De entre las muchas dudas que inquietan al PSOE en estos días, hay una que pocos se plantean: que Susana Díaz pudiera dar otro paso atrás en su indisimulada ambición por auparse a la Secretaría General socialista. La dirigente sevillana se encuentra ante su última estación, las cuestiones son cuándo, cómo y a qué precio. A la presidenta de la Junta se le agota el tiempo conforme Mariano Rajoy apura los plazos para su investidura o vamos a las terceras elecciones. Y ése es el paradójico gran dilema de una parte del PSOE, supeditado a los vaivenes anímicos de Susana Díaz, en ese estilo de política con el que la presidenta de la Junta de Andalucía maneja su partido desde hace meses. Un manoseo táctico que tiene como penúltimo episodio la estrategia del avestruz que Susana Díaz despliega desde las pasadas elecciones.
Su silencio no es casual. No son pocos en el PSOE, incluidos sus desconcertados aduladores, los que ya no encuentran excusas ante la pregunta de cuántas veces ha dicho que sí o que no a plantear la batalla pública por la Secretaría General. Ya no le queda otra ante la impaciencia de sus animadores y promotores de dentro y de fuera del PSOE. De ahí también su calculado repliegue, su chocante mutismo, sólo superado por el del propio Pedro Sánchez.
El objetivo ahora de Susana Díaz es que Sánchez se achicharre –que se va a chamuscar sí o sí– con el perverso mandato del Comité Federal de oponerse a facilitar siquiera la investidura de Mariano Rajoy, empantanar cualquier posibilidad de un gobierno alternativo con Podemos y los independentistas y, al mismo tiempo, comprometerse a no provocar unas terceras elecciones.
Mientras públicamente ella no se sale de la argumentación oficial y dice lo que quiere oír la mayor parte de la militancia socialista y el electorado que le queda –el no incuestionable a Rajoy en cualquier circunstancia– en privado no deja de defender la tesis de que el PSOE debe facilitar un Gobierno del PP, bien sea con la abstención activa o bien con el sacrificio técnico de los diputados necesarios. Un nuevo martirio de un PSOE con inequívoca vocación nacional, una de las banderas que forman parte del calculado patrimonio político de Susana Díaz.
Ése es el escenario ideal para Susana Díaz. El PSOE en la oposición y Pedro Sánchez amortizado como responsable último de facilitar un Gobierno de la derecha, objetivo de los reproches de Podemos y de su propia militancia. Y ella con tiempo y material político suficiente para abordar un congreso federal con garantías. Por eso, Susana Díaz es refractaria estos días a las presiones de los barones y a los apremios mediáticos para que dé ya un paso al frente. «Primero, resolved lo de Pedro y luego, venid a hablar conmigo», viene a decirle a todo aquel que le incita a desvelar sus cálculos y su estrategia personal.
TENSIÓN CONGRESUAL
Uno de los hombres con los que Pedro Sánchez cuenta en Andalucía, siquiera como simple referente político para sus partidarios en la comunidad, el que fuera vicesecretario general andaluz en la época de mayor hegemonía de Manuel Chaves, José Asenjo, sostiene que, a tenor de sus recientes posicionamientos, la inteligencia política de Susana Díaz no logra estar a la altura de su ego.
Y, aunque Asenjo no aclara en qué lugar de la ecuación sobre la personalidad política de Susana Díaz sitúa la desmedida ambición de la presidenta de la Junta de Andalucía, parece poco incierto que tiene una indiscutible preeminencia en cualquiera de las decisiones políticas que adopta, especialmente cuando de la estrategia de su partido se refiere.
De ahí que Susana Díaz no pueda mantener por mucho tiempo estar con los pies en dos barcas, como señala otro de los hombres de Pedro Sánchez en Andalucía, quien aconseja no engañarse sobre la actual situación del PSOE con la gráfica afirmación de que se trata de la más pura «tensión congresual no resuelta».
La decisión del Comité Federal fue posponer el congreso federal hasta la formación de un gobierno, momento en el cual, con el PSOE en la oposición, abordar sin paños calientes el enfrentamiento entre Sánchez y Díaz.
Pero, según otro de los apoyos de Sánchez en Andalucía, la tensión entre ambos bandos es tan insostenible que muy probablemente no habrá gobierno si antes no hay congreso.
