EL CORREO – 20/04/15 – MANUEL MONTERO
· El planteamiento zen de la Secretaría de Paz y Convivencia es una cuestión de fe, pues no explica cómo de la autocrítica se derivará el advenimiento de la concordia
En los años de plomo floreció en el País Vasco un argot que se asociaba a lo que se llamó ‘proceso de pacificación’ y la variada nomenclatura creada para no llamar a las cosas por su nombre ni decir terrorismo en vez de lucha armada. Emergieron, entre otros, términos como ‘mediador’ o ‘facilitador’, este último venido de la teoría de la dinámica de grupos, bien que encarnó entre nosotros con una concepción ininteligible. Propaganda hubo en la que se invitaba al común a hacerse facilitador. A más alto nivel el paisaje se nos llenó de personajes ‘internacionales’ a los que se llamaba mediadores, facilitadores, verificadores… La jerga que nos trajo Elkarri/Lokarri, la madre de este cordero, fue pintoresca y daba un aire evanescente al posicionamiento social frente al terror (‘expresiones de la violencia’, según este lenguaje escapista).
Toda esta parafernalia no contribuyó en nada al final del terrorismo, que no llegó por la presión de la equidistancia. La pléyade de mediadores, facilitadores y verificadores, que todavía pululan por ahí, tuvo la única función de dar una pátina de presentabilidad a ‘la organización’ y sus secuaces, reconocidos implícita o explícitamente como bando beligerante de naturaleza distinta pero equiparable al Estado. El terror y la democracia quedaban en un sorprendente pie de igualdad. Las figuras de mediadores, facilitadores, etc., no contribuyeron nada a mejorar esto y es posible que dificultaran las cosas, al otorgar una suerte de credibilidad al terror.
Aquel maremágnum de términos lokarrianos, solo aptos para especialistas, nos ha dejado una herencia. La encontramos en la Secretaría General de Paz y Convivencia, cuya dirección actual tiene esta procedencia. Pues bien: su programa Zuzendu, ‘Programa de divulgación de una pedagogía de la autocrítica en derechos humanos’, supera las tradicionales cotas de ambigüedad moral. Por decirlo suavemente: es pretencioso, pueril, ñoño y está repleto de vaciedad, si vale el oxímoron. Utiliza un lenguaje que quiere ser técnico pero que parece salido de un curso de autoayuda por correspondencia no asimilado. La redacción de las ventajas de la autocrítica (resumiendo: la autocrítica repara el daño injusto, genera confianza, facilita la autocrítica ajena, etc.) produce sonrojo. Extraña que un texto de este nivelito pueda estar refrendado por el Gobierno vasco.
No merece la pena perder el tiempo en este sinsorguismo institucionalizado. Solo un ejemplo de la redacción peregrina: invita a la «autocrítica porque en el pasado se produjeron actuaciones contradictorias con un compromiso contraído con los derechos humanos». ¡Llama al asesinato y la extorsión o al apoyo al terrorismo «actuaciones contradictorias con un compromiso contraído con los derechos humanos». Por favor, que alguien repare la estupidez. De este derroche de banalidad hay más ejemplos, pero se los ahorro.
Su gran ‘aportación’: la autocrítica nos salvará. Aparece como la panacea, el talismán, el mecanismo por el que el pueblo vasco dará un nuevo salto. Así las cosas, conviene no discutir la excelencia del invento. Por sacar algún pero, no predica con el ejemplo. No sugiere una autocrítica de la actitud sobre la que se basa toda esta tramoya, la costumbre de equidistanciar. Menos los equidistantes, todos los demás quedamos invitados a autocriticarnos, excepto las víctimas que han recibido un sufrimiento injusto, lo que sugiere la eventualidad de víctimas que han sufrido justamente, también conminadas a autocriticarse, pues algo habrán hecho: haber mirado a otro lado, haber sido equidistantes, concluirá su autocrítica.
De la autocrítica se esperan grandes mejoras de la convivencia, el advenimiento de la concordia. Lástima que se olvide de establecer la relación causa-efecto, cómo del pueblo vasco en estadio autocrítico se derivarán tan fenomenales cambios espirituales. Los planteamientos zen de la Secretaría de Paz y Convivencia son una cuestión de fe. Lo peor: una lectura atenta del texto permite concluir que al margen de tantas bondades místicas, la alabanza de la autocrítica persigue sobre todo el acercamiento de los presos. Que Bildu autocritique el pasado de apoyo a la ‘lucha armada’ y sus pecados serán perdonados. En otras palabras: el PNV podría en ese caso meterse en la reivindicación que le viene del radicalismo nacionalista. Eso es todo. Para eso han desmadrado la prosa de formas pacifistas, acudiendo a una literatura ramplona que se hace rara en instancias gubernamentales.
El resto es ridículo. Se nos anuncia que habrá un gran congreso internacional sobre la autocrítica. A coger el rábano por las hojas no nos gana nadie. No solo eso: para 2016 augura una exposición sobre la autocrítica en el arte, la literatura, la política, etc. Habida cuenta de que el concepto es una creación del ámbito comunista, cabe esperar sesudos ensayos sobre cómo Stalin invitaba a la autocrítica a sus disidentes: lo hacía de forma persuasiva. Si la Secretaría de Paz y Convivencia nos permite identificar autocrítica y arrepentimiento, cabría que la exposición pictórica sobre la autocrítica incluya el retrato ‘San Pedro arrepentido’ de Goya, en el que el apóstol implora el perdón al Altísimo, o alguno de los cuadros de Judas colgándose del árbol, quizás la mejor expresión de lo que nos ocupa. Sobre la importancia de la autocrítica en el pasado: ha servido más para exigírsela a los demás que para practicarla. De nada.
Si en la naturaleza no está facilitar la convivencia, convendría al menos no dificultarla con frivolidades.