Jesús J. Hernández-El Correo
- El 1 de enero de 1964, hace 60 años, la banda publicó su primer manifiesto. Avanzó que habría víctimas, marcó distancias con el PNV y pidió elegir «entre Euzkadi y España» por «la etnia vasca»
Es un tiempo al que cuesta remontarse, uno en el que las tres siglas de ETA no significaban nada para la mayoría de los vascos. «Lo cuentan los propios etarras. Ponían ETA en las paredes con pintura, la gente lo veía pero no sabía qué era eso. Su propaganda no calaba», cuenta el historiador del Centro Memorial Gaizka Fernández Soldevilla. Corre el año 1963, cuatro años después de su fundación, y ETA decide dar un paso y se presenta ante la sociedad vasca. Lo hace con un manifiesto que se publica el 1 de enero de 1964. Se cumplen ahora 60 años.
«Es un documento bastante desconocido y que ha pasado desapercibido pero que tiene su importancia. Es el primer manifiesto», valora el historiador. La banda se presenta ante el pueblo vasco con «una simple hoja que es fácil de esconder o de lanzar desde un coche» pero que contiene elementos muy interesantes desde un punto de vista histórico. «Es llamativo que sea muy tardío porque ETA se funda en 1959 y uno esperaría que ese mismo año se hubiese presentado», apunta Fernández Soldevilla. Pero la banda surge, en realidad, «como un grupo clandestino, que ni siquiera reivindica sus primeras bombas. Hasta 1961 no sale a la luz al intentar hacer descarrilar un tren de excombatientes. El manifiesto llega curiosamente justo un mes después de la primera agresión física: la paliza al maestro de Zaldibar».
En el documento, ETA justifica su exigencia por «el genocidio sistemático, la muerte lenta y minuciosamente preparada de la etnia vasca, del pueblo vasco como tal», y advierte que «no habrá no-beligerantes sino únicamente patriotas y traidores». El historiador ve «un desafío claro a la primacía del PNV porque los patriotas serán los que se unan a ETA y el resto serán traidores. Quieren distanciarse del PNV y hay críticas muy claras, les llaman los ‘sedicentes nacionalistas’, y les achacan «una espera pasiva interminable» de la muerte de Franco y que sean antifranquistas. Aquella ETA no era antifranquista, era antiespañola y le daba igual monarquía que república». Desde el primer momento, la banda «habla ya en nombre de todo el pueblo vasco, aunque son un grupo muy pequeño. Es una fantasía. Quien esté contra ETA, está contra el pueblo vasco».
«Utilizan todavía la grafía sabiniana, ‘Euzkadi eta Azkatasuna’, no aparece todavía su sello y el único símbolo es un lauburu que está dos veces». Incluyen «muchos mitos fundacionales de la banda, como que Euskadi hubiese perdido la independencia originaria por una conquista española o que España esté cometiendo un genocidio contra la etnia vasca. Se alude mucho a la etnia pero no con una interpretación racial, como hacía Sabino Arana, sino en la concepción de ‘Txillardegi’, los que hablan euskera».
Génesis del chantaje
Algunas de aquellas palabras escritas en tinta anticipan el desastre que vendrá. «La lucha será larga y penosa. No nos queremos engañar ni engañar a nadie. No existe combate sin víctimas», dice el manifiesto. Para Gaizka Fernández Soldevilla, «aunque faltan años, la banda ya avanza que va a haber muertos. Aunque hasta el 68 no mata a Pardines y Manzanas, la idea ya está ahí».
Uno de sus mayores problemas es la falta de dinero. «No pueden comprar armas ni coches ni pisos para esconderse. Comienzan a pedir dinero a empresarios pero la mayoría se niega», recuerda el historiador del Centro Memorial. El manifiesto es muy claro: «Desde luego todos contribuirán con dinero, cada cual conforme a sus posibilidades». Es la génesis del llamado impuesto revolucionario. «Salvo alguna pequeña donación de exiliados en México y Venezuela, no tienen dinero. Lo piden directamente a los empresarios pero no se lo darán, tampoco con amenazas. La extorsión no funciona hasta que matan a Ángel Berazadi en 1976 y a Javier Ybarra en 1977. Ahí la amenaza ya es real y, entonces, muchos pagan».