Viendo el alboroto que han producido los esponsales del alcalde de Madrid y la cantidad de parrilla que han ocupado, no quiero ni pensar que pasará cuando Ayuso se case. Tendrá que hacerse un Lola Flores y decir eso de “Si me queréis, irsus” porque puede organizarse la mundial. Hay algunos, casi todos de la zurdería montada del Canadá, que critican esa atención desmedida hacia un evento familiar. Que si no hay que otorgarle tanto tiempo, que si Telemadrid se excedió, que si esto o aquello. Nadie reconoce que comentar vestidos, tocados y asistentes ha dado a las tertulias, tanto políticas como del corazón, un jugosísimo material para darle a la sin hueso horas. Y conste que he diferenciado esos dos tipos de tertulias sabiendo que cada día se parecen más en fondo y forma. Forma, porque los gritos, interrupciones, falta de educación, de argumentos, de libre pensadores, el batiburrillo de unos hablando por encima de los otros y el jaleo bronco, casi de afrenta personal, son idénticos; fondo, porque ambas se nutren de personajes que vemos a diario en los medios hasta el punto en que se difuminan las líneas. Las dos se mezclan en un totum revolutum y lo único que ve un espectador al que se le ocurra quitar el sonido de la televisión es un grupo de gente con la vena gorda del cuello hinchada. La polarización que se puede desatar en un plató alrededor de Rociíto es la misma que con Sánchez. Lamentable.
Que Almeida es alcalde de la capital de España no es grano de anís. Y si añaden ustedes que todas las miradas se centraban en la presidenta Ayuso ya tenemos el plato servido
Pero volviendo a la boda de Almeida, uno piensa que se han excedido. Que era noticia, seguro. Que la presencia de Don Juan Carlos le otorgaba un plus informativo –recuerden que el monarca vive en un exilio impuesto por Sánchez y su banda–, también. Que Almeida es alcalde de la capital de España no es grano de anís. Y si añaden ustedes que todas las miradas se centraban en la presidenta Ayuso ya tenemos el plato servido. Me ha hecho una cierta gracia, no lo voy a negar, escuchar a los sanchistas de corps analizar en diferentes aquelarres de la zurdería si el vestido de Ayuso le quedaba bien –le quedaba de infarto, con ese corte que podría haber inspirado a Estopa con “Por la raja de tu falda yo tuve un piñazo con un SEAT Panda”–, que si Almeida baila bien o mal –que, sinceramente, a pesar del aprecio que le tengo, alcalde, le pasa como a mí, que cuando bailamos llaman a la UME por si hay 2 daños colaterales–, o que si Esperanza Aguirre iba bien o iba mal, que siempre va bien porque se viste de clase y poderío. No era análisis político acerca de quién estuvo, quien no, la relevancia de ver públicamente, insisto, a Don Juan Carlos, los corrillos que se formaron, lo que se dijo sotto voce. Algo parecido pasó con la boda de la hija de Aznar.
A todos se les escapó entonces y ahora que dos personas decidan unirse con la esperanza de que ese amor dure para siempre. Y delante de Dios, aunque a la zurdería le parezca poco menos que el 18 de julio redivivo. Por cierto, hablando del Alzamiento, ¿a nadie le pareció repugnante filmar a Sánchez disfrazado de CSI alrededor de cráneos y huesos que, para más INRI, eran de caídos del bando nacional? Ante la vergüenza e indignación de muchos comentaristas zurdos sobrevenidos en cronistas del corazón, ¿no han experimentado ninguna vergüenza viendo como al presidente no le da reparo sacar partido de los muertos?
Servidor prefiere ver en la tele bodas antes que entierros. Y si, además, son exhumaciones, ni les cuento. La vida, siempre la vida, siempre el amor, siempre la alegría. Y, usted perdone, presidenta, siempre la raja de su falda.