Lo que nos merecemos

Guía breve para orientarse en la situación actual. Reflexión crítica sobre cómo se hace política en nuestros días.

Hace días, el 19/04/2008, en el diario EL PAÍS pude leer con absoluta delectación, por aquello de su buena escritura y atinada visión crítica, un excelente artículo de José Vidal-Beneyto titulado ‘La perversión de los ideales: Italia’. Se trataba de una descripción muy acertada de la Italia en la que acababa de ganar las elecciones Berlusconi tras el fracaso de Prodi. El problema para mí es que tan acertada visión se podría en gran parte aplicar también a España, sobre todo cuando plantea que “esta politización total de la acción pública, extendida a todos los espacios societarios, coincide además con el máximo desprestigio de la política”.

No es más que propaganda

A estas alturas del espectáculo de la política en España creo que ésta ha alcanzado grandes cotas de desprestigio, porque lo que como tal nos venden no es más que un ejercicio continuo de propaganda, sin contenido político que la sustente siquiera. El fenómeno, una propaganda sin una base real en la que apoyarse, puede existir entre otras razones por la vuelta a una situación, que espero coyuntural, de gran influencia de los medios de comunicación en la opinión pública, el perfeccionamiento en las técnicas de propaganda y un nivel educativo en las masas, resultado del sistema de enseñanza, que las deja indefensas y sin criterio.

Sin embargo, no es como en el pasado, mediante programas políticos informativos segados o sin sesgar, dirigidos directamente, con discursos desde la chimenea o el despacho de determinados líderes, por los que se convence a la audiencia. En la actualidad, las audiencias que escuchan los informativos o ven telediarios son los de mayor criterio y capacidad crítica y suelen tener una actitud de cierto distanciamiento. Hoy es en los programas de cotilleos y magazines audiovisuales, que incorporan todo tipo de temas, incluidos los más morbosos, en ocasiones con pretensiones de alcanzar cierto sentido del humor, donde se deslizan las consignas políticas de la manera más deliberada y sin pudor. En estos programas es donde finalmente se influye, aunque sea momentáneamente, en determinado sentido partidista. No siempre esgrimiendo cosas importantes, más bien lanzando alguna declaración que menosprecie a tal o cual persona o exagere algún error, cambiando la argumentación política por el descrédito.

Se trata de una escalada más en el control de la opinión, un salto respecto al pasado, pues lo que se permitía, después de que lo hicieran a la perfección los nazis, era el uso tremendista de algún género, como la crónica, “donde lo real y la ficción se sincretizan”, “lo real queda contaminado por lo imaginario” (1). Aquello resulta hoy de una ingenuidad llamativa; en esta ocasión lo real y serio, incluso doctrinario, queda introducido en un contesto de absoluta frivolidad, en plena indefensión del receptor. Estoy a la espera de algún teórico de la información que trate la utilización de los programas de amenidades por la propaganda política, aunque tácticas similares ya vemos que existieron.

Propaganda de lo vacuo, de lo superficial y frívolo, y nuestros estrategas de los partidos saben que da resultado. Que haya ganado la alcaldía de Londres un conservador estrafalario con tan poco mérito como el actual, frente al hombre que consiguió las olimpiadas para la ciudad es para clamar al cielo, no hay criterio en el electorado. Y lo saben, por eso Zapatero nombra un Gobierno ‘rosa’, que le sirve de gesto propagandístico a la vez que lo usa Berlusconi para negándolo hacer su propia propaganda, y jugar con lo machotes que son los italianos, agradeciendo en ese momento yo a la historia que por lo menos ganásemos una batalla, la de Guadalajara. Y Sarkozy busca una pareja llamativa de acompañante, que secuestró en su visita al Reino Unido los corazones de los británicos con su estilo Jackie Kennedy. Y hasta la modosa Merkel se ha atrevido a mostrar llamativamente un gran escote por aquello de llamar la atención. Hasta los más sensatos se rinden a la evidencia: gana las elecciones el que hace la propaganda más continuada y coherente con los gustos que las televisiones han creado en las audiencias, hasta al gusto de los ‘realitys’ y otras formas de basura.

Es tan osada esta propaganda que yo nunca votaría a un partido cuyo responsable confiesa que puso al Gobierno al borde del precipicio en la negociación con ETA, eso a tres días de la investidura de Zapatero. Pero esto que es una bomba en política no importa, a nadie le importa poner en riesgo al gobierno ante unos terroristas; ya se sabe que hacer público el reconocimiento de tal disparate le importa un pito a la opinión pública, lo importante es que lo intentaron (se otorga excesiva compresión a la irresponsabilidad, que es lo que uno espera recibir, y ha recibido, a lo largo de su educación en la familia, escuela y la universidad). Lo importante de verdad, porque epata, es tener un gobierno paritario.

Y sobre todo una ministra en Defensa, que se confiesa pacifista, que yo nunca votaría a un pacifista de ministro de defensa. Que ponga un ministro de defensa pacifista el enemigo. Que a su vez enarbola un discurso militarista, dicha señora, que pone en valor el sacrificio de los militares, probablemente no por militares, sino por su humanitaria labor de ONG. Además, no sé cómo les va a cambiar los viejos y vulnerables BMR si se pone a favor, o al menos es comprensiva, con la demanda de financiación de Montilla. A ver de dónde va a sacar ella los recursos. Por lo demás, creo que lo que debiera hacer una pacifista sincera es programar la disolución del Ejército. Pero tampoco lo es, es eso y lo contrario, es una actitud de odio y repugnancia hacia la violencia sin reconocer que en ella reside el origen de su autoridad, por la que manda firmes a los militares. Su autoridad se basa en la violencia, aunque ésta sea la legítima. En realidad ni es pacifista ni belicista, es quedar bien: es propaganda.

