El problema no es que alguien quiera diluir una identidad que nadie tiene derecho a definir a su antojo. El problema es que el nacionalismo vasco se niega a reconocer lo más característico de la sociedad vasca: su complejidad.
Es penoso tener que volver una y otra vez a temas que no dan ya más de sí, y que además no poseen un carácter intelectual que permita avanzar en el descubrimiento de nuevas ideas. Pero las manifestaciones de algunos líderes políticos nacionalistas obligan a seguir dando vueltas al mismo molinillo de siempre. Esta vez ha sido el ex lehendakari Ibarretxe el que ha vuelto con la rueda de molino: el PP y el PSE están tratando de disolver, de desmontar la identidad vasca.
Supongamos que el señor Ibarretxe considera a quien firma esta líneas como un vasco más. Si el PP y el PSE están desmontando la identidad vasca, me están desmontando a mí como vasco. Pero lo cierto es que no observo ningún síntoma de desmontaje en mi realidad. Dejé de ver ETB, primer programa -salvo pelota- siendo lehendakari el propio Ibarretxe, y así continúo. Continúo dando mis clases en la Universidad en euskera. Sigo hablando euskera en mis relaciones familiares y con mis amigos que saben euskera y con los que no hay que andar corrigiendo cada frase. Leo poesía en euskera, aunque no sólo. Me interesa mi país, y sigo considerándome vasco, aunque no sea mi principal preocupación vital.
En opinión de Ibarretxe, debiera estar perdiéndome algo importante en mi vida. Y quizá él, desde su carisma de lehendakari, sepa algo sobre mí que a mí mismo se me escapa. Pero cabe también que lo que es vasco para el lehendakari, y que él ve en proceso de desmontaje por parte de los enemigos de la identidad vasca, PP y PSE, sea algo distinto a lo que yo consideraría como vasco, y que por lo tanto no puedo percibir como desmontaje.
Con lo cual ya tendríamos algo que el señor Ibarretxe no parece percibir: que hay distintas formas, dentro de la sociedad vasca y no fuera de ella, de definir lo que es vasco, de considerar lo vasco. Para él lo más importante será, probablemente, el derecho a decidir que tiene el pueblo vasco. Y me imagino que en ese pueblo vasco me incluye a mí. Pero quizá no sabe qué es lo que entiendo yo por derecho a decidir, ni qué entiendo yo por pueblo vasco. Yo entiendo que la sociedad vasca sí decidió algo cuando aprobó el Estatuto. Y yo entiendo que esa decisión no está a disposición de quienquiera.
Y yo entiendo que pueblo vasco es tanto quien cree en el derecho de autodeterminación como quien no cree en tal cosa. Yo entiendo que tan pueblo vasco es el presidente de los populares vascos como el propio Ibarretxe. Yo entiendo que el actual lehendakari, el señor López, es tan pueblo vasco como el presidente del PNV.
Es más: considero que lo que ha caracterizado al pueblo vasco a lo largo de la historia son varias cosas. La división primero: un país, una sociedad que ha encontrado a lo largo de la historia demasiadas razones para dividirse y pelearse. En segundo lugar, un país complejo en sus lealtades: consciente de sus diferencias institucionales, pero al mismo tiempo consciente de su integración y participación en ámbitos más amplios de actuación y de decisión que se llamaban España. Sin complejos y a mucha honra. Como Ignacio de Loyola, como Garibay, como Legazpi, como Urdaneta, como Oquendo, como Churruca, como los hermanos Zumalacárregui, tanto el carlista como el liberal, por citar sólo a algunos.
La identidad colectiva vasca que empieza a formarse a lo largo del siglo XIX se centra en el principio de la doble lealtad: a la diferencia propia y a la monarquía española. Y el surgimiento del nacionalismo de la mano de la lógica mimética del Estado nacional -sólo una lealtad es posible- no hace de la sociedad vasca una sociedad homogénea en el sentimiento de pertenencia, sino una en la que los monárquicos siguen presentes, así como los socialistas y los liberales.
Claro que quizá sea necesario recurrir al bisturí para podar la historia vasca de todos aquellos elementos que no quepan en la definición de vasco que sea aceptable para el señor Ibarretxe. Sólo que esta utilización del bisturí tiene un problema: cuando se limpia la historia de elementos que se consideran extraños a una definición determinada de identidad, se cae en la tentación de hacer lo mismo con quienes en la actualidad continúan con formas de entender la sociedad vasca que tienen raíces en la historia vasca: se extirpan vascos de la definición de identidad vasca.
En la supuesta definición de vasco de Ibarretxe entran vascos que no hablan euskera, ni conocen esa lengua en el más mínimo grado. Y sin embargo no pertenecen a esa definición de vasco no pocos que viven diariamente en euskera. En la supuesta definición de vasco de Ibarretxe entran vascos que saben poco de la historia vasca, que no la conocen en absoluto, que desconocen la existencia de personalidades vitales en esa historia, que desconocen el folklore vasco, su cancionero, sus costumbres -y no precisamente las recientemente inventadas-. Y sin embargo no entran vascos que se sienten en casa en la historia vasca, en sus personajes, en su folklore, en su cancionero, en sus costumbres.
Y todos son, debieran ser considerados vascos, dignos del mismo respeto, sujetos de los mismos derechos, sin que nadie se crea en el derecho de establecer prevalencias entre ellos. Porque el problema de la sociedad vasca no es que tenga un conflicto con España, con el Estado, no es que su identidad esté oprimida, que no pueda expresarse, no es que la lengua vasca esté perseguida por no ser reconocida, por ahora, como lengua de uso en el Parlamento español -donde muchos vascos, incluso nacionalistas, necesitarían traducción simultánea si alguien se pusiera a hablar en euskera-, no es que alguien quiera diluir una identidad que nadie tiene el derecho a definir a su antojo, sino que el problema es que el nacionalismo vasco se niega a reconocer lo más característico de la sociedad vasca y de una gran mayoría de vascos, su complejidad. Y se niega a reconocerlo porque, si lo hiciera, debería extraer consecuencias que le debieran llevar a reformular su nacionalismo para hacerlo compatible con la democracia que, en el fondo, no es otra cosa que la gestión del pluralismo y la complejidad.
Joseba Arregi, EL DIARIO VASCO, 6/2/2010