Francesc de Carreras-El Confidencial
- Las elecciones en Madrid han señalado un antes y un después en la trayectoria de este Gobierno. El pueblo —de la Comunidad de Madrid— ha hablado. O se le presta atención o lo pagaremos todos los españoles
Tras el descalabro del 4 de mayo en Madrid, los socialistas entraron en estado de ‘shock’, tanto los votantes y militantes más fervientes como la dirección del partido y el mismo Gobierno. Los primeros andan sorprendidos por el resultado, los segundos no dan pie con bola. Un ‘shock’ en el sentido emocional suele definirse como aquella reacción psicológica que surge en respuesta a un suceso traumático y aterrador. Así están los socialistas, y no es para menos.
Que en los partidos entre el Madrid y el Barcelona el resultado sea de uno a cero, sea cual sea el vencedor, es una derrota que lamentan profundamente los que han encajado este gol. Pero que cualquiera de los dos equipos pierda por cinco a cero en su propio campo es un trauma insoportable que exige cambios radicales.
Pues bien, esto es lo que ha sucedido. No solo el PSOE ha sido derrotado, sino que su rival le ha ganado en todos los barrios de Madrid y en los 179 municipios de la comunidad con dos pequeñas excepciones, uno de estos municipios tiene 100 habitantes y el otro 2.000.
En cuanto a los votantes y afiliados socialistas, lo que más me ha sorprendido es que no se lo esperasen. Si los sondeos son indicativos de tendencias, estas lo señalaban claramente. Y no hacía falta seguir las muestras demoscópicas, bastaba solo con pasearse por un barrio popular de Madrid, yo suelo hacerlo por La Latina y Lavapiés, para captar el ambiente: Ayuso arrasaba. Tras la fase de estrés postraumático, estas bases socialistas deben ponerse a meditar sobre su responsabilidad.
¿Hicieron bien en dar su apoyo a Pedro Sánchez en las primarias de la primavera de 2017, porque este se abría a pactar con Podemos y los independentistas para arrebatar la presidencia del Gobierno a Rajoy, en lugar de apoyar a Susana Díaz, respaldada por otro sector del partido que se oponía a esta maniobra?
¿Acertaron los militantes que se congregaron en Ferraz la noche del 28 de abril de 2019 profiriendo gritos de «¡con Rivera, no!», lo que, dados los resultados, significaba en realidad «¡con Podemos y los independentistas, sí!»? En realidad, no hacían falta tales proclamas, fue Rivera el que dijo no Sánchez, pero ante un hombre tan pendiente de que los suyos le aplaudan —que es lo contrario a un líder de verdad, el que sabe guiarlos tras persuadirlos y convencerlos—, le siguieron dando alas, tras las primarias del año anterior, para acabar formando su famoso Gobierno de coalición, en enero del año siguiente.
Si ahora estos militantes reflexionan un poco, deben llegar a la conclusión de que una de las razones de la catástrofe de Madrid está en la composición de este Gobierno, en las previsibles payasadas de Pablo Iglesias y en las contradicciones que han mostrado los pactos con ERC y Bildu. Quizá si hubieran dicho lo contrario, el voluble Sánchez hubiera mostrado más empeño en intentar forzar al equivocado Rivera para que llegara a un acuerdo.
Por tanto, en la actual situación del PSOE, tan complicada, los responsables son varios: el presidente del Gobierno y la sumisa dirección de su partido, también algunos de sus afiliados, los que han pretendido convertir un partido socialdemócrata en un partido populista, y también los que han callado y han seguido bovinamente los mandatos que venían de arriba, así como, no los olvidemos, esos apoyos mediáticos que se han tomado a broma a Isabel Díaz Ayuso convirtiéndola en una caricatura desde su pretendida superioridad moral y su insoportable estupidez política.
Hasta aquí, los votantes socialistas sorprendidos por la derrota. Pero el socialismo desconcertado también se ha puesto de manifiesto estos días en las actuaciones del Gobierno y del partido. Enumeremos algunos asuntos.
El inefable ministro Ábalos, número dos del PSOE, desmintiendo lo que dijo en su momento, aprobó dos informes que avalaban la concesión de la ayuda de 53 millones de euros a la extraña compañía aérea Plus Ultra, cuyos servicios consistían únicamente en comunicar Madrid con Caracas mediante los dos únicos aviones de su plantilla. Cuando se niegan otras ayudas de muchísima menor entidad a empresas que lo necesitan mucho más, ¿qué explicación se da de este feo asunto, ahora en los tribunales?
En una materia tan decisiva como subir o bajar impuestos, el Gobierno no ha aclarado su posición, pero las bajas de significativos altos cargos del Ministerio de Economía dejan una clara sospecha de que las contradicciones en su seno son cada vez más ostensibles. La ministra Calviño recuerda cada vez más a Pedro Solbes antes de su dimisión por los caprichos de Zapatero en la crisis de 2008.
Abrir expediente disciplinario a Joaquín Leguina y Nicolás Redondo por salir en una foto con la presidenta de Madrid en un acto de la fundación para ayuda a jóvenes discapacitados que preside el segundo y al que estaban invitados dirigentes de los demás partidos, ¿no es un despropósito que, además de demostrar autoritarismo partidista, expresa debilidad y la patética búsqueda de chivos expiatorios para justificar la derrota de dos días antes?
No alarguemos más la lista de despropósitos. Dejemos de lado la confusión e irresponsabilidad que el Gobierno ha mostrado al ceder a las comunidades la toma de medidas tras el fin del estado de alarma sin norma alguna que las regule —a pesar de que así lo sostuvo el ministro de Justicia en un artículo en ‘El País’ el lunes pasado— y que sitúa a los jueces como árbitros de una incómoda situación de naturaleza claramente política. Dejemos de lado también los informes necesarios para que se tramiten las ayudas de Bruselas. Dejemos de lado lo importante. Quien tanto se equivoca en asuntos menores todavía se equivocará más en los que son importantes.
Las elecciones en Madrid han señalado un antes y un después en la trayectoria de este Gobierno. El pueblo —de la Comunidad de Madrid— ha hablado. O se le presta atención o lo pagaremos todos los españoles. De momento, en el campo socialista, reina el desconcierto.