Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
- Los informes de Draghi y Letta ofrecen un diagnóstico certero de la situación en Europa, pero sus soluciones son complejas porque afectan a comportamientos sociales
Volkswagen no es una empresa cualquiera. Es más que una empresa. Es un símbolo de la industria alemana, que es la bandera de la industria europea, que es el sector clave de la economía de la UE. Bueno, pues ahora cambien el tiempo del verbo y allí donde pone ‘es’ ponga ‘era’. La economía de la UE no es lo que era. Está estancada coqueteando demasiado tiempo con la recesión. La industria europea no es lo que era. Está abrumada por las consecuencias de unas políticas insensibles a la realidad, ideologizadas hasta el extremo, ciegas ante una situación competitiva profundamente asimétrica. Y Volkswagen tampoco es lo que era. La vemos hoy sumida en una crisis que hubiese sido impensable hace pocos meses y que se enfrenta a retos inauditos en forma de ausencia de capacidad competitiva, motivada por políticas que nadie nos ha impuesto desde fuera y que hemos asumido de manera inconsciente e irresponsable. Sus ventas en Europa han caído en dimensión de cientos de miles de automóviles y se tambalea un grupo con diez marcas y docenas de plantas en todo el mundo. Curiosamente, los beneficios logrados en China, el gran ogro del coche eléctrico, han maquillado un tiempo los resultados y alargado su agonía.
Los problemas a los que se enfrenta la empresa son muy graves. Afectan a tres plantas, a los salarios de cientos de miles de trabajadores que los verán reducidos y sobre los que pende la amenaza de los despidos. Se habla de decenas de miles. Los sindicatos acusan a la dirección de fallos en la estrategia. Seguro que los ha habido, pero cuando la situación es tan general y afecta a tantas empresas en tantos lugares hay que buscar otro tipo de razones. No hay que ir muy lejos para encontrarlas.
Cuando todo el mundo se protege del exterior, Europa es un oasis de libertad para las importaciones. Cuando todo el mundo lamina sus compromisos de emisiones, Europa se muestra intransigente en los objetivos y, lo que es peor, en los plazos a pesar de los fracasos en los logros. Cuando todo el mundo se integra en grandes mercados, Europa se fragmenta en unidades mínimas. Cuando todo el mundo desregula y liberaliza trámites administrativos, Europa se convierte en un coloso de la intervención y del control.
En consecuencia, ¿debemos levantar barreras, desregularlo todo, olvidarnos del clima…? No, claro. Pero tampoco podemos desconocer aquello de que «cuando todo el mundo se vuelve loco, permanecer cuerdo es una locura». Ni podemos obviar la crucial cuestión de la distribución de los costes y la formación de los precios en el mundo de hoy.
Cuando todo el mundo se protege del exterior, Europa es un oasis de libertad para importar
Hace meses, el consejero delegado de Repsol, Josu Jon Imaz, con su clarividencia habitual, se preguntaba si no estaríamos haciendo el ‘canelo’. Hoy vemos que lo hacemos y empezamos a ver el coste del despiste estratégico. No solo el de Volkswagen, que es un símbolo perfecto del camino que llevamos, me refiero al despiste europeo. Lean los informes realizados por Draghi y Letta. Allí encontrarán los diagnósticos, certeros como misil guiado por láser. ¿Las soluciones? Esas ya son más complejas, porque afectan a los comportamientos sociales generales mucho más que a las decisiones gubernamentales particulares.
Europa necesita cambiar muchas cosas y una de las primeras es esa suicida concepción de que solo existen los derechos y no las obligaciones, y que el Estado puede solucionar todas nuestras necesidades sin contar con nuestro esfuerzo personal. Tan solo engordando el déficit, como si fuera un gorrino.