Mikel Buesa, mikelbuesa.wordpress.com, 11/9/11
El Día de Cataluña es una buena ocasión para reflexionar acerca de algunos problemas estructurales que afectan a España y a Cataluña, y que están siendo tergiversados, como tantas veces ocurre, por el nacionalismo. El principal de ellos es, sin duda, el de la crisis económica en lo que atañe a las Administraciones Públicas.
Hemos vivido durante años la realidad de unas Administraciones Autonómicas y Municipales auténticamente invasivas, no sólo de las competencias del Estado, sino también de la vida privada de los ciudadanos, que han ido engordando de manera desmesurada bajo la ficción de que la burbuja inmobiliaria estaría produciendo rendimientos fiscales eternamente.
La crisis ha mostrado dramáticamente que esa ficción estaba alimentada por unos políticos dispuestos a sacarle rendimiento a la especulación, muchas veces combinando la ampliación de los servicios públicos —y de las plantillas de personal políticamente afín— con la más genuina corrupción. Es la crisis la que ha señalado que ese estado de cosas no se podía mantener y que tenemos que ir a un cambio radical de modelo.
Los nacionalistas se han apresurado a arrimar el ascua a su sardina para afirmar que ese cambio de modelo no puede ser otro que el de la profundización de la soberanía de Cataluña, llegando incluso hasta su independencia. Y tenemos propuestas acumulativas, formuladas muchas veces por las mismas personas y los mismos partidos, que van desde la limitación de la solidaridad constitucional, pasando por la reclamación de un ficticio déficit del 9 % en la balanza fiscal, hasta la independencia del país.
Todas estas propuestas prometen la felicidad y el bienestar a los catalanes sin hacer nada. Nos dicen: «Vais a ser ricos sin tan siquiera tener que esforzaros, sin tener que trabajar».
Los nacionalistas llevan décadas formulando este discurso que achaca los problemas a los «españoles que nos roban la cartera», como dijo una vez el economista Xavier Sala i Martin, siguiendo la estela que, allá por los años sesenta, estableció otro economista nacionalista: Ramón Trias Fargas, cuyo nombre sirve ahora de denominación a una de las principales fundaciones de Convergencia i Unió.
Un discurso cuya falsedad se le alcanza a cualquiera de nosotros, pues todos sabemos que nuestro bienestar es, principalmente, el fruto de nuestro trabajo, del esfuerzo que todos los días despliegan millones de trabajadores, de emprendedores y profesionales autónomos, y de empresarios.
Los nacionalistas nos dicen que hay que limitar la solidaridad constitucional entre las regiones de España o que hay que recuperar el déficit fiscal de Cataluña. Pero nos ocultan que esa solidaridad no es más que el fruto de instituciones como la Seguridad Social o el sistema de impuestos directos, que redistribuyen la renta desde las personas que cuentan con más recursos hacia las que tienen menos. Y nos ocultan también que es esa solidaridad la que asegura buena parte de la capacidad adquisitiva en los mercados de las regiones menos desarrolladas de España; unos mercados en los que las empresas catalanas venden casi el 60 % de sus exportaciones y que aseguran casi el 40 % del Producto Interior Bruto de Cataluña.
Por eso, si se limita la solidaridad constitucional, se limitan también los negocios de las empresas catalanas, se limita el empleo de los catalanes y se cercena la prosperidad de Cataluña. Limitar la solidaridad no nos hará más ricos sino, todo lo contrario, nos empobrecerá aún más de lo que nos ha empobrecido la crisis.
Y lo mismo podemos decir de la independencia de Cataluña. Ese paraíso perdido del nacionalismo no es más que una ficción que, si se hiciera realidad, acabaría aplastándonos.
La independencia de Cataluña, lejos de integrarnos más con Europa, lo que haría es levantar una frontera entre Cataluña y Europa —y, en consecuencia, entre Cataluña y las demás regiones de España—.
Los economistas sabemos que las fronteras no son las líneas de unión entre países, sino que, todo lo contrario, son instituciones que separan, que cierran, que dificultan los intercambios. Las fronteras suponen costes importantes para el comercio, para el turismo, para los flujos de capital y de trabajo.
Por eso, las fronteras empobrecen a los países que las establecen artificialmente. En el caso de Cataluña, podemos estimar que la independencia tendrá un coste de más de 47.000 millones de €. O sea, una cifra equivalente a casi el 27 % del PIB de Cataluña. O lo que es lo mismo, la pérdida de más de un millón de puestos de trabajo.
La promesa de la independencia no es, por ello, la promesa de la prosperidad, sino del declive, de la decadencia, de las dificultades para miles y miles de familias en Cataluña.
Nosaltres Sols! proclaman los nacionalistas catalanes, lo mismo que lo hacían hace ocho décadas cuando Daniel Cardona i Civil copió este lema del nacionalismo irlandés. Nosaltres amb Espanya! decimos nosotros, porque España es la verdadera promesa de la prosperidad para Cataluña.
Mikel Buesa, mikelbuesa.wordpress.com, 11/9/11