ÁLVARO NIETO-Vozpópuli
- Nos hemos acostumbrado a la mentira con demasiada facilidad. Nos engañan a la cara y nadie paga por ello. Por eso siguen mintiendo.
El pasado viernes 29 de enero, Vozpópuli despertaba con una portada antológica que incluía hasta seis primicias que fueron la envidia de buena parte de la competencia. Las tres primeras tenían un contenido eminentemente empresarial: «Vodafone y MásMóvil ultiman su fusión para crear el mayor operador español», «Reunión secreta de Pedro Sánchez con Vivendi tras su desembarco en Prisa» y «Kike Sarasola acude a la SEPI para rescatar Room Mate con 50 millones».
Curiosamente, los periodistas encargados de elaborar esas tres noticias se encontraron los días previos con la misma dificultad: el empeño de los protagonistas por negar los hechos. Como es fácil adivinar, esa estrategia sólo buscaba desviar la atención e impedir, en la medida de lo posible, la publicación de esas informaciones.
Hace unos años, cuando un periodista llamaba a una empresa o a una institución pública para intentar confirmar una noticia, a lo máximo que se atrevía el interlocutor era a responder con un escueto «sin comentarios». Era la manera más cortés de salir del paso ante una pregunta incómoda sin necesidad de tener que mentir rechazando algo que antes o después se iba a confirmar. Y, por supuesto, si un portavoz oficial te negaba algo de forma contundente, no había más que hablar, era imposible que te estuviera engañando.
Sin embargo, en la España actual ese «no comment» se está convirtiendo en una reliquia. Ahora los encargados de comunicación de las empresas y de los ministerios se han convertido, salvo honrosas excepciones, en seres sin escrúpulos dispuestos a todo con tal de que una verdad molesta no salga publicada. Por eso son capaces de desmentir al periodista incluso aquello que saben que es cierto. Tratan de evitarse el disgusto de que les llame su jefe a capítulo al día siguiente. Y con esa maniobra torticera muchas veces logran su propósito: que no se publique nada.
La mentira como estímulo
Afortunadamente para los lectores de Vozpópuli, los periodistas de este diario ya están muy escarmentados al respecto. Quizás otros reporteros más acomodaticios sí sucumban ante el primer portazo de un portavoz oficial, pero en este periódico los improperios de un jefe de comunicación suelen servir de estímulo para seguir trabajando la noticia en busca de su confirmación. De tal forma que con frecuencia publicamos primicias que, paradójicamente, incluyen en su texto el desmentido oficial correspondiente.
Por supuesto, una vez publicadas el viernes las tres noticias anteriormente comentadas, nadie osó desmentirlas, puesto que eran ciertas. Pero tampoco los portavoces de turno llamaron a los periodistas de Vozpópuli para disculparse por el papelón de haberlas negado hasta el minuto antes de su publicación.
Mentir se ha convertido en algo habitual, de lo que nadie se arrepiente y por lo que nadie es castigado. Lo hemos visto muchas veces. ¿Se acuerdan ustedes del ‘Delcygate’, por ejemplo? Este periódico publicó la reunión entre el ministro de Transportes, José Luis Ábalos, y la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, a pesar de que el Gobierno la estuvo negando durante dos días. Al final, las pruebas y las fuentes con que contábamos eran tan evidentes, que decidimos publicar la noticia.
La agenda presidencial
En el caso de una empresa privada puede ser más discutible si es lícito mentirle a un periodista con tal de preservar los intereses de la sociedad. Pero, en un organismo público, debería ser causa directa de despido que se mienta a la prensa.
Veamos por ejemplo la noticia sobre la reunión secreta entre el presidente del Gobierno y el consejero delegado de Vivendi, Arnaud de Puyfontaine. En este caso, cabría preguntarse primero cómo es posible que no sea pública una cita de Sánchez con el máximo responsable de una empresa francesa que acaba de comprar una parte sustancial de uno de los principales grupos de comunicación de España. ¿No habíamos quedado en que la agenda de los políticos debía ser transparente? ¿Acaso se pretendía esconder algo?
Admitamos por un momento que no se informe de antemano de esa reunión, que ya es mucho admitir. Si un periodista llama a Moncloa con posterioridad preguntando por la existencia de esa cita, ¿no debería ser la confirmación de la reunión la única respuesta posible? Y, en el caso de que el interlocutor desconozca los detalles, ¿no debería ser su obligación preguntar y aclarar el asunto cuanto antes?
Nos mintieron con los expertos, con la desescalada, con los test, con el IVA de las mascarillas… y lo han vuelto a hacer con las vacunas: ni se está vacunando en 13.000 puntos, ni estará inmunizado el 70% en junio
Lamentablemente, en España nos hemos acostumbrado a la mentira con demasiada facilidad. Quizás porque a nadie le pasa factura faltar a la verdad. Ahí tienen por ejemplo al presidente del Gobierno, que nos repitió en campaña aquello de que no podría dormir por las noches si gobernara con Podemos… O ahí tienen al exministro Salvador Illa, ahora estrella rutilante en Cataluña y experto en decir una cosa y la contraria con escaso margen temporal. Nos mintieron con los expertos, con la desescalada, con los test, con el IVA de las mascarillas… y lo han vuelto a hacer con las vacunas: ni se está vacunando en los famosos 13.000 puntos que se anunciaron, ni estará inmunizado el 70% de la población para el mes de junio, que fue lo que se dijo en un principio. Ahora el Gobierno ya habla hábilmente de «al final del verano», pero ni con esas salen las cuentas. En vez de decirle la verdad a la gente, por incómoda que sea, prefieren engañar y crear falsas esperanzas. Luego llegará el verano y nadie se acordará. Y, por supuesto, llegarán las elecciones y a nadie le importará. Cada cual seguirá votando a su parroquia.