- Lo último publicado por Sosa Wagner es un ‘Panfleto contra la trapacería política’, con prólogo de Albert Boadella, en el que se retrata España con aires de entremés cervantino
“Soy jurista y escritor”. Con esas cuatro palabras resume su biografía Francisco Sosa Wagner. Son cuatro palabras subrayadas y alejadas del resto por un punto y aparte y, con ese detalle, el personaje nos está mostrando una personalidad que cultiva como virtudes la transparencia, el pragmatismo, la claridad, la sobriedad… A partir de ahí, la biografía de este catedrático de León se extiende por una veintena de libros que confirman las virtudes; ensayos políticos, sociales y jurídicos, además de novelas, muchos de ellos compartidos con Mercedes Fuertes, ambos catedráticos de Derecho Administrativo. En todo caso, habrá quien no conozca a Sosa Wagner por su faceta de escritor ni de jurista, sino por la de político, en la que también alcanzó algunas cotas de notoriedad relevantes: como cuando se convirtió en el primero que le sugirió a Rosa Díez que se aliase con Albert Rivera, cuando aquella estaba en su esplendor y el segundo ascendía como la espuma, para formar un centro político fuerte en España. Acabó mal…
Antes, mucho antes, en los ochenta, fue secretario general en los gobiernos de Felipe González, pero se marchó con una dura carta sobre los errores de la Administración socialista. En fin, que, en política, Sosa Wagner siempre ha acabado escaldado, pero con un poso de experiencia añadida para volver a los ensayos y a las aulas con más conocimiento. Lo último publicado es un ‘ Panfleto contra la trapacería política ’, con prólogo de Albert Boadella, en el que se retrata España con aires de entremés cervantino, un Nuevo Retablo de las Maravillas. “Un antídoto de veracidad para una España de masas viciadas por el apático hechizo de la mentira”, como lo define Boadella.
PREGUNTA. Permítame que comencemos con algo que no está en su Retablo pero que sí puede relacionarse con el declive de las democracias occidentales: el fracaso tras la guerra y ocupación de Afganistán que ha durado 20 años.
RESPUESTA. En este libro nos centramos en la democracia española, pero igualmente me parece una tragedia enorme con una importancia histórica equiparable a la caída del muro de Berlín, por la repercusión futura en el orden internacional. Y recalco esto porque, mientras lo primero fue un acontecimiento venturoso, esto no lo ha sido en absoluto. Un solo detalle terrorífico de lo que ocurre allí dentro: he leído en la prensa alemana que las mujeres jueces de Afganistán están aterrorizadas porque están soltando a todos los presos que ellas enviaron a la cárcel. El jefe de la diplomacia europea, José Borrell, ha reabierto el debate sobre la defensa en Europa y, a mi juicio, es un asunto capital. Tenemos que enterarnos de que se ha acabado la fiesta, y me refiero a la seguridad que teníamos de que podíamos vivir bajo la protección de los Estados Unidos. El presidente Biden es el primero que lo ha dejado muy claro: para Estados Unidos, esa ya no es su función en el mundo. Con lo cual, es imprescindible que Europa complete los esfuerzos que ya se han iniciado y pasar a una nueva etapa en la que todos los gobiernos tendrán que asumir un aumento en los presupuestos de Defensa. Cuanto antes se entere todo el mundo, mejor.
«Tenemos que enterarnos de que se ha acabado la fiesta, esa seguridad que teníamos de que podíamos vivir bajo la protección de EEUU»
P. Este episodio crucial de la historia, y es lo más preocupante, nos pilla en un momento delicado de salud de las democracias occidentales. Por ejemplo, dice usted que la democracia española es un trampantojo, en el sentido de que está ‘secuestrada’ por la partitocracia.
