El desgobierno perfecto

Ignacio Camacho-ABC

  • Hace falta vocación, talento y mucho ensayo para lograr que cada decisión sobre la pandemia perfeccione el caos

No es cierto que este Gobierno no haga nada bien. Las abundantes críticas de incompetencia y de fracaso olvidan su primorosa, sincronizada y cabal destreza en la implementación del caos. Hay que ser justos: se trata de un trabajo que para para ser cumplido con eficacia requiere cierta aptitud vocacional, mucha aplicación y bastante ensayo. Sánchez y sus colaboradores traían de serie ese infrecuente talento y la pandemia les ha permitido desarrollarlo con la precisión de un método. Al ministro Illa se le notaba algo incómodo en el esfuerzo pero su sucesora está revelando una solvente naturalidad en la siembra del desconcierto. Con la impagable ayuda de Simón el Embustero ambos han logrado asentar un desbarajuste perfecto en el que resulta absolutamente imposible atisbar un destello de organización, una brizna de coherencia y, por supuesto, un leve indicio de éxito.

En las primeras oleadas cabía la coartada de la sorpresa. Había que improvisar y el Ministerio de Sanidad era una carcasa hueca, inservible ante la magnitud de la tragedia. Cualquier decisión sensata, en el improbable caso de que a alguien se le ocurriera, tropezaba con la intransigencia de Iglesias mientras el presidente sólo estaba pendiente de esquivar responsabilidades y de impostar liderazgo en sus homilías dominicales. Fue la apoteosis del desmadre, un espectáculo de inoperancia apabullante. Y como no había modo de ocultar los fallos se desplegó una gigantesca operación de engaño de Estado, información falsa, propaganda desmedida y trucaje de datos. Luego vino la milonga de la cogobernanza para escapar del desgaste del estado de alarma, y por último la desquiciada idea de dejar en manos de los tribunales el control de la desescalada. Y ahora que las vacunas empiezan a despejar el panorama llega la actuación estelar de Carolina Darias, con su empeño en volver a centralizar el enredo que las autonomías van poco a poco deshaciendo a base de puro tanteo y de pasar sus medidas por el filtro del Supremo.

Por si no bastaba con inventarse por su cuenta el lío gratuito de la segunda dosis de AstraZeneca, Darias complica con instrucciones superfluas los problemas que las comunidades tratan de resolver mal que bien a su manera. A buenas horas pretende el Ejecutivo asumir el modelo de gestión que desdeñó con el virus en el apogeo, cuando disponía de un marco jurídico excepcional para imponerlo. En su obsesión por someter a Madrid bajo su criterio, el sanchismo vuelve a romper el consenso sin conseguir otra cosa que generalizar el descalzaperros cuando ya carece, por voluntad propia, de poderes para restringir horarios o movimientos. Con sus bandazos ha perdido el crédito y el respeto. A estas alturas no hay posibilidad de saber si son o no razonables sus planteamientos: durante demasiado tiempo sólo se ha mostrado fiable como competentísimo agente del desgobierno.