ARCADI ESPADA-EL MUNDO
SOLO un hombre que ha perdido cualquier respeto por sí mismo es capaz de la farsa que ayer representó Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados. Su núcleo se advirtió con claridad en muchos momentos del debate que mantuvo con Pablo Casado y Albert Rivera. Ustedes, vino a decirles, tienen una gran preocupación por mis aliados y su calidad moral. Yo no tengo ninguna, pero, en fin, les comprendo. Y he decidido proponerles que se hagan el favor de permitir que yo llegue a la presidencia gracias a ustedes. Se sentirán mejor.
Contrariamente a lo que se dice, Sánchez no es un narciso. Todo lo contrario. La condición precisa de su supervivencia es eludir cualquier espejo. Y su trastorno diagnosticado, la llamada eisoptrofobia, la repulsión a los espejos, o más precisamente a la propia imagen que reflejan.
Así pues, la primera condición de la farsa es la naturaleza de su protagonista. Pero necesita del público y de su credulidad. El momento más sorprendente de la intervención del candidato Sánchez fue cuando dijo que España tenía que ser el mejor país del mundo para ser niño. Poco antes había asegurado que bajo su égida el país lideraría la revolución digital, la lucha contra el cambio climático y algo del plástico que no recuerdo. Pero lo de los niños fue sorprendente, porque España ya es el mejor país para ellos. Solo siéndolo se explica que gocen del privilegio de que un candidato a la Presidencia del Gobierno dirija a ellos y a su edad mental y a su capricho volátil su discurso. La conversación pública española tiene un nivel deplorable, ínfimo, pueril. Y esa premisa es imprescindible para construir un discurso de investidura como el de ayer.
La última condición de la farsa ha sido la involuntaria colaboración de sus adversarios. Bien es cierto que lo primero que le dijo Albert Rivera al eisoptrófobo fue: «Puro teatro» y estuvo bien dicho. Pero la farsa ya estaba en movimiento. Si la primera vez que Sánchez hubiese hablado de la abstención de PP y Cs, los dos partidos hubiesen presentado, juntos o por separado, un pliego detallado de condiciones y de garantías cuyo cumplimiento haría imposible el asimétrico apoyo de la extrema izquierda y el independentismo, la farsa parlamentaria tampoco habría sido posible.
Pero, en fin, todo esto es escandalosamente secundario. La farsa principal es que, sea cual sea el signo de la votación, vaya a haber un Gobierno en España a partir del jueves.