mayoría de la investidura

Las elecciones de ayer en Cataluña volvieron a mostrar una comunidad políticamente fragmentada con ocho grupos parlamentarios, su gobernabilidad en el alero pese a la posibilidad aritmética de un tripartito de izquierdas y la amenaza de que un bloqueo obligue a repetir la cita con las urnas. Una comunidad en la que un independentismo en declive ha visto esfumarse su tradicional mayoría y en la que a pesar del rotundo triunfo del PSC, que supone un espaldarazo a Pedro Sánchez y a su apuesta por la «convivencia» con la controvertida amnistía, las formaciones no secesionistas están más lejos que nunca de ofrecer una alternativa constitucionalista unitaria. La persistencia de la divisoria impuesta por el ‘procés’ hace improbable que pueda abrirse paso una alianza transversal entre los socialistas, ERC y los comunes. La inestabilidad que anuncia el recuento del 12-M se proyectará inevitablemente sobre la legislatura nacional, que está a expensas de cómo se resuelva el puzle de estos comicios autonómicos.

En ellos se produjeron remodelaciones en todos los ejes ideológicos. En la izquierda, a favor de Salvador Illa, que cosechó los mejores resultados en la historia del PSC. En el independentismo, con ventaja para Carles Puigdemont, quien pidió anoche el apoyo de Esquerra para volver a la presidencia de la Generalitat con un Ejecutivo en minoría. En el constitucionalismo, a costa de la desaparición de Ciudadanos, que explica el fuerte crecimiento del PP. En el eje de la diversidad y de la solidaridad, por la xenofobia y la intolerancia de Aliança Catalana. Si algún compromiso debieran suscribir hoy todas las formaciones políticas es el de renunciar, de entrada, a la repetición electoral para conjurarse apurando las posibilidades de acuerdo. O, por el contrario, hacerse a un lado desde el principio admitiendo que no son capaces de atender al mandato constitucional y estatutario que supone estar presente en el Parlamento para hacer gobernable Cataluña. Una responsabilidad que nadie puede eludir sin dar la espalda a sus propios votantes.

Ahora corresponde a los partidos metabolizar el escrutinio de ayer, sin que ninguno de ellos pueda sentirse plenamente satisfecho. El triunfo del PSC es tan indiscutible que Illa no está en condiciones de renunciar a la presidencia de la Generalitat, para lo que precisa el apoyo de ERC. Ni siquiera si con ello asegurase la continuidad de Sánchez en La Moncloa al evitar que Junts -o, en su caso, Esquerra- retiren su apoyo al Gobierno actual. Esas dos fuerzas independentistas se enfrentan ahora a disyuntivas prácticamente imposibles de salvar por el magma que representa la postconvergencia y la imprevisibilidad que acompaña a la formación de Oriol Junqueras.

Pere Aragonés sale de las urnas incapacitado para pilotar una política que se aleje de la inercia secesionista tras su temeridad de gobernar en absoluta minoría para acabar convocando elecciones. Puigdemont ha explotado de tal manera la épica de su propia huida que no puede operar más que a la contra mientras se mantenga la incógnita de su regreso por efecto de una amnistía pendiente de trámite y de aplicación efectiva, convirtiéndose así en uno de los factores que inclinaría las cosas hacia la repetición electoral. Las elecciones aproximaron el voto al independentismo a los datos de opinión que sitúan muy a la baja la preferencia por una república propia. Pero la huida hacia adelante que supuso el ‘procés’ sigue atenazando a todo el espectro partidario que hace siete años optó por columpiarse en la unilateralidad.