Con el discurso del lehendakari, ayer en la Cámara vasca se vivió una extraña sensación del eterno retorno de lo mismo. Como le ocurría al protagonista de la película ‘El día de la marmota’, que no paraba de vivir la misma secuencia de la jornada festiva una y otra vez hasta no poder distinguir la realidad de la pesadilla.
Con el discurso del lehendakari, ayer en la Cámara vasca, se vivió en el hemiciclo de Vitoria una extraña sensación del eterno retorno de lo mismo. Como le ocurría al protagonista de la película El día de la marmota que no paraba de vivir la misma secuencia de la jornada festiva una y otra vez hasta no poder distinguir la realidad de la pesadilla, los portavoces no salían de su asombro al comprobar que el mensaje de Ibarretxe había conseguido, precisamente, no sorprenderlos en absoluto.
El lehendakari, que en su puesta en escena dejaba entrever su incómoda situación en un proceso de negociación entre el gobierno de Zapatero y ETA en el que él no ha jugado ningún protagonismo hasta la fecha, recurría constantemente a expresiones que reflejaban su desplazamiento escénico. Le parecía «preocupante» que el presidente del Gobierno español dijera un día que estaba dispuesto a respetar la voluntad de la sociedad vasca y al día siguiente negara que el derecho de autodeterminación exista en Europa. Le resulta «difícilmente comprensible» que los jueces autoricen encuentros de Batasuna con todas las formaciones políticas y al mismo tiempo admitan una querella contra él por haber hecho lo propio con Otegi.
Las alusiones a la «perplejidad», las dosis de «confusión» o la «desorientación» y «la ceremonia de la confusión» demostraban que entiende poco de lo que se traen entre manos el Gobierno socialista con la banda terrorista. Pero como «las armas han callado» (¿por qué habrá sido?) se adornó reivindicando para sí un papel de liderazgo en el proceso del fin del terrorismo ( él lo llama paz) que los demás parlamentarios le negaban. Y a vueltas con su plan. Reconoció sentirse herido porque el Congreso de los Diputados lo rechazó (él lo llama «portazo») ya que no puede comprender (ni admitir) que la soberanía vasca esté sometida a consideración de la soberanía del Congreso de los Diputados. Ese precepto constitucional, que lo entendieron hasta los catalanes, será constantemente puesto en cuestión por el lehendakari.
Ibarretxe, en su día de la marmota, seguía llamando a su tercer socio de Gobierno Izquierda Unida (con el trabajo que le está costando a Madrazo que llamen a su formación Ezker Batua) y recurriendo a Van Gaal para decir que la oposición lo ve todo negativo, como el ex entrenador del Barça, que lleva por cierto tres años fuera de su cargo. Sostuvo su hoja de ruta, basada sobre pilares de coincidencia ciertamente irreales. Sencillamente porque no todos los partidos están de acuerdo en comprometerse a utilizar única y exclusivamente las vías pacíficas y democráticas y tampoco convergen en la petición de una consulta o referéndum sobre el nuevo Estatuto. Conviene aclarar los puntos porque luego vienen los malentendidos.
A Eguiguren, por cierto, solo se le vio la primera media hora del pleno. Los socialistas de Patxi López, molestos con el lehendakari dando lecciones de democracia, aseguraban que la Ley de Partidos no había que tocarla. María San Gil replicándole al lehendakari que «la paz no es un sueño», como decía él, «la paz es un derecho». El presidente del PNV, Josu Jon Imaz, pasando algún apuro al ser preguntado por las novedades del discurso del lehendakari porque empezó contestando: «como siempre…». Al final, el proceso de paz fue la causa de la disputa entre populares y socialistas. Lo dicho, el día de la marmota.
Tonia Etxarri, EL DIARIO VASCO, 23/9/2006