- El PP está obligado a distanciarse del resto de opciones nacionalistas. Pero, a la vez, una política excesivamente centralista tiene poco arraigo y rédito electoral en Euskadi.
El lunes, el candidato de EH Bildu a lehendakari, Pello Otxandiano, ante la pregunta de si ETA fue un grupo terrorista, ofreció un titubeante discurso en el que se refirió a la banda como «un grupo armado» propio de un «ciclo político» felizmente concluido que permitiría, al fin, una paz asentada sobre una pluralidad de memorias y consideraciones sobre qué es o no terrorismo.
Para Otxandiano son equiparables la violencia de ETA y la del Estado, como si pudiese haber una paz neutral. O como si la memoria que propone no fuese, en el fondo, un olvido conveniente a la normalización de la izquierda aberzale como ideología hegemónica en el País Vasco, y como fuerza central en el Gobierno de España.
Asumir el discurso «estatal», condenar el legado de ETA abierta y tajantemente, sería tanto como deslegitimarse de raíz.
Este es el difícil papel que interpreta Otxandiano, y que Otegi no podía interpretar creíblemente. Contentar a los adeptos de la izquierda aberzale más dura, al tiempo que se proyecta a EH Bildu como una fuerza presentable y normal. Una aspiración a usurpar el papel del PNV de administrador e interlocutor respetable sin confundirse del todo con él, prometiendo un nuevo ciclo de ruptura con rostro amable y técnico.
Otro episodio significativo, y que sirve para adentrarse en la especificidad vasca en lo concerniente al triángulo entre dos partidos nacionalistas y el PSOE nacional y sus inercias:
En una entrevista concedida a este periódico la semana pasada, Iñaki Anasagasti, célebre portavoz del PNV, declaró «superados los prejuicios del PNV» porque «el Athletic gana con negros y Pradales viene de Burgos». Se oponía también al blanqueamiento de EH Bildu, subrayando su pasado violento contra su fachada de partido socialdemócrata.
Se trata de despejar del imaginario colectivo la imagen del partido jeltzale como ligada a sus orígenes aranistas, reaccionarios y racistas. Y a la vez, de desmarcarse de la izquierda aberzale para seguir ocupando su lugar como partido europeo, democristiano o socialdemócrata, en todo caso pragmático y limpio. Un partido con el que se puede hablar y pactar presupuestos civilizadamente.
Pero lo cierto es que las declaraciones de Anasagasti sobran a quien siga algo de cerca la actuación del PNV. El otrora partido de Dios y las leyes viejas hace mucho tiempo que se separó de sus principios fundacionales para abrazar el progreso y las leyes nuevas.
Otra vez, la necesidad de contentar a una parroquia (en este caso, más conservadora, tradicional o sencillamente pragmática), al tiempo que se asume la hegemonía progresista. Se trata de reeditar pactos con el PSE-EE, cuyo líder, Eneko Andueza, adivina con pesar que el futuro es una coalición entre nacionalistas, lo que no impedirá renovar el acuerdo con la facción que siguen entendiendo como moderada.
«En el País Vasco el nacionalismo tiene un calado sociológico notablemente más profundo y asentado que en Cataluña»
El riesgo inercial al que se enfrenta el PNV, por tanto, es quedar absolutamente desnaturalizado. Mientras el Gobierno central legitima a EH Bildu como opción de izquierda aceptable, ellos naufragan hacia la conversión en un partido progresista moderado. Su propia política cultural y económica sienta las bases de su desaparición.
Tras esta dinámica, se entrevé otra más de fondo.
Y es que, si bien no tardó Pilar Alegría en proscribir las declaraciones de Otxandiano como un acto de desprecio a las víctimas de ETA, hace tiempo (al menos, desde los gobiernos de Zapatero, y cada vez más nítidamente) que los bloques que se dibujan en la política española son dos.
Uno, progresista y democrático, conformado por los partidos de izquierda nacional y los secesionistas, cuya equiparación creciente de lo nacional con lo derechista les empuja por la pendiente resbaladiza de la confusión con opciones de izquierda secesionista.
El otro bloque, el de «la derecha», insensible a las nacionalidades según este discurso legitimador.
En este punto, la desmemoria que nos ofrece Otxandiano casa con los esquemas de memoria democrática del Gobierno central. La primera es necesaria para el éxito de la segunda.
Así se entiende que el crecimiento de EH Bildu, hasta situarse en el quicio de ser la opción más votada en el País Vasco, se explique en buena medida por su capacidad de atraer para sí a los votantes habituales de Podemos y Sumar. Y que la coalición menos indeseable para los que se oponen al nacionalismo vasco sea, precisamente, un pacto entre socialistas y nacionalistas.
Con todo, el País Vasco no es Cataluña. La opción del electorado nacionalista, en una región donde el nacionalismo tiene un calado sociológico notablemente más profundo y asentado, parece seguir siendo la de un templado ir obteniendo cada vez más competencias y recursos del Estado central.
Una estrategia mucho más prometedora que el suflé unilateralista catalán.
Por lo mismo, difícil es que una fuerza que no sea percibida como local tenga éxito en unos comicios vascos, mientras que un discurso nítidamente centralista y frontal tiene más visos de atraer voto en el caso catalán.
Así las cosas, ¿dónde queda el Partido Popular?
«Las inercias de una sociedad hondamente marcada por la hegemonía nacionalista de uno u otro signo auguran un nuevo fracaso de la derecha»
La estrategia de Feijóo está consistiendo, primero, en dar protagonismo a su candidato a la Lehendakaritza, Javier de Andrés. Supone, sin duda, un acierto, fruto del aprendizaje del líder popular de su experiencia gallega. Y, segundo, en presentar al resto de fuerzas concurrentes como un sólo bloque cuya única alternativa sería su partido.
De Andrés ha optado por un discurso de confrontación abierta. Desde poner encima de la mesa la cuestión del exilio de miles de vascos por la violencia terrorista, como génesis de las bajas expectativas de voto de la derecha en Euskadi, hasta la impugnación de la opción PNV-PSE, a la búsqueda de un electorado vasco conservador y antinacionalista.
Conviene para este fin, en cualquier caso, evitar excesos jacobinos. No sólo por su escasa probabilidad de arraigo en tierras vascas y navarras, sino porque no conviene a un partido en posesión de un enorme poder territorial que oponer al Gobierno central.
También ha acudido a Bilbao Isabel Díaz Ayuso, para subrayar la creciente conversión del PNV en un partido izquierdista más. Y si Ayuso representa para muchos vascos, precisamente, una imagen foránea y centralista, no es menos cierto que, en alianza con la estrategia del PP nacional, puede servir para atraer a un porcentaje menor del electorado vasco por el que compite con Vox.
En definitiva, la derecha ha jugado todas sus cartas en las próximas elecciones vascas. Pero las inercias de una sociedad hondamente marcada por la hegemonía nacionalista de uno u otro signo, y su conveniencia para el Gobierno nacional, auguran, nuevamente, la tragedia de los conservadores.
*** Pedro Lecanda es jurista y escritor.