Después de tantos años en que el péndulo político o bien les pedía silencio o les acusaba de estar instrumentalizadas por siglas partidarias, las víctimas ven que la restauración de la memoria va acompañada de la recuperación de su dignidad. No se puede deslegitimar el terrorismo mirando hacia otro lado, como ha ocurrido: hay que derrotarlo con la ley en la mano.
El homenaje que ayer recibieron las víctimas del terrorismo no era el primero. Pero fue el decisivo para el desarme emocional. Un gran paso adelante sin vuelta atrás que, sin duda, marcará un punto de inflexión en la historia del desamparo, la incomunicación y el recelo que ha supuesto para estas familias el recorrido de su vida desde el momento en que los terroristas acabaron con la vida de sus seres queridos. En estos cuarenta años de falta de libertad en Euskadi por culpa del terrorismo y la intolerancia se tardó demasiado tiempo hasta que las instituciones brindaran un homenaje con la máxima solemnidad que se merecían a todas las víctimas de la violencia.
Corregido el catastrófico error de las negociaciones del Gobierno de Zapatero con ETA, que abrió una profunda herida en el cuerpo social de las víctimas y levantó muros de desconfianza y desengaño entre sus propios caídos, los damnificados se han sentido reconocidos. Porque los nacionalistas del PNV recorrieron parte del camino con parsimonia, tropezando en la piedra de la equidistancia. Pero empujados por el coraje de mujeres como Maixabel Lasa tendrán que admitir que, para lograr el desarme emocional de las víctimas y de su gran entorno social y afectivo, para lograr que encuentren su sitio sin mirar quien se sienta a su lado, sin tener la necesidad de denunciar que sus muertos lo fueron por la libertad, sin la ansiedad del temor a ser utilizadas en cambalaches políticos, soberanistas o treguas trampas, necesitaban recibir un mensaje inequívoco como el que recibieron ayer con la presencia de los tres lehendakaris antecesores de Patxi López.
Han tenido que celebrarse tres ediciones para que, por fin, hayan querido participar todas las asociaciones implicadas, todas las víctimas de cualquier manifestación de violencia, tanto la superada del Batallón Vasco Español y la triple A o la del GAL, como la de ETA, todavía activa aunque con su capacidad ciertamente disminuida. Y si ayer por fin todas las víctimas quisieron involucrarse en una ceremonia cuyos organizadores del Gobierno vasco, Maixabel Lasa, Txema Urkijo, se habían bregado con sumo cuidado, fue porque ahora ven que su reconocimiento en la sociedad empieza a ser un hecho porque los esfuerzos institucionales empiezan a concretarse en gestos.
Después de tantos años en los que el péndulo político o bien les pedía silencio o, por el contrario, les acusaba de estar instrumentalizadas al servicio de determinadas siglas partidarias, ahora comprueban que la restauración de la memoria necesaria sobre su sufrimiento va acompañada de la recuperación de su dignidad porque la deslegitimación del terrorismo es el «santo y seña» del nuevo Gobierno vasco. Y para deslegitimar no se puede estar mirando hacia otro lado como ha ocurrido en Euskadi durante tantos años cuando la bota de ETA pisoteaba los derechos elementales de los ciudadanos. Para deslegitimar el terrorismo hay que derrotarlo con la ley en la mano.
Hasta ahora, ningún Gobierno lo había dicho de una forma tan clara. Ni había actuado con tanta firmeza contra la publicidad etarra en las calles. El lehendakari Patxi López, en presencia de sus tres antecesores en el cargo, volvió a referirse a la necesidad de derribar el muro de la vergüenza de nuestras calles, en las que tantas veces se ha querido convertir a los asesinos en héroes, y la viuda del artificiero Manuel Jódar agradeció ese empeño en el que está entregado desde el primer día el consejero Ares. Las víctimas del terrorismo han ido tomando nota.
Y cuando ETA recibió al nuevo lehendakari con el atentado contra el inspector Puelles y le oyeron decir que derrotar al terrorismo es posible, sin impunidad, con la aplicación de la Justicia y con el Estado de Derecho por delante, empezaron a percatarse del vuelco institucional que se iba a producir en la sensibilidad hacia las víctimas del terrorismo. Atrás han quedado los mandatos de gobiernos marcados por la falta de decisión en la lucha contra ETA y todas sus ramificaciones políticas, cediéndoles en muchas ocasiones cobertura ideológica que los ciudadanos demócratas no podían compartir.
Por esa razón, lejos quedan ya los reparos expuestos en la celebración del año pasado por Covite, por ejemplo, que exigió como condición para su asistencia que el lehendakari de entonces, Ibarretxe, no tomara la palabra. Lejos queda también la distancia de Maite Pagazaurtundua que, desde que Patxi López juró su cargo en Gernika, supo que el nuevo Ejecutivo no piensa confundir a la población diciendo que «todas las ideas son respetables». Porque en una sociedad democrática no se pueden admitir las ideas que defiendan la esclavitud, preconicen la xenofobia o ensalcen el nazismo o el terrorismo.
Con la coartada de la libertad de expresión, muchos intolerantes han pretendido imponer sus normas anteponiendo los movimientos populares a las normas de la sociedad democrática, o tratando de convertir los parlamentos en un órgano de contrapoder blindado, con perdón, de la actuación de los tribunales. Pero, además del comienzo del desarme emocional, tendrán que darse más pasos para acabar definitivamente con el desarme material. Le toca al entorno de ETA apuntarse a la democracia y dejar de vivir sometido al poder fáctico de la banda.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 30/11/2009