Isaac Blasco-Vozpópuli

Algún día se conocerá qué ha llevado al ministro del Interior a aferrarse tanto a su cartera a expensas de su propio crédito

Hubo un tiempo en que Fernando Grande-Marlaska copaba las portadas de los dominicales, cuando estos registraban tiradas hoy impensables. Era un juez estrella con aire moderno, incluso transgresor, pero sobre todo respetado por su faceta profesional. Inevitablemente, es probable que con toda justicia, era puesto como ejemplo de éxito social en aquella España todavía virgen del relativismo moral precipitado con los atentados del 11-M, de los que acaban de cumplirse 21 años.

Marlaska será recordado con toda seguridad como el ministro más decepcionante del sanchismo, al que se plegó con el entusiasmo propio de quien siempre careció de una ideología definida.

De hecho, coqueteó con el PP antes de saltar al vacío, porque se conoce que su objetivo en la vida era ser ministro, aunque fuera de Marina.

Su relativa querencia conservadora afloró, por ejemplo, cuando trató de postularse como fiscal general del Estado o Defensor del Pueblo en la última legislatura de Mariano Rajoy. Casi lo logró.

El titular de Interior tiene en la inmigración la piedra de su zapato. Todas sus actuaciones en este ámbito han sido motivo de sonrojo ajeno hasta ir acumulando muescas irreparables en su imagen como servidor público y en su propia dignidad de magistrado.

Algún día se conocerá qué ha llevado al ministro del Interior a aferrarse tanto a su cartera a expensas de su propio crédito

Reconozco que me esperanzó su elocuente silencio ante la entrega de las competencias en el control de fronteras y de la inmigración para que el independentismo otorgue a su discreción el derecho de ciudadanía a quien quiera residir en Cataluña y trocear, de paso, la seguridad de España.

Pero su pastueña asunción del trágala del presidente del Gobierno acompañada de su voluntarista corrección a Junts para negar una nueva afrenta a la España constitucional abofeteó mi fe en la posibilidad de remisión para los esbirros de Sánchez, entre los que Robles y el propio Marlaska, ambos sin carnet del PSOE, cubren, con cínica solemnidad, la farisea tarea de pretender que este Gobierno todavía presenta una mínima dignidad institucional.

Algún día se conocerá qué ha llevado al ministro del Interior a aferrarse tanto a su cartera a expensas de su propio crédito. El momento propicio para apearse fue aquel 25 de agosto de 2021, cuando Rabat decidió ‘invadir’ Ceuta con un ejército de menas marroquíes. Ese día, una juez de primera instancia de la Ciudad Autónoma, para rebatir la chapuza migratoria diseñada por Interior, recordó a su titular, todo un ex magistrado de la Audiencia Nacional, “la obligación de cumplir las normas vigentes sin realizar excepciones”. De haberse marchado entonces, se habría ahorrado muchos oprobios posteriores.