Joseba Arruti-El Correo
Tapar los fracasos y las vilezas con el envoltorio de una seductora apariencia resulta común en política. E incluso da buenos resultados. Aunque en ocasiones, en las más extremas, el ejercicio de desmemoria debe deslumbrar para que apenas quede rastro de un pasado siniestro. Sólo los ilusionistas más avezados son capaces de lograrlo.
En ese tránsito, de pronto, el ruido de antaño vira hacia la delicadeza de unas notas bien afinadas y las consignas apocalípticas y la furia apenas son susurros amorosos; la gama cromática se tiñe con la dulzura de los tonos pastel y los rostros inyectados de odio adquieren un rictus amigable y risueño. Parece un milagro, pero no lo es. Simplemente se trata del proceso de reconocimiento implícito de un fiasco mayúsculo, pero con pose jovial y despreocupada.
No es fácil aparentar que se es la antítesis de lo que siempre se ha sido. Revolverse contra la propia naturaleza. Requiere de una impostura hercúlea, tanto como para reivindicar la memoria desde la caprichosa selección cronológica, clamando por una paz que no desacredite a los verdugos. O, ya envalentonados, para erigirse en centinelas del bienestar con la infalibilidad del que sólo ha sembrado ruina.
Lograrlo sin cambiar ni siquiera de protagonistas roza ya lo excelso. Pero si en tiempos de zozobra las multitudes se aferran a cualquier clavo, para qué disimular más allá de lo imprescindible. Bien puede ser el líder eterno, transfigurado en mozalbete correoso, el que censure la supuesta falta de renovación ajena.
Quienes osen mentar siquiera el oportunismo de esa metamorfosis serán señalados por no remar en favor de la convivencia con suficiente ímpetu, aunque hayan practicado el respeto por el prójimo desde primera hora.
Pero la historia deja una huella indeleble. Y, en el futuro, la ponencia política que EH Bildu ha presentado de cara a su tercer congreso quedará como uno de esos artefactos que parecen estar fuera de su tiempo: hubiera sido un ejercicio de gratificante suma democrática hace medio siglo y no es más que un sarcasmo doloroso en 2024.
Dice ahora la élite pensante de la izquierda abertzale que el proceso hacia unas mayores cotas de soberanía debe ser gradual y sin agobios, respetando los tres ámbitos administrativos existentes y basándose en grandes acuerdos. Es bienvenida esa apertura de miras, cómo no, sobre todo para quienes tanto padecieron cuando los mismos que ahora aventan pétalos multicolor bramaban justamente lo contrario.
Combatieron lo más elemental, lo que hoy presentan como un hallazgo político. Cuánto sufrimiento se hubiera evitado sencillamente con una pizca de empatía, de humanidad. Quien se creyó la vanguardia transformadora ha terminado siendo el partido escoba, el que llega cuando ya han pasado todos.