La ruptura es total desde que el secretario de Organización, César Luena, llegase a amenazar a su homónimo andaluz, Juan Cornejo, con nombrar una gestora en Andalucía –como sucedió en el PSOE madrileño– si persistían las maniobras de Susana Díaz. Esta estrambótica amenaza, de inverosímil ejecución, pero confirmada por su entorno íntimo, reafirmó a Susana Díaz en que no le queda otra, que ésta es la última estación, que ha llegado la hora del definitivo, de coger el tren a Madrid.
Despejado el incierto calendario, queda por definir el cómo. Naturalmente, un congreso federal para elegir un nuevo secretario general. La única opción de Susana Díaz para cumplir la hoja de ruta de su ambición política pasa por forzar la convocatoria de un congreso federal sin primarias después de hacer cumplir a Pedro Sánchez sus responsabilidades políticas por el fracaso de las elecciones y presentándose ella.
Es cierto que la endiablada geometría electoral ha colocado a Susana Díaz ante el escenario más difícil y que su indemostrada inteligencia política tiene como reto ineludible definir su capacidad para manejar la complejidad política del momento. Pero Díaz huye de las primarias como un gato del agua.
En sus escasas últimas intervenciones públicas, la presidenta de la Junta no ha hecho más que insistir en que ella es partidaria de la democracia representativa, concepto tras el que eufemísticamente trata de enmascarar su rechazo a las primarias, una fórmula a la que nunca ha tenido que enfrentarse, salvo las convocadas nominalmente para el PSOE andaluz y en las que el aparato del partido, controlado férreamente por ella, impidió cualquier alternativa.
Descartada ya hace tiempo su idílica pretensión de llegar a la Secretaría General del PSOE por aclamación general, Susana Díaz tiene como único objetivo que no haya unas primarias en las que sabe que, aún en sus peores momentos, Pedro Sánchez va a plantearle una batalla cuyo final es más que incierto.
Díaz, por tanto, quiere un congreso federal con delegados mandatados para elegir al secretario general, en la convicción de que de esa forma tiene opciones claras, junto al apoyo del resto de los barones que le respaldan desde siempre y a la vieja guardia del partido, de ganarle el pulso a Pedro Sánchez. Sólo así se ve triunfadora y eso que su única experiencia en un caso similar fue un rotundo fracaso al perder frente a Alfredo Pérez Rubalcaba con la «neutralidad pasiva» del PSOE andaluz en favor de Carme Chacón.
Este propósito de Susana Díaz choca, sin embargo, con la nueva realidad del partido, tal y como reconoce uno de los hombres más cercanos a la presidenta, llamado a asumir responsabilidades orgánicas en el caso de la marcha de la presidenta de la Junta a Madrid. Según éste, ya pasaron los tiempos de los congresos controlados por el aparato. La participación directa de la militancia es irreversible y más desde que –en una maniobra aún no suficientemente calibrada por algunos sectores del partido– Pedro Sánchez sometió a votación la política de pactos. En palabras de uno de los hombres de Sánchez en Cádiz: «No hay marcha atrás en ese proceso y Susana Díaz ya tarda en asumirlo».
Resta por precisar el precio que debe pagar Susana Díaz para alcanzar sus aspiraciones. «Es perder o perder», según el promotor sevillano de una de las plataformas de apoyo a Pedro Sánchez que éste está formando para cuando llegue el enfrentamiento. Y, efectivamente, los riesgos políticos de Susana Díaz no son desdeñables y el precio que con toda probabilidad deberá asumir, tampoco.
Si gana la Secretaría General, será imposible que pueda compaginarla, como pretende, con la Presidencia de la Junta. No se lo permitirán ni desde fuera, ni desde dentro. Demasiado idílico asumir la dirección del principal partido de la oposición contando con un presupuesto público de más de 30.000 millones de euros a favor de la confrontación. Tendría que dejar Andalucía antes de lo que ella pretende creando un serio problema en el patio trasero del PSOE, en el único granero de votos que le queda.
Pero, ¿y si pierde frente a Sánchez? También tendría que dejar la Junta. Pedro Sánchez no le permitiría continuar y en Andalucía, donde ya cuenta con un nada desdeñable número de damnificados, el partido se rompería en dos. Una catástrofe para la casi única baza de poder institucional que le queda al partido.
Los movimientos de las últimas horas no hacen vislumbrar que Susana Díaz termine por responder con seguridad a las expectativas que su entorno promociona, pero tampoco que pueda quedarse otra vez en la estación viendo pasar los trenes del futuro del PSOE.