EL CONFIDENCIAL 27/12/12
José Luis González Quirós
Las Navidades son propicias para los discursos, lo que ha podido atenuar los ecos del pronunciado por Artur Mas ante el Parlamento catalán. Sus palabras, breves, no tienen desperdicio, y tampoco lo tienen las circunstancias en que fueron dichas, con el retrato del Rey oculto tras un simple lienzo.
El discurso del renovado presidente de la Generalidad es una pieza bien construida, que sería asumible si no diese en suponer que existe algo que no existe, y que no existe algo que sí existe, por mucho que quiera dejar de contar con ello, ya se verá cómo. No hay, políticamente hablando, una nación catalana, mientras que sí existe, a todos los efectos políticos y jurídicos, la Nación española, que incluye inequívocamente tanto el territorio catalán como a todos los catalanes. Que Cataluña es, o ha sido, una nación desde el punto de vista cultural no ofrece demasiadas dudas ni tiene otro interés que el histórico; que Cataluña no ha sido nunca, ni es ahora, una nación en el sentido político es absolutamente obvio y, aunque el futuro no esté nunca del todo escrito, no parece nada fácil que tal objetivo se pueda conseguir con la retórica ilusionista del líder catalán.
Según Mas, Cataluña se va a adentrar en un proceso de transición nacional a una nueva situación que, aunque no se defina ni se describa, será completamente ajena a España. Afirmó, además, que se podrá avanzar hacia esa secesión sin violencia, sin olvidarse del Estado de derecho y sin vulnerar la democracia, lo que seguramente sea mucho suponer.
Mas asume que podrá maniobrar con la impunidad con que se han consentido las deslealtades y las irregularidades de los nacionalistas, pero habría que acabar con esa herencia onerosa de la ingenuidad política de la transición bastante antes de que pueda convocarse el supuesto referéndumEs corriente que los políticos prometan más de lo que van a conseguir, pero no tanto que engañen en lo que intentan, y es evidente que Artur Mas está planteando un desafío a la democracia y a la nación española de una magnitud difícil de superar. Mas maneja un argumento implícito, a saber, que nadie va a hacer nada por evitar esa secesión, y que si alguien lo hace será responsable de lo que pueda pasar, pero hay que esperar a que se acabe haciendo evidente que estos dos supuestos son completamente falsos. En primer lugar porque se hará lo necesario para impedir la secesión y defender la legalidad, y, en segundo lugar, porque no pasaría nada especialmente grave al llevarlo a cabo.
Su programa sustenta la ficción de una Cataluña desgajada de España pero inserta en Europa, lo que supone una enmienda a la totalidad al proceso de consolidación de la unidad europea, pese a que el líder catalán sabe que es un deseo vano y, además, está perfectamente al tanto de que han sido las mínimas advertencias europeas respecto a la imposibilidad de ese tránsito, y no la corrupción, perfectamente descontada, lo que le ha quitado los votos que han ido a parar al sector más radical del soberanismo.
Que Mas crea cuanto dice es sorprendente, pero parece cierto. Pues bien, Mas puede creer lo que quiera, estamos en un país libre, pero esa mera creencia, aunque fuere compartida por millones de catalanes, no puede convertir al pueblo catalán en un sujeto político capaz de autodeterminarse, y ello por tres razones decisivas. En primer lugar, porque caben serias dudas de que el único pueblo catalán realmente existente quiera separarse de España, ni ahora ni en muchos años; en segundo lugar, porque esa separación no podría llevarse a cabo de manera unilateral sin afrontar el riesgo de conflictos muy graves y duraderos, de manera que poder hacerla conforme a la ley exigiría la autorización del Parlamento español, que seguramente no tendrá muchos motivos para concederla, aunque esta sea otra cuestión. Por último, porque Mas olvida, lo que constituye el error más común en la democracia española, que una cosa es lo que puedan proclamar las fuerzas políticas y otra muy diferente lo que puedan hacer los votantes en el momento decisivo. Es posible que aquí esté el truco, una especie de invención política del perpetuum mobile, la convocatoria de un referéndum tras otro hasta que suene la flauta, algo parecido a lo que han hecho con las consultas populares que hasta la fecha se han llevado a cabo.
No son las creencias, incluso si mayoritarias, las que rigen las relaciones políticas, sino el derecho, de manera que no se puede respetar la democracia y la paz social saltándose todas sus exigencias para crear un engendro político que interesa a los pujoles y a los que creen en el cuento del Madrid sacamantecas, que no son pocos, pero que deja bastante fríos a los catalanes que cada mañana se levantan para trabajar sin esperar nada del maná del tanto por ciento. Mas asume que podrá maniobrar con la impunidad con que se han consentido las deslealtades y las irregularidades de los nacionalistas, pero habría que acabar con esa herencia onerosa de la ingenuidad política de la transición bastante antes de que pueda convocarse el supuesto referéndum. Nada de lo que ocurre tendrá arreglo con melifluos discursos, y sería imperdonable que quienes representan a los españoles no se pongan de acuerdo ante algo tan esencial como explosivo.