Miquel Giménez-Vozpópuli

No puede describirse lo que ha supuesto la colosal manifestación del domingo sin hablar de colores, de acentos, de sonrisas, de mala leche, también. Cientos de miles de personas llenaron el Paseo de Gracia de esa extraña e incluso sospechosísima cosa que se llama patriotismo. Pero del de verdad, del que ama sin odiar. ¡Viva España!, gritaban espontáneamente enarbolando la rojigualda hasta convertir esa populosa arteria en un mar rojo y dorado, en un arrollador torrente de ímpetu, de afirmación nacional, de todo lo que de bueno hemos construido juntos entre todos. Llegó gente de todas partes – ¡gracias, compatriotas! – y allí se entremezclaban risas y abrazos, porque en aquella concentración era la Cataluña real la que se abrazaba al resto de España. Era un abrazo esperado, necesitado, buscado, revigorizante. ¡No estáis solos!, decían jóvenes provenientes de Andalucía, ¡aguantad, que todos los españoles os apoyamos!, animaban familias enteras llegadas de Madrid, de Castilla, de Aragón, de todo el Levante. Eran españoles que, al contrario de lo que pretende Sánchez y su banda, no querían enfrentarse sino unirse bajo la misma ley, nuestra Constitución, y caminar juntos hacia el futuro.

Y sonaban grallas, y se desplegaban enseñas nacionales y señeras, y se gritaba “Visca España, Visca Catalunya!” y se daban vivas a la Guardia Civil, a la Policía, a nuestras Fuerzas Armadas, al Rey. Era un sentimiento que no por reprimido desde las esferas oficiales tenía menor intensidad ni fuerza. Viva España. Es difícil entender desde otros puntos de la geografía patria lo que supone decir eso en voz alta y sentirse arropado por un océano de rojigualdas y caras de hermandad. Viva España. ¡Cuántas veces nos han llamado fachas y malos catalanes por decir eso! Viva España. Dos palabras proscritas en el ámbito público catalán, tanto, que hay niños que jamás las han pronunciado y no por convicción separatista, no, sino porque ni siquiera entienden lo que contienen de bello, histórico, noble y fraterno.

Es difícil entender desde otros puntos de la geografía patria lo que supone decir eso en voz alta y sentirse arropado por un océano de rojigualdas y caras de hermandad

La Guardia Urbana del socialista Collboni que, ajeno a lo que pasa en la ciudad que gobierna, no hizo acto de presencia así como ningún dirigente de ese PSC traidor y cobarde, ha hecho las cuentas por lo bajini. No aprobaron nunca matemáticas, porque si aquellas imágenes las comparamos con las del mismo Paseo de Gracia cuando la manifestación por el retorno de Tarradellas y aquel lema Llibertat, Amnistía, Estatut d’Autonomía dirían que éramos un millón; si pertenecieran a la ANC, otro tanto. La organización calcula que estábamos unas 300.000 almas. Otros, medio millón. Da igual, porque las calles son de piedra y solamente se transforman en otra cosa cuando se llenan de gente que las ocupa para lanzar un grito vibrante de libertad, de igualdad, de hermandad como así pasó el domingo. Hacía un calor implacable y un viejo legionario se me acercó para darme un abrazo y decirme “Estamos sudando España, hermano”. Aquel veterano tenía razón, porque la patria común nos salía por los poros a todos. Y dispensen que no hable de los políticos que asistieron porque, por voluntad propia, me quedé en el trozo de la manifestación en el que estaban las asociaciones, la gente, la tropa. Ese era mi lugar, entre la gente de a pie, de los que sufren la dictadura sanchista, separatista y cupaire. Aquella era la fiel infantería…

No tengo la menor esperanza de que al sátrapa capaz de vender su patria por siete miserables votos ni a la banda de políticos y periodistas que lo secundan lo que hicimos ayer les haga reflexionar lo más mínimo. Carecen de alma y sin ella no se puede albergar el menor sentimiento de comprensión. Me quedo con que en Barcelona, en la ciudad en la que están enterrados mis padres y mis suegros, la que me vio nacer, esa Barcelona que yo reivindico señorial y popular a la vez, el Cap i Casal, vibró con españolidad clarísima, sin fisuras, prístina y combativa. Sí, ayer mi ciudad fue más española que nunca y mi España tuvo acento catalán.