EL DILEMA NARANJA

ABC-IGNACIO CAMACHO

El «efecto Vox» va a meter a Cs en un nuevo problema de estrategia cuando la irrupción del nuevo partido se extienda

EN la medida en que la política funciona como una teoría de física de espacios, por los que en vez de cuerpos se mueven las ideas –o los sucedáneos que a menudo las relevan–, la irrupción fulgurante de Vox va a meter a Ciudadanos en un problema. También al PP, por supuesto, al que hace una competencia directa pero digerible porque en cierto modo lo complementa. Al partido naranja, sin embargo, la principal dificultad que le crea la aparición de esta emergente fuerza no tiene que ver tanto con la disputa de los votos como con una cuestión de estrategia. Por un lado es obvio que la existencia de Vox contribuye a centrar a Cs y a distanciarlo de un concepto que le incomoda como es la adscripción sin matices al bloque de derechas; por otro, sin embargo, lo sitúa ante la áspera disyuntiva de aceptar o no su apoyo para desbancar a la izquierda. Con el agravante de que no será sólo Andalucía el escenario del dilema: en el ciclo que ahora comienza, el efecto expansivo de la formación nueva se va a extender a las elecciones locales, a las regionales y a las europeas. En toda España hay varios cientos de miles de ciudadanos muy cabreados a la espera de que les llegue el momento de sumarse a la experiencia.

Así que, a partir de ahora, frente a la alianza del PSOE con los populistas no va a bastar ya con coaliciones bipartitas. Guste o no –y a Rivera le gusta muy poco, más bien nada–, existe una probabilidad altísima de que Vox forme parte imprescindible de la alternativa. De ahí que el Gobierno, Podemos y su cohorte propagandística se hayan lanzado en tromba a predicar el aislamiento de los supuestos fascistas para tratar de encerrar a Cs en un laberinto sin salidas. Si la presión se vuelve efectiva, el bando liberalconservador perderá cohesión y la masa crítica necesaria para sumar mayorías. En caso contrario, Ciudadanos se alejará de su perfil centrista. De un modo u otro, su plan de erigirse en factor clave de la estabilidad en municipios y autonomías corre serio riesgo de extraviar su potencial capacidad decisiva. El voto útil se ha disipado tras el terremoto de estos días; lejos del fracaso anunciado, los electores de la derecha bravía tienen la justificada sensación de haber sido la clave del descalabro socialista.

En Andalucía, Rivera y Marín tienen la coartada del cambio. Hasta sus partidarios más templados pueden entender como un imperativo democrático el relevo de un sistema de poder viciado por la insólita prolongación de sus mandatos. Pero en Madrid, Valencia y otras plazas les va a resultar más difícil justificar un pacto con gente de talante tan arriscado. Cuando parecía haberse recuperado del desconcierto en que lo dejó su papel hamletiano en la moción de censura, Cs vuelve a necesitar un relato. Y gran parte de la estructura institucional del país en los próximos años depende del tacto con que sepa redactarlo.