- La Rusia de Putin es, como el Irán de los ayatolás, una amenaza existencial para Occidente. Y Trump debe ser consciente de ello.
Espero que Donald Trump sea consciente de que ese régimen iraní, cuyo potencial nuclear acaba de neutralizar con valentía, tiene un socio estratégico: Rusia.
Que Irán, gracias a Rusia, es miembro de pleno derecho de dos sistemas de alianzas creados para contrarrestar la influencia de Occidente en general y de Estados Unidos en particular: el Grupo de Shanghái y los BRICS.
Que al menos tres de las centrales nucleares que la administración estadounidense, finalmente, comprendió (tras Israel) que enriquecían uranio mucho más allá de las necesidades de energía civil, fueron diseñadas por científicos rusos, fabricadas por ingenieros rusos y financiadas con dinero ruso: al sur, Bushehr; al suroeste, Darkhovin; en el estrecho de Ormuz, Sirik.
Espero que esté informado de que la asociación entre Irán y Rusia no se limita al desarrollo de un programa nuclear devastador para la región y el mundo. ¿Sabe, por ejemplo, que Hamás también es aliado del Kremlin?
¿Sabe que Putin estaba informado de antemano de la preparación del 7 de octubre?
¿Que recibió en Moscú, posteriormente, con honores y felicitaciones, a los responsables de la matanza?
Espero que tenga presente que se requiere un mínimo de coherencia diplomática y política de una gran nación.
Un presidente de Estados Unidos no puede, un día, atacar a Irán y, al día siguiente o anterior, reconocer en Vladímir Putin (principal apoyo del régimen atacado) a un dirigente “poderoso”, dotado de un “gran carisma”, merecedor de “triple A” y con quien podría “llevarse muy bien”.
Me gustaría que el presidente Trump tampoco olvide que, así como Irán lleva años en una lucha a muerte con Israel, Rusia lanzó, hace tres años, una guerra total contra Ucrania.
Misma voluntad de destruirlo todo.
Misma convicción de que ambos países (Ucrania, Israel) no tienen realmente derecho a existir y deberían, de poder hacerlo, ser borrados del mapa.
Misma manera, en los dos países agredidos, de afirmar (aunque, comparados con sus agresores, sean dos países pequeños) su deseo de vivir, de resistir, de luchar.
Y, tanto en uno como en otro, en la sociedad ucraniana actual como en la israelí, una cultura prooccidental, proestadounidense y, sobre todo, antitotalitaria y democrática, que los convierte en aliados naturales.
Las dos situaciones estratégicas no son, evidentemente, simétricas.
Y no se trata de la misma manera a un país, Irán, a punto de dotarse de armas nucleares, y a un país, Rusia, que ya las posee.
Pero, una vez más, es cuestión de coherencia, de lógica y, para la palabra estadounidense, de credibilidad.
Las mismas razones que llevan a socorrer a los israelíes atacados en siete frentes deben llevar a reforzar a los ucranianos cuya tierra, de norte a sur, del Donbás al mar Negro, es devastada, día tras día, por los escuadrones de la muerte de Putin.
No se puede ser amigo de Israel y no serlo, con la misma resolución (y si realmente se quiere que América vuelva a ser “grande”), de la Ucrania sufriente y resistente.
Israel-Ucrania, misma lucha.
Más aún (y esta es la tercera cosa que habría que recordar urgentemente al presidente Trump), la guerra contra Ucrania, mientras la atención mundial se centra en Oriente Próximo, entra en este momento en una fase especialmente aterradora.
Trump sabe, por supuesto, que una de las diferencias entre Putin y Zelenski es que el primero se burla de él, se ríe de Estados Unidos y, cien días después, sigue negándose a aceptar el alto el fuego que el segundo aceptó.
Pero lo que quizá no sepa es que, en los últimos días, se han contado 53 asaltos rusos en una zona que conozco bien: la de Pokrovsk.
Que el nuevo zar ya no descarta apoderarse de una de las ciudades, Sumy, que también he filmado y que resiste heroicamente, desde hace meses, a todas las ofensivas.
Que, sólo en la noche del viernes al sábado pasado, cayeron sobre Kiev 280 misiles y drones, en su mayoría suministrados por Irán.
Que un maravilloso actor de teatro y cine, Yuri Filipenko, miembro del Batallón de drones Achilles, acaba de unirse a la centuria de artistas muertos en combate en los últimos once años.
Y que el ejército ruso ha alcanzado tal grado de barbarie que se han reportado, en el Donbás ocupado, casos de canibalismo.
Ignoro si el mismo presidente de Estados Unidos que, dentro, persigue a los migrantes y, fuera, trata a los aliados históricos de su país como si fueran enemigos, es capaz de escuchar todo esto.
Pero no dudo de que en su partido y, a veces, en su entorno, haya republicanos íntegros que no han olvidado el legado de Abraham Lincoln, Theodore Roosevelt, Ronald Reagan, John McCain.
La Rusia de Putin es, como el Irán de los ayatolás, una amenaza existencial para Occidente.
Esos republicanos saben que, para vencerla, hay que apoyar a Ucrania con todo el corazón y armarla.