El desarme… de las instituciones

EL MUNDO 11/04/17
CARLOS CUESTA

Decenas de noticias festejan en algunos medios el supuesto desarme de ETA. Recogen las exigencias de Otegi para que el Gobierno adopte de inmediato medidas contrarias al ordenamiento jurídico para beneficiar, sin ninguna base legal, a condenados por asesinato, secuestro o pertenencia a banda terrorista. Y lo celebran mientras los documentos analizados por la Policía y Guardia Civil constatan que la banda podría mantener en su poder, al menos, 98 pistolas y tres misiles.

Algunos de esos medios que encuentran motivo de festejo, de hecho, son los mismos que no han dado gran o ninguna cobertura a los 1.152 procesos judiciales por enaltecimiento del terrorismo impulsados desde la Fiscalía en poco más de seis años. O los mismos que han pasado por alto que el número de condenas por este mismo delito de jaleo de los terroristas se ha multiplicado en los últimos años, por ejemplo en 2015, por cinco.

Y se trata de un discurso que avanza. El del olvido y la falta de gratitud. El de la negación del sacrificio realizado por cientos de familias en defensa de la legalidad, la Constitución y la propia nación española garante de todo este sistema de salvaguarda de derechos y libertades. Un olvido que se permite confundir la libertad de expresión con el insulto y la violación del derecho a la memoria de quienes –sin pedir, en ocasiones, más que un mísero sueldo de policía, guardia civil o militar– nos defendieron a todos a cambio de todo. Hijos incluidos.

Un discurso que olvida igualmente el esfuerzo de la Transición y avanza a la misma velocidad que deteriora las instituciones que penetra, pudre y, en ocasiones, controla. Un discurso basado en no dar ninguna solución a los problemas reales de los ciudadanos y en generar todo un catálogo de falsas soluciones a motivos de enfrentamiento aparcados hace tiempo y que ahora renacen como puro ejercicio de revisionismo histórico y división de la población.

Y por eso, precisamente, ese discurso gana peso y forja alianzas entre determinados partidos y rincones ideológicos. Porque de la división sólo sacan provecho quienes únicamente piensan en su particular poder, en tumbar lo existente para diseñar ellos la nueva estructura de poder. Una estructura en la que los parlamentos se convierten en circos televisados donde resulta imposible debatir reforma alguna; en la que la pérdida de prestigio de la polí- tica, tribunales o Poder Legislativo abra la puerta a un Gobierno desde la calle: la suya, por supuesto.

Porque el único desarme que hoy avanza es el de las instituciones. Aunque los partidos constitucionalistas parezcan no enterarse del todo del desafío que tienen ante sí.