- Llegó prudente y recatada. Recibió un aviso. Se tornó entonces agresiva y bravucona. Isabel Rodríguez arremete cada martes contra la oposición, más para mantenerse a flote que para revertir un proceso que en el PSOE ya dan por inevitable
A principios de año estuvo a dos milímetros del cese. Sánchez tenía preparada la guillotina. Isabel Rodríguez (Abenójar, Ciudad Real, 1981) estaba ya sentenciada. Demasiado blandengue para esos días de plomo, demasiado frágil para afrontar el vendaval que lo arrasaba todo. Los demoledores efectos de la ley del sí de las niñas sumados a las turbulencias del mangoneo con la sedición y la malversación (con bofetada bien caliente de Bruselas), sacudían los cimientos de Ferraz y hacían temblar el ala oeste de la Moncloa. Era preciso plantar cara a un PP reconstituido, a un Feijóo creciente y a unas encuestas que anunciaban general hecatombe en el lado izquierdo del tablero. Como en los filmes de catástrofes, todo se venía abajo, desde los eléctricos rizos de Meritxel hasta el peluquín tornasolado de Ximo.
Era preciso cambiar de estrategia, pasar a la ofensiva, ‘ir con todo’, tal y como reza el eslogan killer de Pedro Sanchez, que emergió de la Navidad con cara de zombi y aspecto de loser sin paracaídas. Una escena similar a la vivida tras la victoria absoluta de Juanma Moreno en Andalucía, que provocó un soponcio generalizado en el PSOE y se percibió como el anuncio del final de ciclo. El apocalipsis mismamente. Sánchez reaccionó a su estilo, fiero y sin miramientos. Acometió una saludable degollina. Cortó las cabezas de portavoces diversos, tanto en el partido (Pilar Alegría sustituyó al pánfilo Felipe Sicilia) como en el grupo parlamentario (Patxi López relevó Héctor Gómez, devenido ahora en ministro de algo). Y se buscó a alguien para la portavocía.
Isabel Rodríguez, con sus aires de pastorcilla manchega, mirada tímida, pacata de ademanes, complicada de oratoria, confusa de verbo, lenta de reflejos, con menos colmillo que la Virgen de la Gracia (patrona de Puertollano) y desbordada de remilgos con los rivales, aparecía en la lista de los sacrificios urgentes para eludir el cataclismo de las urnas de mayo. Los migueles plenipotenciarios y arrogantes (Barroso y asociados) y los repescados pepiños (López y Hernando) le hurtan alabanzas y, alguno de ellos, la apuñala por la espalda con ese particular esmero de trepas y cobardes. Un Francesc Vallés parece sumarse, desde la secretaria de Comunicación, a la singular conjura para acabar con la carrera de la sufrida portavoza, a la tienen en babia, hurtan información, retacean medios, zancadillean y empujan al abismo de la inoperancia.
De la noche a la mañana, Rodríguez se transformó en Lady cuchillos, furibunda pregonera anti Feijóo, ariete desatado contra el PP y dinamitera de todo lo que huela a derechona
Dicen que Nadia Calviño la previno de la operación degollina que estaba en marcha. Otra voz de presidencia la advirtió del riesgo de seguir por el camino de la blandura. Se operó entonces en la ministra portavoz una mutación tan radical y sorprendente como el cambio de iluminación capilar de Yo-yo-landa. De la noche a la mañana, Rodríguez se transformó en Lady cuchillos, furibunda pregonera anti Feijóo, ariete desatado contra el PP, dinamitera de todo cuanto huela a derechona. Lo ha hecho con tal furia que se ha pasado unos cuantos pueblos pueblos, ha pisado el palito de las ordenanzas y ha recibido ya tres avisos de la Junta Electoral.
Tres, han sido tres las voceras del sanchismo. Quizás Rodríguez sea fatalmente la última, pese a que se esfuerce ahora en la sobreactuación, como una Espert de serie B. Otra Isabel, Celaá, rompió el fuego, abrió el baile de las debutantes y se alzó con el título de la portavoz más sectaria del grupo, con ese cerrilismo agresivo tan propio del matriarcado prepotente de Neguri en su variante cermeña. Ocupó también la cartera de Educación, donde concibió una ley que arrasará, sin duda, las escasas neuronas grises que sobreviven aún en el cerebro de los educandos. Ahora corea cantitos de Quilapayún en la embajada ante el Vaticano junto a un sumo pontífice esdrújulo y peronista. Llegó luego María Jesús Montero, salerosa, deslenguada, incontinente, irreflexiva, atropellada e inconexa, que solía cantinflear sin pausa sobre un océano de conceptos inaprensibles en los que inevitablemente, terminaba naufragando. Para tranquilidad de los medios y terror del contribuyente, la ilustre andaluza se centra ahora en freírnos a impuestos y en intentar que los barones de su partido no huyan despavoridos ante la que se avecina.
Trata de vender cada martes, a la desesperada, un producto averiado, una serie de ocurrencias disparatadas que apenas se mantienen a flote durante un par de días
Rodríguez, de estilo más recatado, pugna por salir viva en un entorno muy hostil. Cada martes, tras el Consejo de Ministros correspondiente, trata de vender el oxidado producto de un Ejecutivo que colecciona errores y acumula disparates. Productos averiados como la tramposa ley de las quinientas mil viviendas, la ensoñación paranoica del encuentro de Feijóo con los fiscales fachas, el ficticio rebrote del empleo discontinuo, o el torpe intento de Bolaños de medirse contra Ayuso, sucumben sin tregua en el pantano de los empeños frustrados.
El aviso de la Junta Electoral le suma méritos ante su jefe, ahora nervioso y, por momentos, fuera de control. «Reiteradas vulneraciones» de la normativa vigente, dice el escrito oficial de los reproches, que quizás se convierta en sanción dentro de tres meses, como pronto. Así funciona la burocracia nacional, así de raudos son los pasos de la lucha contra la injusticia. Llegará la condena (un simple tirón de orejas) bien pasadas ya la elecciones, una vez consumado el cataclismo del progreso. Sánchez se enfrascará en su semestre europeo, que sólo a él le importa, y quizás pretenda imprimir un impulso a su descacharrado equipo para afrontar con ciertas esperanzas los comicios de diciembre, que los tiene perdidos. Será entonces cuando, quizás, Isabel Rodríguez pierda definitivamente la batalla y será remitida de vuelta a Puertollano. Ni tan mal. Allí hay Ave.