Los eslóganes vacíos, sin contenido ideológico, sin significado reconocible, sin pegada conceptual o emocional, resultan ineficaces.
En la medida que las modernas democracias son regímenes de opinión y las opciones políticas que tienen a ésta de su parte ganan las elecciones, la comunicación se ha convertido en una parte esencial de la acción de los gobernantes o de los aspirantes al poder. Por esta razón, los partidos y los candidatos a puestos de representación pública gastan sumas fabulosas en campañas electorales y contratan a expertos en esta materia a los que pagan con largueza principesca. El dominio del arte y la ciencia de convencer a los votantes de que una determinada oferta programática o una persona concreta responde verdaderamente a sus deseos, necesidades y valores se convierte así en una meta prioritaria de los líderes de las distintas fuerzas parlamentarias. Este sector de actividad, que cuenta con reconocidos profesionales y consultorías especializadas en tales etéreos menesteres, está sujeto a todo tipo de dificultades, trampas y peligros. Yo suelo poner un ejemplo que ilustra vívidamente los riesgos correspondientes si no se está muy atento a cómo se transmiten los hechos o las ideas: Imaginemos que yo tengo un excelente amigo llamado X al que me unen largos años de colaboración leal, coincidencia en las convicciones y afecto sincero que, por azares de su vida profesional o familiar, se ha ido a residir al extranjero y que por este motivo no le he visto desde hace un año. En una entrevista se me pregunta por mi relación con X. Yo contesto que X es íntimo mío, casi parte de mi familia, que siento por él un enorme aprecio, que admiro su honradez, inteligencia y vasta cultura y que cuento siempre con él. A continuación, añado como comentario intrascendente que hace varios meses que no nos reunimos. El titular de la entrevista es “Vidal-Quadras y X, seriamente distanciados”.
El planteamiento es sin duda inteligente y ofrece un amplio campo de posibilidades, pero, y ahí entra la comunicación, al anunciarlo previamente -se supone que por aquello de “mirad qué listo soy”- ha quedado invalidado porque el PNV se ha apresurado a desmarcarse
En estos días los medios han señalado destacadamente que el Partido Popular se proponía debilitar al Gobierno promoviendo iniciativas parlamentarias de carácter económico que pudieran ser apoyadas por Junts y por el PNV evitando, lógicamente, cualquier cuestión relativa al modelo territorial del Estado o al concepto de España como Nación. Dado que la votación en el Congreso sobre el reconocimiento de Edmundo González Urrutia como presidente electo de Venezuela ha conducido a una derrota del PSOE al ser respaldada por los nacionalistas vascos, esta misma pauta podría ser seguida en otros temas en los que la posición de estos aliados de Pedro Sánchez hiciera prevalecer sus preferencias en los ámbitos fiscal, laboral, comercial o financiero sobre sus pulsiones identitarias. El planteamiento es sin duda inteligente y ofrece un amplio campo de posibilidades, pero, y ahí entra la comunicación, al anunciarlo previamente -se supone que por aquello de “mirad qué listo soy”- ha quedado invalidado porque el PNV se ha apresurado a desmarcarse y a reiterar su compromiso con la actual mayoría sostenedora del Ejecutivo “progresista”.
Otro ejemplo de fallo garrafal en el ejercicio de la elemental cautela que requieren ciertos delicados asuntos lo aportó el inspirado WhatsApp de un portavoz del PP en el Senado en el que comunicaba alegremente a su círculo de amigos que con el nombramiento de Manuel Marchena como presidente del Tribunal Supremo su partido controlaría la Sala Segunda de este órgano constitucional “desde atrás”. Como era de esperar, semejante torpeza saltó a las primeras páginas y a los informativos en prime time y la maniobra quedó abortada.
En cambio, un caso de éxito de comunicación fue el lema “Comunismo o Libertad” de la campaña de Isabel Díaz Ayuso a la presidencia de la CAM en 2021, aunque después lo redujo a “Libertad” a secas. El término “comunista” está asociado en la mente de mucha gente al estalinismo, a las purgas, al KGB, al gulag y a los peores crímenes contra la humanidad, por lo que su utilización como opuesto al luminoso vocablo “libertad” es tan potente como sugerente. Su éxito en las urnas fue, en este aspecto, elocuente. No se puede decir lo mismo del “Es el momento” de la campaña del PP en las generales de 2023. La pregunta automática es “Es el momento, ¿De qué?” Los eslóganes vacíos, sin contenido ideológico, sin significado reconocible, sin pegada conceptual o emocional, resultan ineficaces.
Estos correveidiles reptan por los pasillos de parlamentos, consistorios, ministerios o tribunales atentos únicamente a sus mezquinos intereses y son un obstáculo permanente para una buena estrategia de comunicación
Otro aspecto a tener en cuenta es la tentación recurrente de una poblada clase de políticos de complacer a los periodistas para que les traten bien a base de filtrarles intimidades, chismes y planes de sus organizaciones. Estas martingalas suelen salir mal porque contribuyen a sembrar discordia en las propias filas, a perjudicar a compañeros de siglas o a anular o debilitar los fines perseguidos. Estos correveidiles reptan por los pasillos de parlamentos, consistorios, ministerios o tribunales atentos únicamente a sus mezquinos intereses y son un obstáculo permanente para una buena estrategia de comunicación.
Es decepcionante comprobar que una fauna que en principio debería manejar con gran habilidad todos los trucos y reglas de su cometido y, en particular, ser maestros de la conformación del marco mental y sentimental de los ciudadanos a los que pretenden atraer a las urnas, cometen frecuentemente errores característicos de un principiante o de un lego en la materia. Por desgracia, y como colofón, está probado que la izquierda es, en estas decisivas labores, bastante más competente que sus rivales conservadores o liberales, a los que les cuesta comprender la naturaleza esencial de este componente de su oficio. Y así vamos.