R. Sí, y decimos también en el libro que la democracia española es una democracia adúltera, porque le ha puesto los cuernos a su legítimo cónyuge, que es el pueblo soberano, y se ha ido de picos pardos con los partidos políticos. Para colmo, los partidos políticos la han dejado embarazada de tópicos y vulgaridades. Actúan como desorganizaciones y les hemos encomendado la organización del Estado, de forma que no puede salir bien, aunque el sustrato de todo ello, la sociedad española, sea muy rico y cuente con grandes profesionales e intelectuales en todos los sectores. Aquí lo que falla son las estructuras políticas.
P. ¿Y no cree que la polarización y la gresca que se dan en la política también están en la sociedad? En su Retablo se dice que en España se confunde el espíritu crítico con el espíritu de bronca.
R. Y es cierto, pero ese espíritu de bronca está creado de forma artificial por los partidos políticos y, obviamente, termina calando en la sociedad. La información política, que en los medios de comunicación en España tiene un peso extraordinario, es un bombardeo diario que en un 80% consiste en la bronca entre partidos políticos. Sobre todo, bronca entre la izquierda y la derecha, que también es algo muy singular de España. La explicación, a nuestro entender, es que tanto el PSOE como el PP son partidos con escasa sustancia ideológica y lo suplen con palabrería elemental, como esta de la izquierda y la derecha. Sobre todo en el PSOE, se puede observar el fenómeno muy claramente cuando se refieren a ‘la derecha’ como algo abominable, culpable de todos los males. Se recurre incluso, como sucede desde Rodríguez Zapatero, a la República y a la Guerra Civil para caldear más la bronca… En fin, que todo eso se traslada a la sociedad, que no es impermeable a ese veneno, y se convierte en un elemento perturbador. Eso, sin contar con la inclinación de los partidos políticos españoles de ocupar la sociedad, desde un premio literario hasta una asociación de vecinos, pasando por las empresas.
«PSOE y PP son partidos con escasa sustancia ideológica y lo suplen con palabrería, como esta tan elemental de la izquierda y la derecha»
P. De todas formas, por volver a la pregunta anterior, lo que está claro es que no existe ninguna alternativa democrática al sistema de partidos que conocemos, ¿no?
R. No, no, claro. Por eso es tan importante que los partidos políticos cobren el vigor del que carecen en la actualidad, porque son piezas fundamentales del sistema democrático. Fíjese, además, que en España el deterioro de los partidos políticos ha sido muy acelerado, porque nuestra democracia es muy joven en comparación con las europeas. En 40 años, la degradación de los partidos políticos españoles ha sido excesiva.
P. Una democracia, necesariamente, debe asentarse en el respeto institucional y la separación de poderes. Pero en España, como dicen ustedes en el libro, el ejecutivo esta usurpando el papel del legislativo. Si a eso le añadimos las tensiones y ataques al poder judicial, el panorama es preocupante.
R. Ciertamente, y en esto sí debo decir que no es un problema exclusivo de España, me refiero al dominio que el ejecutivo ejerce sobre el legislativo. Aunque bien es cierto que lo difícil es encontrar grupos parlamentarios tan compactos como existen en España, con ese automatismo con que actúan los diputados… Pero, como le digo, en otros países existe la misma preocupación y en Alemania, por ejemplo, tras lo ocurrido durante la pandemia, el propio presidente del Bundestag, Wolfgang Schäuble, ha promovido un dictamen muy interesante al respecto. En España, el presidente Pedro Sánchez ha tenido callado al Parlamento durante meses y a ver qué dice al final el Tribunal Constitucional, porque ha sido sorprendente. Otra cosa distinta es lo del poder judicial… Mire, lo que yo no puedo entender del Partido Popular, de acuerdo con lo que propugnan, es que no resuelvan el bloqueo actual con una propuesta muy sencilla: con independencia del sistema de elección de los vocales, que se le quite al Consejo General del Poder Judicial la atribución de designar a las salas del Tribunal Supremo y de los tribunales superiores de las autonomías para que, en adelante, esos puestos se alcancen por concurso, como ocurre en los ascensos del resto de la carrera judicial. Ya está, así de fácil. ¿Por qué no lo hace el PP? Lo importante no es quién elige a los vocales del CGPJ sino las competencias que tienen. Esta es la clave. El día que le quiten las garras discrecionales al Consejo General del Poder Judicial, se acaba la politización de la Justicia en España, que solo se da ahí, en la élite judicial, y se termina también con el intercambio de cromos de las asociaciones judiciales en las que, por cierto, no están asociados la mitad de los más de 5.000 jueces españoles.
