Editorial- El Español
El mensaje de Navidad de Pere Aragonès, que se emite tras el de Pedro Sánchez y el del rey para remarcar la supuesta preponderancia del presidente de la Generalitat sobre los dos anteriores, ha corroborado el acierto de Felipe VI al poner el acento de su discurso en el respeto a la Constitución y el Estado de derecho.
En su mensaje a los catalanes, convertido en la práctica en un discurso para sólo la mitad de ellos, Aragonès ha demostrado ser la imagen especular y distorsionada del rey y sus apelaciones a los principios de libertad, igualdad y justicia. Porque cuando el presidente de la Generalitat habló ayer de «libertad» no estaba hablando en realidad de la misma libertad citada por Felipe VI, sino de algo muy diferente y más cercano al concepto de arbitrariedad jurídica y política del Antiguo Régimen.
Tras atacar a Israel, al que acusó de provocar una «masacre» entre la población civil en Gaza, un ritual antijudío de obligado cumplimiento entre la izquierda catalana, el presidente de la Generalitat citó como «éxitos» de su gestión el traspaso de Cercanías, la futura oficialidad del catalán en la UE y la Ley de Amnistía.
Fue en ese punto en el que Aragonès deslizó el mensaje central de su discurso. Recordando que en el pasado muchos (en alusión al PSOE) decían que la amnistía era «imposible», el presidente de la Generalitat señaló cuál es el siguiente paso para que «Cataluña decida su futuro en libertad». Un referéndum de independencia.
El mensaje de Aragonés quedó así a la vista de todos: da igual que el PSOE diga que la independencia es inconstitucional porque lo mismo decía de la amnistía y ahí está la Ley de Amnistía para «demostrar» la falsedad de sus aspavientos teatrales.
Luego, Aragonès señaló un objetivo aparentemente más modesto, pero del mismo calado que el mencionado referéndum de secesión. Un acuerdo con el Gobierno que «pondrá fin al déficit fiscal insoportable» que «priva» a los catalanes de destinar «los recursos pagados» a «la sanidad, la educación o la lucha contra las violencias machistas». Es decir, un régimen fiscal que evite a los catalanes contribuir a la solidaridad interterritorial.
Allí donde el rey recordó que fuera de la Constitución no espera un paraíso plurinacional e igualitario, sino la tiranía y la arbitrariedad, Aragonès llamó a desbordar la Carta Magna y a consolidar la desigualdad entre españoles en favor de los ciudadanos de una comunidad en concreto. La que él gobierna.
Allí donde el rey apeló a «consensos amplios y básicos» basados en los principios de la igualdad, la libertad, la justicia y el pluralismo político, Aragonès llamó a la particularidad de los privilegios, la insolidaridad fiscal y la ejecución del acto político más violento, arbitrario y letal que puede darse en una democracia: la quiebra del país, de su soberanía y de su Estado de derecho, en beneficio de una minoría privilegiada que exige más privilegios, más desigualdad y más insolidaridad.
Tras el discurso del rey del pasado domingo 24, una parte del arco político español criticó sus palabras acusándolas de «alarmistas». Apenas 48 horas han bastado para demostrar que el rey no sólo no exageraba, sino que ese apaciguamiento con el que el PSOE ha defendido la Ley de Amnistía no sólo está muy lejos de ser una realidad, sino que ha provocado el efecto contrario al deseado.
Porque el independentismo está más envalentonado que nunca y sus exigencias son ya de máximos. Y la prueba son las palabras de Aragonès.