Pedro Chacón-EL CORREO

El partido más fascinante de la política vasca y española al final también se ha desencantado y nos ha desencantado, todo a la vez, porque la decisión de Urkullu lo ha bajado al barro, a pelear entre los mortales. ¿Cómo imaginarse a partir de ahora al PNV? Ya no será más el que conocimos y, con toda seguridad, irá a peor. Y por eso sí podemos decir que hemos entrado, de sopetón, en un nuevo ciclo de la política vasca, de consecuencias imprevisibles y de pronóstico reservado.

¿Pruebas de por qué no es posible que el PNV haya tomado esta decisión y que haya sido, en cambio, el propio Urkullu el que ha decidido irse? Primera, porque Urkullu puso a todos en los puestos que ahora ocupan, empezando por el propio Ortuzar, que accedió a la presidencia del EBB por la vía de urgencia cuando Urkullu optó a la Lehendakaritza. Segunda, porque Urkullu desde la Lehendakaritza, y no Ortuzar desde el partido, ha dado todas las pautas ideológicas del partido desde que fue presidente del EBB hasta hoy: la nación foral, el concierto político, la convención constitucional, todas. Tercera, porque a ningún partido se le ocurre una decisión así sin preparar un recambio y Urkullu todavía no lo tenía. Cuarta, porque Urkullu tenía que disolver el Parlamento vasco y convocar elecciones en breve y a ningún partido en su sano juicio se le ocurre descabalgar como candidato al lehendakari en ejercicio que es el encargado además de tomar esa decisión. Quinta, porque Urkullu podría haber batido, con toda seguridad, el récord de Ardanza de catorce años en la Lehendakaritza, y eso ya no va a ocurrir, siendo Urkullu, de largo, mayor político que el de Elorrio.

Entonces, ¿por qué Urkullu ha tomado semejante decisión? Pues todo apunta a que no se encontraba cómodo apoyando a Pedro Sánchez. Sus dos intervenciones más recientes han sido las menos creíbles de todo su mandato: la primera, criticando las protestas de la derecha ante la sede de Ferraz; la segunda diciendo que, si no está prohibido en la Constitución, ahora se puede pedir ya el referéndum. En ninguna de las dos era el Urkullu que siempre habíamos conocido: discreto, pisando por donde lo hace el buey.

Urkullu habría apoyado a Feijóo: cada vez está más claro. Además, si las compensaciones del PP eran tan fastuosas como apuntó Aitor Esteban, el grueso de los votantes peneuvistas lo habría comprendido. Pero para eso quizás no habría que haber tensado tanto la repugnancia hacia Vox e indisponer a la opinión pública de esa manera, cuando Vox en Euskadi además es anecdótico. Ellos solos se cerraron así toda posible salida alternativa. Y ver al PNV con Junts es lo más extraño que pueda haber: ¿alguien se imagina a Urkullu prófugo de la Justicia española?

Salvando la posibilidad de que pudiera tratarse de una decisión de índole puramente personal o familiar, lo cierto es que Iñigo Urkullu nos ha dado la gran noticia del año, de la manera más sorpresiva, dejando la política vasca compuesta y sin novio, nunca mejor dicho.