Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Una reunión de impotentes a la que Sánchez, enfurruñado, se empeñó en asistir y lo colocaron, por pura compasión, en una mesita supletoria individual adherida a otra mesa que tampoco valía nada: la mesa infantil europea, incapaz de tomar decisiones sobre la guerra ni sobre la paz

Los actos son lo que cuenta. Por eso la izquierda española no puede acusar de putinejo a nadie sin caer en la indecencia. No hasta que explique el Gobierno por qué, incumpliendo las sanciones acordadas por Europa, se ha lanzado a comprar gas a Rusia como un loco. Seis veces y media más de lo que le compraba España cuando el autócrata llegó. O advino. El triple le compramos ahora con respecto al inicio de la guerra de agresión rusa contra Ucrania. Es una auténtica adicción lo de Sánchez con el gas ruso. Tiene que aumentar y aumentar las dosis para que le hagan efecto. Me pregunto a quién hace efecto en realidad y hasta dónde llegaba y llega la mano de Gazprom, que es mucha mano. Si se ha comprado excancilleres en Alemania, imagínate aquí. Sucede que nuestras crecientes compras están financiando la guerra contra Ucrania, lo cual se da de bofetadas con la retórica parisina del pasado fin de semana. Una reunión de impotentes a la que Sánchez, enfurruñado, se empeñó en asistir y lo colocaron, por pura compasión, en una mesita supletoria individual adherida a otra mesa que tampoco valía nada: la mesa infantil europea, incapaz de tomar decisiones sobre la guerra ni sobre la paz, ni sobre la coordinación en defensa, ni sobre el papel a jugar en Ucrania. Nada de nada, salvo lamentarse mucho por la propia falta de protagonismo.

Si hay un ejercicio inútil es observar esta guerra en Europa desde distancias históricas de leyenda. Lo más lejano que recordarán los ancianos ucranianos es una hambruna infernal que se llevó cinco millones de vidas y que fue provocada por el comunismo recién estrenado. Había que proveer a las ciudades, donde se jugaba la siniestra partida política, y el desabastecimiento no quedaba bien, no era presentable. Así que en la línea criminal y estúpida a un tiempo que ha caracterizado siempre al socialismo real (el irreal solo es estúpido), se decidió requisar a los pequeños propietarios agrícolas. Todo esto es sabido, pero conviene recordarlo. En la memoria de Ucrania está el Holodomor. Las fotografías de criaturas en los huesos, las historias de canibalismo, provocado por los primeros practicantes de la economía planificada, siguen poniendo los pelos de punta.

La era soviética fue como si hibernaran la historia. El partido se superpuso al Estado y este al imperio. Y cuando el siniestro Putin pasó de taxista a estadista (antes del taxi había sido espía del KGB durante tres lustros, eran tiempos confusos), un universo se empezaba a descongelar, y con él los nacionalismos secularmente dormidos, y también el comprensible rencor de familias que habían sobrevivido comiéndose unos a otros. Tengo a Trump por una bendición, un enviado para acabar con el wokismo, ese nihilismo de pantallas estúpidas, ese antihumanismo sentimental. Pero comete un grave error llamando dictador a Zelenski cuando tiene a mano a Putin, un dictador de verdad, sanguinario y peligroso psicópata. Que se centre en Gaza, que lo lleva bastante mejor.