P. Los vicios de la partitocracia en España se ven acrecentados por la ausencia de un centro político fuerte. ¿Usted entiende la resistencia a reformar el sistema electoral para acabar con esta anomalía de que el papel de bisagra en España recaiga en nacionalistas e independentistas?
R. Ese es el cáncer del sistema político español, que un Gobierno como el actual dependa de los partidos que quieren destruir España para aprobar unos Presupuestos, una ley cualquiera o la declaración del estado de alarma. Que esos partidos sean decisivos, cuando no creen ni en el Estado ni en la Constitución, es algo asombroso. Y sí, esto sí que es peculiar de España, porque en cualquier otra parte sería inconcebible. Tanto el Partido Popular como el PSOE han tenido mayorías absolutas durante varias legislaturas y han podido cambiarlo, pero no lo han hecho; siempre lo han querido así.
«Lo importante no es quién elige a los vocales del CGPJ sino las competencias que tienen. Esta es la clave. ¿Por qué no lo propone el PP?»
P. Las raíces e intereses de la partitocracia podríamos extenderlos a las autonomías. Por lo que se deduce del libro, lo que lamentan ustedes es que nadie esté interesado en hacer un balance sobre la relación coste/efectividad del sistema autonómico.
R. Llevamos 40 años del sistema autonómico y lo que procede ahora, si miramos por el bien común, es hacer un balance de cómo han funcionado las competencias que se han transferido. Qué problema hay en analizar qué ha pasado con la Sanidad pública, la Educación o las decenas de materias transferidas para saber si están mejor o peor, de acuerdo con los recursos consumidos y lo que cabía esperar de esa evolución. Pero, ojo, es fundamental que ese análisis se encargue no a una comisión parlamentaria, que ya sabemos que no llegará a ninguna parte, sino a los profesionales, grandísimos profesionales en muchos casos, que han servido y que sirven a las administraciones públicas. A partir de ese balance técnico, realizado por personas que tienen un gran conocimiento de esas materias, se llegará a la conclusión de que algunas transferencias han provocado una merma en el servicio público, con lo que a lo mejor deben reconsiderarse, mientras que otras han mejorado, y se debe avanzar más en la descentralización.
«El cáncer del sistema político español es que un Gobierno como el actual dependa de los partidos que quieren destruir España»
P. Piense que la confrontación entre administraciones de distinto signo político es una de las esencias del debate político en España. A lo mejor por eso no se quiere cambiar nada…
R. Y aún habría que añadir que también contamos con una comunidad autónoma, como Cataluña, que anuncia a diario que va a romper con la Constitución, y otra comunidad, como el País Vasco, que rebaña financiación y competencias a cambio de asistir a una reunión con los demás presidentes autonómicos. Todo esto no tiene nombre, claro, no tiene nombre… Ya le digo, debemos apartarnos de la palabrería política y hacer un análisis serio.
P. No sé si comparte que exigir una auditoría así no presupone poner en cuestión el Estado de las autonomías, que es quizás el que mejor se adapta a un país como España.
