Luis Ventoso-ABC

  • Casado optó por jugársela trazando una raya frente a Vox

Con mascarilla y todo, los ojos verdes de Abascal delataban desde el escaño su perplejidad mientras Casado le arreaba desde la tribuna. Tras dos años pellizcando al PP -la famosa «derechita cobarde» y otros improperios-, el líder de Vox se sorprendía al recibir una crítica frontal, muy dura, pero bastante más elegante que las que él prodiga. Casado optó al final por jugársela, por declarar el Día de la Independencia para plantarse nítidamente en el centro y convertirse en su fuerza hegemónica, o incluso única (Ciudadanos se está inmolando con su apoyo a Sánchez, incongruente con las críticas que le dedica). ¿Pero acierta Casado con su apuesta? Como diría el viejo Mariano, «puede que sí, o puede que no».

A favor de la quema de puentes está el creciente abismo ideológico. Vox nació como una escisión del PP más contundente contra el separatismo, pero se sitúa ya lejos de la casa matriz. Abascal lo puso de manifiesto con un antieuropeísmo a lo Brexit-Salvini (patoso cuando la UE está defendiendo nuestra democracia frente a los tics autoritarios de Sánchez y cuando es nuestro salvavidas económico); o con su énfasis en abolir unas autonomías consagradas por la Constitución que libremente aprobaron los españoles. El PP es además más liberal que Vox, tanto en economía como en talante. Con su movimiento, Casado busca perfil propio, soltar el lastre de que al final PP y Vox vienen a ser muy parecidos («la foto de Colón»). Intenta competir sin rémoras por el botín electoral del centro, porque salvo rarísimas excepciones, las elecciones se ganan desde la moderación (así lo hizo incluso Sánchez, mintiendo a los españoles el pasado noviembre para disfrazarse de moderado). Por último, en el sonoro «no» ha mediado también el factor humano: Casado llevaba dos años encajando en silencio los aguijonazos verdes, estaba frito y el cuerpo le pedía decirle a Vox un par de cosas.

Pero habrá quien sostenga que el PP se ha equivocado. Se dirá entonces que Casado podría haber votado «no» a la moción, argumentando que era absurda por inviable, pero sin necesidad de ir a saco contra Abascal. Casado pudo haber optado por la elevación: un gran discurso de Estado hablando de los agónicos problemas de España y orillando la moción pantomima. Además, los gobiernos del PP en Madrid, Andalucía y Murcia están sostenidos desde fuera por Vox, que puede pasar factura, pues los gestos fogosos son su especialidad. Por último, resulta complicadísmo que Casado pueda llegar a La Moncloa sin algún tipo de acuerdo con los verdes, tarde o temprano habrán de entenderse. Y un detalle: si eres el líder de la oposición conservadora, que te elogien tu discurso Adriana Lastra, Iglesias y Sánchez…

Lo único claro es que al final esta moción superflua ha beneficiado a Sánchez, que tiene a la derecha a sopapo limpio mientras él se disfraza de (falso) moderado. Con el país rumbo a la quiebra y el coronavirus desatado, no copa los titulares la pésima gestión monclovita, sino la gresca de verdes y azules. A riesgo de ser un plomo, toca repetirlo: mientras no se reunifique la derecha y tenga su televisión, «Sánchez forever», a lomos de sus trampas, sus cadenas y su ingeniería social.