IGNACIO CAMACHO-ABC
- De una crisis como la que ha provocado Sánchez la izquierda sólo puede salir, si sale, con una huida hacia adelante
Si Sánchez anuncia hoy su renuncia, los cinco días de ‘impasse’ presuntamente reflexivo habrán constituido su último ejercicio de narcisismo. Si decide seguir le quedarán muchos más, porque no puede vivir sin rendir culto a su propia personalidad, sin sentirse el alfa y la omega del universo político. En ambos casos tal vez haya disfrutado de tener en vilo a buena parte de la sociedad y sobre todo a su partido, cuya zozobra colectiva ha cristalizado en expresiones aclamatorias entre la angustia y el ridículo. Sin embargo, este lapso ha permitido constatar en términos objetivos –medibles en encuestas independientes– que una vez más la mayoría de la opinión pública no le ha creído. La confianza en su sinceridad está bajo mínimos al cabo de seis años de mentiras y bandazos continuos.
La paradoja del caso consiste en que quienes más creen –y temen– que se vaya a marchar son sus partidarios, mientras los que detestan su figura hasta los límites de la fobia están convencidos de que no abandonará el mando. Es probable que esta especie de proyección psicológica inversa le provoque un cierto orgullo malicioso, una cosquilla de complacencia en la imprevisibilidad de su liderazgo. Si permanece en el cargo le servirá para aumentar el control sobre un equipo y unos seguidores que le han puesto su destino en las manos y cuya sumisión será aún mayor tras el mal trago, pero si dimite toda esa leyenda demiúrgica desaparecerá en un rato, disuelta en la urgente disputa por el poder abandonado.
Una carrera que empezó el mismo miércoles de hecho, solapada bajo la atmósfera general de estupor y desasosiego. Especulaciones, cálculos, sondeos, tomas de posición, movimientos tácticos en silencio. Con mucho cuidado, eso sí, de no arriesgarse a un paso en falso antes de tiempo. Hasta los más críticos procuraron disimular exagerando su celo en esa competición de sometimiento por si alguien medía el grado de expresividad del gimoteo. Pero muchos socialistas vieron el sábado una postulación dinástica en el discurso inflamado de María Jesús Montero. Y bastantes miradas se han dirigido a Zapatero como albacea moral del sanchismo en una hipotética travesía del desierto.
De cualquier modo cabe esperar un incremento exponencial de la polarización política y civil sea cual sea el desenlace. El presidente ha sido proclamado mártir y con o sin él, con o sin primarias, con la investidura de un sucesor designado o con un adelanto de elecciones generales, la izquierda y sus socios van a lanzarse en tromba al ataque contra los sectores que ha señalado como responsables de este supuesto sabotaje. Y en primera línea, los medios de comunicación y los jueces –ojo a la reforma de la instrucción para otorgársela a los fiscales–, declarados oficialmente enemigos irreconciliables. De una crisis así sólo se puede salir, si se sale, con una desesperada fuga hacia adelante.