R. El sistema autonómico ha calado en la sociedad española, indiscutiblemente, y alterarlo no es ni posible ni deseable. Ahora bien, lo que no tiene sentido es que, por una parte, una comunidad como Cataluña nos haga estar todo el día hablando de tensiones territoriales por el interés de los independentistas de dinamitar España y que, por otra parte, sea imposible rectificar aquellas cosas que no han funcionado bien en este modelo. Volvemos a las singularidades de España: un sistema como el nuestro, o incluso un sistema federal, requiere tacto político y un compromiso real por parte de las piezas que lo componen para que no se desarbole todo. Ni en Estados Unidos ni en Alemania se puede pensar que un estado como Ohio o un ‘Lander’ como Baviera planteen las cosas que se plantean en España. A nadie se le ocurre. Por eso soy tan pesimista, porque podremos salir, y vamos a salir, de la crisis sanitaria y de la crisis económica, pero de la crisis institucional, la que afecta a las instituciones básicas del Estado, de esa, no salimos. No salimos, no…
«Llevamos 40 años del sistema autonómico y lo que procede ahora, si miramos por el bien común, es hacer balance de cómo ha funcionado»
P. He agrupado el despilfarro del dinero público, que se reparte por varios cuadros del Retablo, en dos apartados. El primero, el sumidero de arbitrariedad por el que, según dice, se han ido miles de millones en subvenciones. ¿Que garantía o esperanza podemos tener ahora con los fondos europeos del covid?
R. Lo de la arbitrariedad no lo decimos nosotros, son datos de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal. El informe del año 2019, en el que se analizan subvenciones por valor de 14.000 millones de euros, es demoledor. Las deficiencias son de todo tipo, desde la falta de planes coherentes por parte de las administraciones hasta graves defectos de procedimiento. Como decimos en el libro, aquí hay responsables públicos que reparten las subvenciones como si fueran los Reyes Magos tirando golosinas desde lo alto de una carroza. ¿Qué va a pasar con el dinero europeo para la recuperación del covid? Pues a ver, porque el sumidero de arbitrariedad, como decía, existe y otros fondos europeos que han llegado se han malgastado. De momento, de todas formas, y aquí sale el eurodiputado que fui, de lo que debemos de ser conscientes es de la importancia de Europa. ¿Dónde estaríamos sin Europa? Ahora no solo nos proporciona este dinero, contante y sonante, sino que además nos compra la deuda pública a través del Banco Central Europeo. El día que se acabe ese aceite, qué será de nosotros…
P. Suele repetirse como un mantra que la política está mal pagada, pero es asombroso cuando se desciende en el escalafón y se ve el sueldo de actores en segundo plano, que cobran autenticas fortunas en patronatos, fundaciones y empresas públicas…
R. En esos segundos actores de la política española hay casos que son clamorosos, además de inexplicables. Correos o Paradores Nacionales, por citar algunos, aunque hay muchísimos más con sueldos, no un poco superiores al del presidente del Gobierno que los ha puesto allí, sino el triple o el cuádruple. ¿Quién puede entender eso? Si se dijera, como en la empresa privada, que se trata de gestores muy cotizados, con una extraordinaria preparación y conocimiento del sector… Pero no, son designaciones políticas, es un dedo el que los coloca allí para que, en el tiempo que estén, reciban cantidades astronómicas.
«Soy pesimista porque vamos a salir de la crisis sanitaria y de la crisis económica, pero de la crisis institucional no salimos»
P. La mejora de todos esos aspectos de mal funcionamiento, o funcionamiento defectuoso, requeriría voluntad política y algunos cambios legales. ¿También la Constitución, con esa cirugía no invasiva que proponen en el libro?
R.De acuerdo a lo que decimos de la clase política española, entenderá que resulta imposible pensar en un nuevo consenso constitucional para una reforma, aunque fuera mínima. Por ejemplo, la del Título Octavo, que está pensado para el primer momento del modelo territorial. ¿Podría cambiarse? Pues sí, pero es imposible. Cómo se va a plantear ninguna reforma constitucional en España si a los actores políticos principales les falta el requisito fundamental, que es un credo común, y a otros lo que les interesa es acabar con la Constitución. Imposible. Ya le decía antes que saldremos de otras crisis, pero de la institucional no salimos… De ahí mi desesperanza.