Carlos Sánchez-El Confidencial
- El mundo vuelve a la guerra fría. La política de contención hacia Rusia ha fracasado. Precisamente, la vieja estrategia de Occidente que ahora no se ha seguido. La historia vuelve a repetirse
‘Foreign Affairs’ publicó en julio de 1947 el que quizá sea el artículo más influyente sobre la guerra fría —aquí el texto—. Lo tituló ‘Las fuentes de la conducta soviética’, y la revista, contradiciendo su política editorial, permitió que el autor pudiera firmar bajo el pseudónimo ‘X’.
Todo el mundo sabía, sin embargo, que el autor era el diplomático George F. Kennan, que había servido en Moscú entre 1944 y 1946 como jefe de misión y principal asesor del embajador Harriman, quien años más tarde sería el jefe de la delegación estadounidense durante las conversaciones de paz en Vietnam. El diplomático Kennan hablaba y escribía ruso y antes había vivido el proceso de colectivización soviética. Su visión era importante porque conocía bien lo que sucedía dentro de la URSS. De hecho, su artículo era una versión ampliada del célebre telegrama largo (‘Long Telegram’) que el propio Kennan había enviado al Departamento de Estado. El general Marshall, por entonces jefe de la diplomacia de EEUU, le había preguntado a Kennan qué hacer con la Unión Soviética, que al mismo tiempo que había sido aliada para combatir a Hitler, era enemiga de EEUU.
La importancia del telegrama largo de Kennan no solo radica en su certero análisis geopolítico, sino que bucea en los orígenes de la psicología soviética, construida sobre dos pilares: la necesidad de una autoridad ilimitada en el interior y, al mismo tiempo, el cultivo de la hostilidad exterior como un mito implacable. Ambas ideas, decía, Kennan, «han contribuido mucho a dar forma a la maquinaria real del poder soviético tal como la conocemos hoy» (1946).
El partido siempre tiene razón desde que en 1929 Stalin tomó el poder y anunció que las decisiones del Politburó se tomarían por unanimidad
La fecha es importante porque en aquel momento se discutía la integración de la URSS en el FMI y el Banco Mundial, instituciones creadas dos años antes en Bretton Woods. Kennan advirtió a su secretario de Estado que, por entonces, los dirigentes soviéticos mantenían la creencia en la «maldad básica del capitalismo», lo que a la postre se confirmó, y la URSS, después de haberlo negociado, rechazó ser país fundador de la nueva arquitectura económica internacional.
El partido siempre tiene razón
La segunda consideración de Kennan no era menos relevante. La URSS, escribió el diplomático estadounidense, se basa en la «infalibilidad del Kremlin». Y esto era así porque el concepto soviético de poder no podía permitir posiciones fuera de la organización, porque «si la verdad se encontrara en otra parte», decía, «habría justificación para su expresión en la actividad organizada». Es decir, la democracia. «Por lo tanto», sostenía, «la dirección del Partido Comunista siempre tiene razón, y siempre ha tenido razón desde que en 1929 Stalin formalizó su poder personal al anunciar que las decisiones del Politburó se tomarían por unanimidad».
La tercera consideración era la más relevante, y, de hecho, es la que diseñó la estrategia de EEUU durante la guerra fría. El Kremlin, decía Kennan, «no está bajo ninguna compulsión ideológica para lograr sus propósitos a toda prisa, al igual que la Iglesia tienen validez a largo plazo y puede darse el lujo de ser paciente». Estas consideraciones, escribió Kennan, «hacen que la diplomacia soviética sea a la vez más fácil y más difícil de manejar que la diplomacia de líderes agresivos individuales como Napoleón y Hitler».
A la vista de estas tres reflexiones, Kennan recomendó a Washington que el elemento principal de cualquier política de los EEUU hacia la URSS fuera «la contención a largo plazo, paciente, pero firme y vigilante, de las tendencias expansionistas rusas». Esa política, advirtió, «no tiene nada que ver con el histrionismo exterior: con amenazas o fanfarronadas o gestos superfluos de dureza exterior». Si bien el Kremlin, escribió el diplomático estadounidense, es básicamente flexible en su reacción a las realidades políticas, de ninguna manera es indiferente a las consideraciones de prestigio. Como casi cualquier otro gobierno, continuó Kennan, «puede ser colocado por falta de tacto y gestos amenazantes en una posición en la que no puede darse el lujo de ceder, aunque esto pueda ser dictado por su sentido del realismo. Los líderes rusos son buenos jueces de la psicología humana y, como tales, son muy conscientes de que la pérdida de los estribos y el autocontrol nunca es una fuente de fortaleza en los asuntos políticos».
