Estaba uno ayer tan ricamente viendo la retransmisión del desfile militar que se celebra con motivo de nuestra Fiesta Nacional. Cambio de lugar, intentos de que no se notase que el pueblo increpaba al felón, detalles hilarantes como la colocación entre Cuca Gamarra y Santiago Abascal del conocido Patxi López y cosillas que a servidor le agradan, como el paso de la Legión, tan aplaudida por el pueblo como vituperada por quienes nos gobiernan, esta vez acompañada por Pacoli, la habitual cabra. O cabro, O cabri, que también tiene sus derechos. Qué quieren que les diga, me gusta escuchar a la banda del Tercio, me gusta ver desfilar a mis hermanos, me gusta ver a esas Damas legionarias que dan sopas con honda a muchos que hemos llevado el chapiri. Y me gusta que una vez al año, se ponga en evidencia – las imágenes no mienten – el cariño que sentimos los españoles por nuestras Fuerzas Armadas, hijos del pueblo como nosotros, que dedican sus vidas y a menudo las pierden al servicio de todos. Y ver a Su Majestad el Rey, Capitán General de los Ejércitos, pasar revista a quienes están dispuestos a defender la libertad, la Constitución, la Corona y España. No sé si podríamos decir lo mismo de algunos políticos.
Este año había una novedad. Estaba ella, la Princesa de Asturias y sucesora en el orden dinástico; ella, Doña Leonor, serena de mirada, guapísima de aspecto, marcial como el que más; ella, de uniforme; ella, mirando atenta al Rey, su padre y superior. Podría ser mi hija y, ya ven, a este viejo escéptico se le metió algo en el ojo al verla ahí, aguantando en posición de firmes más tiesa que un palo. Era la esperanza de quienes deseamos una España en paz, concordia e igualdad. También pensé – otra vez algo se me metió en el ojo – en su abuelo Don Juan Carlos, y en que le hubiera gustado compartir el desfile con hijo y nieta, los tres uniformados, encarnando una monarquía que ha hecho de España una democracia.
Podría ser mi hija y, ya ven, a este viejo escéptico se le metió algo en el ojo al verla ahí, aguantando en posición de firmes más tiesa que un palo. Era la esperanza de quienes deseamos una España en paz, concordia e igualdad
Acababa el acto y los comentaristas de TVE, modositos, prudentes y políticamente correctos, no tuvieron más remedio que señalar los gritos de «Que te vote Txapote» o «Puigdemont a la prisión» que proferían los asistentes. Se coreó entonces «España una y no cincuenta y una». Ahí, uno murmuró «Eso recuerda a la España de antes de 1975» en alusión al franquismo, con lo que debió pensar que, primero, había logrado una figura dialéctica portentosa y, dos, que España se la inventó Franco. Lo primero es una bobada que no merece mayor comentario, lo segundo es de una intencionalidad que produce repelús, amén de una ignorancia oceánica acerca de España.
No podía ser de otra manera. Siempre que se habla de ejército, España y unidad sale el listo de guardia a tildar de franquista cualquier crítica a Sánchez. No dijo nada de Puigdemont – el jefe está negociando ir a Waterloo a hacerse una foto dándole la mano al del maletero a cambio de sus votos -, nada de Txapote – el jefe precisa de Bildu y, además, lo de ETA pasó en el pleistoceno – ni tampoco osó meterse con la Corona. Pero sacó a pasear al franquismo, porque ya se sabe que estamos rodeados de fachas y hay que darle caña al mono. Ignoro si con esa sandez se ganó el sueldo. La que sí se lo ganó fue Doña Leonor con su saber estar, su porte y ese aire de majestad que empieza a envolverla sin discusión.
Y sí, nene, España es una y no cincuenta y una. Haz los números, que no parece que andes muy ducho en matemáticas.