IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La teoría de la conspiración y el agravio es una manta demasiado corta para tapar el escándalo del Barça y los árbitros

El escándalo arbitral del Barça está indultado de antemano, sin necesidad de que el sanchismo haga su magia jurídica para liberar a la sufrida nación catalana y culé de un nuevo agravio. El procedimiento fiscal, origen del hallazgo, seguirá su curso pero no habrá castigo competitivo porque gracias a la Ley del Deporte –casualmente aprobada en el mismo pleno parlamentario que la rebaja de la malversación– las presuntas irregularidades han prescrito. También es casualidad, o lo parece, que los años investigados del escabroso contrato coincidan con el punto crítico del ‘procès’, a cuyo servicio pusieron el club sus directivos por no desmerecer la autoatribuida condición de símbolo del soberanismo. Las coincidencias en el tiempo no implican una necesaria correlación de causa y efecto pero sí dan fe del trasfondo identitario con que el barcelonismo –ay, aquel partido a puerta cerrada el día del referéndum– asumió su papel heráldico en el movimiento insurrecto.

Como es habitual, la reacción de los encartados ha consistido en envolverse en la bandera victimista y apelar a los sentimientos. Fuera complejos. Una conspiración más de Madrid (y el Madrid) para desestabilizar al equipo cuando va primero. Más o menos igual que la fortuna de los Pujol en Andorra o la sentencia del Supremo: turbios manejos del Estado opresor contra un pueblo en lucha heroica por hacer realidad su destino manifiesto. Esta vez la teoría necesita de algún afinamiento que maquille las evidencias –dejémoslo en indicios por el momento– sobre la finalidad del dinero entregado al número dos del Comité Arbitral para «informes técnicos». La parte menos sectaria de la afición blaugrana vive el caso entre incrédula y abochornada, preguntándose para qué demonios hacía falta el tráfico de influencias teniendo a Messi en la cancha. Ahora aquella teoría del ‘villarato’ –copyright Alfredo Relaño– ya no parece una leyenda urbana. Hay margen legítimo para la suspicacia.

En España se nombra a los árbitros por sus dos apellidos porque en la dictadura había uno llamado Franco (Martínez) y al Generalísimo le hacía muy poca gracia saber que su patronímico era objeto de chanzas e insultos en las gradas. El fútbol, como fenómeno de masas y de poder blando, nunca ha podido escapar de la sombra de la política y el Barcelona ha explotado a conciencia esa analogía hasta acabar dando cobertura moral y logística a la sedición independentista. Pero tiene difícil amparar en esa vocación reivindicativa los pagos millonarios al vicepresidente de los ‘trencillas’, estipendios que además cesaron cuando el receptor abandonó su cargo en la jerarquía federativa. Según las estadísticas del período bajo pesquisa, el equipo cayó en la Champions europea de forma repetida mientras en el ámbito nacional ganaba de calle la Liga. Y sin penaltis en contra: no hay más preguntas, señoría.