Pedro Sánchez, durante el Consejo de la Internacional Socialista celebrado este pasado fin de semana en Ferraz, y a propósito del caso Koldo convertido ya en el caso Ábalos y para que no se convierta en el caso Sánchez, lanzó el que podemos definir como «el discurso contra la corrupción menos creíble de la historia», un supuesto alegato contra la corrupción política que no puede sino entenderse como lo que fue: el culmen del cinismo político y, en el fondo, una descripción nítida y detallada y un recordatorio histórico de la relación del PSOE de Sánchez con la peor de las corrupciones y su legitimación política.
Durante su intervención, Pedro Sánchez recuerda que este gobierno tiene su origen en la moción de censura presentada por el actual presidente el 1 de junio de 2018 para sacar del Gobierno de España a Mariano Rajoy, tras conocerse la sentencia del caso Gurtell, caso de corrupción vinculado al PP. Sin embargo, como ha terminado ocurriendo, que un partido político apee del gobierno a otro partido político por un caso de corrupción no implica que el partido político que alcanza el poder vaya a estar a salvo de aquellos comportamientos que antes denunció y con los que justificó la presentación de una moción de censura, y mucho menos que su comportamiento pueda tildarse de ejemplar, como estamos comprobando durante esta última semana y, en el fondo, durante los cinco años de gobierno de Sánchez.
Indultar y tratar de amnistiar a los responsables del proceso independentista catalán, o sea, tratar mejor a los delincuentes que a los ciudadanos españoles que cumplen las leyes y pagan sus impuestos
Porque aunque Pedro Sánchez asegura en su discurso que su Gobierno «ha hecho de su ejemplaridad y de la ejemplaridad su bandera», nos recuerda justamente lo contrario: que la mentira y el incumplimiento de sus promesas han sido su práctica habitual y su manual de acción política; y cuando añade que se trata de «una ejemplaridad absoluta, total, que no entiende de colores», no hace sino señalar precisamente lo que ha sido la motivación de su gobierno, la razón de su permanencia y hasta su principal labor: tratar desigualmente a unos ciudadanos respecto a otros en función de su color político y de sus necesidades para primero alcanzar y después mantenerse en la Moncloa; en concreto, indultar y tratar de amnistiar a los responsables del proceso independentista catalán, o sea, tratar mejor a los delincuentes que a los ciudadanos españoles que cumplen las leyes y pagan sus impuestos.
Sánchez añade cínicamente que «esa lucha contra la corrupción debe ser implacable, venga de donde venga y caiga quien caiga», antes de que sus subordinados reunidos en el cónclave aplaudieran con las orejas, sin que se les cayera la cara de vergüenza. Porque lo dijo quien ha suprimido el delito de sedición y rebajado las penas de corrupción e indultado la malversación, la desobediencia a las autoridades públicas y la organización criminal, todo ello para beneficiar a una serie de personas concretas cuyos votos necesita para seguir siendo presidente del Gobierno de España, legitimando por la vía de los hechos los comportamientos corruptos de aquellos cuyo objetivo político fundamental sigue siendo alcanzar ilegalmente la independencia de Cataluña y, por tanto, romper España. Y es que no hay mayor corrupción que tratar de romper la norma común que nos iguala a todos (y protege especialmente a los más débiles de las arbitrariedades de los poderos) e intentar romper el Estado de Derecho y la ciudadanía compartida para extranjerizar a millones de personas. Es decir, que, siendo grave robar y delinquir para comprarse un chalet en la playa, mucho más lo es hacerlo para romper el Estado.
Habló de transparencia quien preside un Gobierno que se ha reunido a escondidas con los delincuentes para redactar una ley que los amnistíe, con mediadores internacionales y en un lugar del extranjero desconocido
En un apocalipsis del cinismo, Sánchez se reivindicó «frente a quienes obstaculizan la Justicia», añadió que «hoy hay colaboración con la Justicia» y terminó haciendo un alegato por «la transparencia absoluta». Tienes que reírte. Lo dijo quien ha pretendido frenar o acortar procedimientos judiciales, amenazado a los jueces díscolos que no siguen los dictados del Gobierno de España, hecho saltar por los aires la separación de poderes y colonizado parte de la Justicia para utilizarla en su propio beneficio. Y habló de transparencia quien preside un Gobierno que se ha reunido a escondidas con los delincuentes para redactar una ley que los amnistíe, con mediadores internacionales y en un lugar del extranjero desconocido para evitar el control de los medios de comunicación y, por tanto, de la ciudadanía.
«Quien la hace la paga», terminó diciendo para sentenciar a Ábalos nada menos que Pedro Sánchez, cuya acción de gobierno fundamental ha sido y sigue siendo impedir que paguen por sus delitos aquellos a los que necesita para permanecer un rato más en la Moncloa. Y por esto último prescinde de Ábalos: no por limpieza ni por transparencia sino por conveniencia.
Por todo ello el discurso de Pedro Sánchez no fue sino cinismo puro, su retrato político y, en definitiva, el discurso contra la corrupción menos creíble de la historia.