ABC 08/11/16
IGNACIO CAMACHO
· Trump es política espectáculo. Arbitrismo, xenofobia, revanchismo y esperanzas trucadas. El populismo
EL mundo en vilo, que decía una célebre portada española el 12-S de 2001. La gran ventaja de Hillary Clinton, si logra salir elegida, consiste en que su mandato no se medirá por el cumplimiento de su programa. El factor decisivo de su campaña es el miedo a que Trump ocupe la Casa Blanca. No la van a votar por ser brillante, que lo es, ni experta, ni mujer; ni por su currículum ni por sus promesas. Si alcanza la Presidencia será por el temor de muchos norteamericanos ante la posibilidad de que estas elecciones se conviertan en el Día de la Bestia.
Porque Donald Trump ha tenido mucho tiempo para dejar de parecerse a su propia caricatura, al bufón siniestro que han pintado los medios más o menos arrepentidos de haberlo alzado al estrellato de las audiencias. Si no lo ha hecho, si no ha moderado sus enormidades ni atemperado su excentricidad gamberra, puede deberse a dos razones. La primera es que él o sus estrategas consideren que en medio del hartazgo de la política convencional ese perfil estrafalario constituye su verdadero capital de outsider. La segunda es que simplemente no pueda cambiar, que sea en realidad un zafio y espabilado patán enriquecido gracias a cierta osada habilidad como negociante. Existe la posibilidad de que ambas hipótesis sean complementarias, pero por desgracia la segunda resulta en todo caso más probable.
De un modo u otro, su encumbramiento no es más que la expresión paroxística de la segunda ola del fenómeno populista. La primera sucedió en el primer tercio del siglo XX y conocemos las consecuencias. Trump exacerba, con su lenguaje crudo hasta lo soez, el carácter simplista de un movimiento reactivo contra el desgaste de las instituciones tradicionales, pero su éxito responde a la causa original de todos los populismos: clases medias estragadas por la crisis, resentidas y permeables a la tentación de propuestas fáciles lanzadas desde la televisión y propagadas en el basurero de las redes sociales. Política espectáculo en una sociedad trivializada. Arbitrismo revanchista, xenofobia tabernaria y esperanzas trucadas a partir de diagnósticos falaces.
Frente a todo eso, Clinton era una de las peores candidatas posibles porque simboliza todo aquello que su rival impugna: el estamentalismo profesional, la endogamia dinástica, la lejanía arrogante del sistema. El remoquete familiar de la casta como epítome de los males de la gente. Y no tiene el carisma de su marido aunque tal vez sea más talentosa, instruida y competente. De algún modo representa el gran problema de la lucha contra el populismo: que la encabezan personajes a la medida de los estereotipos estigmatizados por la prédica de los embaucadores. Pero hoy, con todas sus limitaciones, es el único dique de sensatez contra la crecida de la tramposa política-Hamelin. Si gana Trump, más vale que su principal mentira sea el perfil que ha fabricado consigo mismo.