Fiona Hill: «Hemos tenido un fracaso político a largo plazo en cómo gestionar las relaciones de la OTAN con Rusia para minimizar el riesgo»
«Por estas razones», concluía Kennan, «una condición indispensable para tratar con éxito con Rusia es que el gobierno extranjero en cuestión debe permanecer en todo momento sereno, y que sus demandas sobre la política rusa deben ser presentadas de tal manera que dejen el camino abierto para un cumplimiento que no perjudique demasiado a Rusia«. Tras recibir Truman la carta de su diplomático, comenzó la guerra fría. O la paz armada, como se prefiera. La disuasión nuclear se encargó de evitar un conflicto que hubiera devastado el planeta.
Guerras moleculares
EEUU siguió al pie de la letra los consejos de Kennan y el mundo ha vivido desde 1945, salvo esas guerras moleculares, como las denominó Enzesberger, uno de los periodos de paz más largos de la humanidad, desde luego en Europa. El ensayista alemán, como se sabe, se refería a los conflictos armados de reducidas dimensiones surgidos tras la caída del muro. Las guerras moleculares explican, por ejemplo, las consecuencias bélicas de las primaveras árabes o los conflictos en los Balcanes, Georgia y, por supuesto, Ucrania.
La política de contención hacia Rusia, que en realidad es lo que ha fallado, no es un asunto cualquiera. Fiona Hill, autora de una monumental biografía de Putin y asesora de inteligencia de EEUU, lo ha descrito con solvencia en ‘Politico’. «Hemos tenido un fracaso político a largo plazo que se remonta al final de la guerra fría en relación a cómo gestionar las relaciones de la OTAN con Rusia para minimizar el riesgo».
Hill, que ha dedicado toda su vida académica a estudiar a Rusia y, en particular a Putin, lo ve así. La OTAN es como una gran aseguradora, un protector de la seguridad nacional para Europa y EEUU, pero después del fin de la guerra fría empezó a rebajar las pólizas sin tener en cuenta los riesgos, incluidos los derivados de la respuesta negativa que daría el Kremlin a las sucesivas expansiones. «Piense en Swiss Re o AIG o Lloyds», dice al entrevistador, «que se encontraron en medio del huracán Katrina o de la crisis financiera internacional con graves problemas por falta de previsión».
Hill se refiere a que EEUU subestimó la importancia de la contención, cuando al menos desde 2007 Putin viene advirtiendo que las sucesivas ampliaciones ponían en riesgo el precario orden mundial. En abril de 2008, hay que recordarlo, la OTAN planteó una política de ‘puertas abiertas’, como la propia organización denominó, dando la bienvenida a Georgia y Ucrania como aspirantes a ser miembros de pleno derecho de la alianza en lo que sería la sexta ronda de ampliación: Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovenia y Eslovaquia se unieron en 2004; la República Checa, Hungría y Polonia en 1999; España en 1982; Alemania en 1955 y Grecia y Turquía en 1952.
Moscú tiene un grave problema demográfico. Necesita a la ‘Rusia blanca’ para equilibrar el aumento procedente de las repúblicas islámicas
Sin olvidar la declaración unilateral de independencia de Kosovo en 2008 en contra de Serbia y de Moscú, por lo que Rusia se siente legitimada para abrir procesos similares en otros países: el Donbás (Ucrania), Osetia del Sur y Abjasia (Georgia) o Transnistria (Moldavia), región fronteriza con Ucrania y donde Rusia mantiene una importante fuerza militar. Y todo después de haber pacificado, al menos por el momento, su patio trasero en el sur del Cáucaso: reciente paz tutelada por Rusia entre Armenia y Azerbaiyán a propósito de Nagorno Karabaj, y cuya importancia estratégica radica en su cercanía a Turquía (miembro de la OTAN). O la represión reciente en Kazajistán para aplacar las protestas.
La propia Hill recuerda que cuatro meses después de la cumbre de Bucarest de la OTAN (2008) se produjo la invasión de Georgia. No hubo una invasión de Ucrania porque entonces el gobierno de Kiev se retractó y dejó de estar interesado, «pero deberíamos haber abordado seriamente cómo íbamos a lidiar con este resultado potencial y nuestras relaciones con Rusia», aclara una de las mayores expertas en el país de Putin. Ucrania, como se sabe, consagró en 2019 en su Constitución su objetivo de ingresar en la OTAN.
