José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Salvo que la manifestación de este domingo inocule el miedo en los separatistas y les aconseje declinar las enmiendas a la totalidad, la legislatura está dando sus últimas bocanadas
Previsible patético final de la legislatura. En el espacio de cuatro días el Gobierno ha tenido que realizar una rectificación absoluta de sus posiciones. De proponer un relator en la mesa de partido catalanes, a romper las negociaciones en curso con los independentistas. No ha sido una decisión voluntaria de Sánchez. El presidente del Gobierno no ha tenido más remedio que reconocer que carecía de fortaleza política para sobreponerse a su propio partido —mayoritariamente contrario a su política en Cataluña— e, incluso, a la resolución de la oposición del PP y Ciudadanos que mantienen para mañana la concentración en la plaza de Colón de Madrid.
El desplome gubernamental ha sido fulminante. La pésima gestión de Carmen Calvo —responsable inmediata de la crisis— sobre las concesiones a los partidos separatistas (de nuevo el trabalenguas del ‘relator’) y la impresión arraigada en los medios de comunicación, incluso en los proclives a apoyar al Ejecutivo, de que el esfuerzo negociador con los grupos catalanes respondía mucho más al interés de Sánchez por permanecer en la Moncloa con los Presupuestos de 2019 aprobados que a explorar soluciones estadistas a la crisis catalana, han privado de credibilidad al presidente del Gobierno que pese a su conocido «manual de resistencia» ha tenido que ceder.
En el PSOE había cundido la seguridad de que la prolongación de las conversaciones con los independentistas, de los que el Gobierno no ha obtenido ni la más mínima de las concesiones, conducía al partido a perder las elecciones autonómicas y municipales del 26 de mayo y a reducir sus posibilidades en unas eventuales generales. En la organización había comenzado a alarmar la tozudez de Sánchez y su imperturbabilidad ante el curso de los acontecimientos. Una serie de pronunciamientos concatenados de dirigentes del PSOE —incluidos González y Guerra— y una acerva crítica de referentes mediáticos de la izquierda a su decisión sobre el traído y llevado relator, han terminado por doblar el pulso al inquilino de la Moncloa..
El conocimiento público de los insultantes 21 puntos de Torra, entregados en un documento al presidente el pasado día 20 de diciembre en Barcelona, ha causado hondísima impresión y, especialmente, la nula reacción del Gobierno ante los disparates del presidente de la Generalitat. La sensación, así, de que Sánchez quedaba al albur de los independentistas ha hecho el resto: pese a los esfuerzos de la incompetente Carmen Calvo por mantener un «buen rollo» con Aragonès y Artadi, tanto republicanos como neoconvergentes le han plantado al Ejecutivo dos enmiendas de devolución de las cuentas públicas que se votarán el miércoles en el Congreso.
Salvo que la manifestación de mañana en la Plaza de Colón inocule el miedo en los separatistas y les aconseje declinar las enmiendas a la totalidad —algo improbable pero no imposible— la legislatura está dando sus últimas bocanadas. No habrá Presupuestos y, en consecuencia, en mayo o en otoño se convocarán elecciones generales. Después de la crisis que ayer certificó, tras el Consejo de Ministros, la vicepresidenta del Gobierno, la situación política ha devenido en insostenible y solo registra una salida lógica: la convocatoria de comicios generales.
La manifestación cambia de naturaleza y podría convertirse más que en una reclamación, en una celebración por el abrupto fracaso de Sánchez
La manifestación de mañana cambia, así, de naturaleza y podría convertirse más que en una reclamación, en una celebración por el abrupto fracaso de Sánchez. A fin de cuentas solo él y sus asesores —obsesivamente focalizados en su relación con el secesionismo catalán— parecían no percibir las corrientes de opinión pública que se manifestaron aritméticamente en las elecciones andaluzas del pasado 2 de diciembre. El empeño de Sánchez por ser derrotado en los próximos comicios remitía a una personalidad aislada de la realidad y persuadida de que podía manejar los resortes institucionales con una irresponsable frivolidad, nunca vista en la política democrática española.
Sánchez ha sido altivo y no ha sabido interpretar la naturaleza de su presidencia, que siendo tanto legal como legítima, tenía un desarrollo lógico: brevedad temporal para una convocatoria «cuanto antes» de elecciones generales, tal y como él mismo proclamó. Las razones que le hicieron cambiar sus sensatas y lógicas previsiones iniciales parecen remitir a una ambición de poder poco controlada y a una autoestima de sus capacidades francamente excesiva.
Cabe preguntarse, además, si el secretario general del PSOE conoce de verdad el alma de su partido
Como escribí el pasado jueves, el Gobierno de Sánchez ha manejado expectativas, pero no ha sabido ni podido implementar sus decisiones (exhumación de Franco o reforma de la Constitución) que ha combinado con ocurrencias sin contenido material. El resbalón del relator —un asunto que no debió dejarse en manos de Calvo que ya dio muestras del alcance de sus capacidades con el secretario de Estado del Vaticano— y la chulería de los independentistas, desataron unas presiones en el socialismo y en los medios de la izquierda que Sánchez, pese a su leyenda resistente, no ha podido soportar. Cabe preguntarse, además, si el secretario general del PSOE conoce de verdad el alma de su partido.