Eduardo Rodrigálvarez, EL PAÍS, 22/10/11
Ayer fue un gran día. Yo me lo planteo así, siguiendo las enseñanzas del maestro Joan Manuel Serrat. Ayer escuché muchos comentarios señalando que ETA por fin abandonaba las armas. Pero en mi fuero interno y externo pienso que fue la democracia la que le quitó las armas. Lo mejor de que una organización terrorista abandone las armas no es solo eso, sino que piense que debe hacerlo. El resto de su literatura me importa un pito. Supongo que su guión de mal cine negro es incorregible. Es lo de menos. De su película solo me interesa el final. El argumento está hueco y lo bueno, quizás, es que ellos mismos se han dado cuenta de que estaba hueco y que por las rendijas de su baratija dialéctica solo corría sangre derramada, dolor, odio, hiel, vinagre en las heridas en cada atentado en cada extorsión.
Esa es la victoria de la democracia. Vencer y convencer al enemigo de la democracia. La visión del vídeo donde los tres encapuchados anuncian el final de la película es como el final de un macabro gag. Allí con sus puños levantados, autodenominándose socialistas sin haber movido jamás un dedo por los trabajadores, revolucionarios sin haber hecho revolución alguna e insistiendo en el jo ta ke («pega y quema», en euskera) como última contribución a la causa de la barbarie. Pero no sé por qué tengo la sensación de que cuando escribo esto (yo no lo llamaría artículo, si acaso desiderátum) de que ha pasado una eternidad y apenas han transcurrido un par de horas. Reconozco que me he saltado las reacciones políticas porque tengo la sensación de que ya me las sé y por lo tanto me van a aportar poco, que no sea quizás encabritarme la sangre tranquila de una buena noticia.
Siempre pensé y dije y escribí que ETA podría matarme pero no quitarme la vida. Por eso creo que la vida fluye y que ETA ya es pasado, derrotada por la democracia. Si le dan una vuelta al asunto se darían cuenta de que es la mejor derrota posible. Si le dan otra media vuelta, deberían pensar que el mismo día que se fueron se fue Gadafi, un amiguete que incluso prestó su apodo a uno de sus terroristas más sanguinarios. Así que les digo a ustedes, los de la capucha, que la vida sigue con o sin pistolas. Capertazo y a lo que importa. Por ejemplo, miedo me da que la liberal Catalunya, la esquina del progreso, la mediterránea de pro, esté a punto de convertirse en la desbrozadora del Estado de derecho y de los recortes que Rajoy calla, pero piensa. Miedo me da que la mantilla negra, negrísima, vuelva a la pasarela española como una reinvención de Ágata Ruiz de la Prada, Miedo me da que Mourinho se aburra de ser normal; que la SGAE vuelva a las andadas, que la ex directora de la CAM se apunte al paro (que se ha apuntado); que las indemnizaciones multimillonarias se conviertan (si no lo han hecho ya) en el estraperlo del siglo XX; que Obama haya reclutado a consejeros de Bush para salir de la crisis. Ven: había vida antes de ustedes y la hay después de ustedes. Siempre fuimos libres. Incluso muertos libres.
Eduardo Rodrigálvarez, EL PAÍS, 22/10/11