Una catástrofe geopolítica
El líder ruso no ha perdido el tiempo y desde entonces ha tejido una red de alianzas, incluida China, que le permite tener su propia estructura de seguridad. Casi al mismo tiempo que Rusia invadía Ucrania, el pasado 24 de febrero, Putin cerraba un acuerdo militar con Azerbaiyán para asegurarse su lealtad a Moscú en aras de construir lo que se ha llamado ‘russki mir’ (mundo ruso). Ya en 2005, no el mes pasado, Putin le había dicho a la nación que el colapso del imperio soviético había sido «la mayor catástrofe geopolítica del siglo». Su presunta ‘enfermedad mental’, como muchos han dicho, no es, desde luego, reciente, viene de lejos.
Entre otras cosas, porque al mismo tiempo que Moscú consolida posiciones en el Cáucaso y las repúblicas islámicas de la vieja URSS, tiene un grave problema demográfico. Se suele decir en economía que la productividad lo es todo y en política exterior la geografía lo condiciona también todo, pero hay algunos datos demográficos que pueden explicar la invasión de Ucrania.
Como ha recordado el analista Bruno Tertrais, en 1959, el 83% del país era ruso, una cifra que cayó hasta el 78% en 2010. Rusia cuenta actualmente con entre 15 y 20 millones de musulmanes, es decir, entre el 10% y el 15% de la población, con una elevada tasa de fecundidad que ha llevado al gran muftí a decir que representarán el 30% de la población a mediados de la década de 2030. La población alcanzó un máximo de 148 millones de habitantes en 1992 y ha ido disminuyendo desde entonces, a pesar de un modesto repunte en la década de 2010. Con 146 millones de personas en la actualidad, el país rondará los 140 millones en 2035, y los 130 millones en 2050. En cambio, Asia Central, con 75.5 millones de habitantes en la actualidad, sigue creciendo: 88 millones para 2035 y 100 millones en 2050. Es decir, Rusia necesita a Ucrania para repoblar su país de ‘rusos blancos’.
Putin, de hecho, ya se siente con las manos libres para incumplir los Memorandos de Budapest (1994), que a cambio de que Ucrania entregara las armas nucleares a Moscú establece (sic) que Rusia, EEUU y Reino Unido se abstendrán del uso de la fuerza «contra la integridad territorial o la independencia política de Ucrania, y que ninguna de sus armas se utilizará jamás contra Ucrania, excepto en defensa propia», y siempre de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas.
Alemania ahora habla de manera histriónica de ‘zeitenwende’, es decir, punto de inflexión, pero nunca antes hizo caso a su política de seguridad
Ahora es, probablemente, demasiado tarde. Lo que comenzó siendo una invasión para evitar que Ucrania pudiera entrar en la alianza, que sin duda tiene algo de excusa, puede convertirse en un asalto a las fronteras de la Europa oriental que emergieron tras la implosión de la Unión Soviética. Probablemente, porque se ha olvidado la relevancia de uno de los dos argumentos que justifican la existencia de la OTAN: defensa y seguridad.
Seguridad energética
El primero se ha cumplido, aunque no en el caso de Europa por su incapacidad de avanzar en la integración militar, pero no el segundo, ya que el no haber dado una respuesta a Rusia en términos de seguridad mutua, siguiendo el ejemplo que daba Fiona Hill con las aseguradoras, ha generado una guerra insensata. No solo por la crueldad de Putin contra objetivos civiles, sino también por lo que puede suponer de escalada armamentista en Europa. Paradójicamente, la misma Europa que se ha entregado a Rusia en términos de seguridad energética, y que de forma simplista pensaba que solo con sanciones se detendría la recomposición de fronteras que pretende Putin en el Este. ¿O es que el abastecimiento energético no forma parte de las políticas de seguridad?
Europa se ha equivocado gravemente, y eso es lo que explica que ahora actúe con ese histrionismo del que advertía el diplomático Kennan poniéndose al frente de la manifestación, cuando nunca ha tenido un visión de conjunto sobre los problemas de seguridad en Europa, que no son los mismos que los de defensa, ya que tienen un enfoque más amplio y abarcan aspectos como la energía, los flujos migratorios o la ciberseguridad.