No es más que partidismo

A lo que asistimos es a la sustitución de la política por el partidismo más intenso. Sospecho que allí, en Italia, habrá ocurrido algo parecido, la sustitución de la política por el sectarismo más atroz a la ávida búsqueda del poder. Si la política quiere seguir siendo política, la solución de los problemas por esfuerzos en común, como apreciaba el republicanismo bebiendo en las fuentes clásicas, no puede ser sectaria. Si lo es, es otra cosa. ¿Por qué se le llamará política cuando quiere decir partidismo?

En ocasiones, cuando en España se habla de pre-política, donde existe acuerdo, en el acuerdo frente al terrorismo, en el problema del paro, en la justicia, etc., es cuando nos referimos de verdad a la política. Que, por cierto, en los últimos tiempos ni siquiera en esas cuestiones hay acuerdo. Por eso, ante la ignorancia teórica que nos caracteriza, cuando algún político quiere dignificar su discurso apela a la ética, por no querer encontrarse con el adversario, puesto que en las sociedades republicanas de poso democrático, y por tanto muy político, suelen apelar a las leyes para dignificar el discurso, y en ellas se puede encontrar con el adversario. Si quieren dedicarse a la política y hacer discursos sobre ella, acabarían acercándose a la necesidad del acuerdo, a lo que les une frente a lo que les separa, o, al menos, partir de lo que une; y eso dirá el técnico de marketing que difumina el perfil, lo que es perjudicial para presentarse a las elecciones.

La simple búsqueda del poder no convierte una práctica en política (en ese aspecto tenía cierta razón Franco cuando decía que no se dedicaba a la política, lo suyo fue golpismo, no política). Es política cuando se hace en un intento público y en común para resolver los problemas, superando las lealtades a la familia, al clan y a la tribu (incluso al partido, pues la política es un ejercicio continuado de pequeñas traiciones, si se mira desde el punto de mira de la intransigencia), haciéndolas compatibles con la lealtad a la polis, proceso contrario al que estamos asistiendo. La política no es para crear los problemas, y por este avieso procedimiento ganar al adversario. Es una actuación pública, ante la mirada de todos, y tranquila, para el bien general. Para no descubrir lo que es la política, también da lugar a la confusión el hecho que durante la transición se le llamó consenso, cuando fue la versión más sublime de la política.

Pero asistiendo a la época feliz de los técnicos en campañas y en imagen, y a un momento de fuerte influencia de los medios en la opinión pública, la cosa pública se secuestra ofreciendo en cambio gestores de imágenes felices deseadas –a los que tendremos que votar si deseamos tal mundo feliz– ante una audiencia con poca cultura política, y menos de la general. Manipulación social a la que no será ajeno el bajo nivel de conocimiento y carencia de esfuerzo que ha promovido el sistema educativo en estos últimos años, y la carencia de responsabilidad que ha alentado nuestro fracasado sistema educacional, la falta de necesidad de la política, sí del partidismo.

Además, como nuestros protagonistas públicos se sienten libres de cualquier pecado, no se preocupan por la convivencia. Porque el pecado es el origen de la catarsis para facilitar el encuentro de convivencia y hacer necesaria la política. Pero como no organizaron ninguna guerra civil, no hay mácula en su historial –es de un gris que espanta– aunque alguno desee vivir del recuerdo de alguna guerra con el falaz procedimiento de echar la responsabilidad al otro, no hay ningún intento humano por facilitar la cultura de la convivencia y, por tanto, de la política.

Aunque lo sobresaliente en esta etapa que padecemos, lo que todo el mundo tiene claro, es la maldad supina del adversario. Es tan malo que se podría calificar de enemigo, porque ¡buenas hicieron sus abuelos en la Guerra! (olvidándonos de las que hicieron los nuestros), y ellos no son más que sus descendientes… Útil planteamiento donde los haya, foso social, cultural, político con el adversario. Los que lo cavaron primero fueron los nacionalistas vascos, a los que tan corta guerra –de apenas un año, pues se rindieron en Santoña en el 37– les ha dado para muchos discursos victimistas; y luego otros aprendieron.

Útil, porque se demoniza al adversario no sólo para desprestigiarlo, sino, sobre todo, para ensalzar lo propio, casi en forma eclesial –fuera del partido no hay salvación–, crear un auténtico ‘esprit de corp’ para los militantes ‘pata negras’, y ocultar en la maldad del enemigo todos nuestros errores, corrupciones y extralimitaciones. Y aunque el párrafo pueda ir dirigido especialmente a la izquierda, no se crea ajena a él la derecha, pues el argumento de Esperanza Aguirre contra Rajoy por ser el candidato que más les gustaría a los socialdemócratas nos lleva al mismo comportamiento criticable. En el fondo debiéramos prestar mayor atención a algo de la dialéctica marxista inasumible para los emotivos rojos españoles: la identidad de los contrarios.

En esta dialéctica partidista es muy difícil, a pesar de la persecución judicial y policial, que ETA, el terrorismo, desaparezca. No hay ejemplo moral en nuestros protagonistas políticos y en sus obras que minusvalore la violencia política, más bien todo lo contrario. La oportunista utilización de la justicia cuando conviene, cuando conviene legalizar candidaturas de los colaboradores de ETA; la facilidad con la que han sido queridos los del mundo de ETA por el partido del Gobierno, y por éste mismo, en un proceso de negociación que les ha otorgado un protagonismo exagerado e inmerecido, revaloriza la utilidad de esa violencia. No sólo porque les permite un protagonismo mucho mayor que si no la ejercieran, sino porque permite descubrir, cosa que les encanta decir, la auténtica naturaleza del sistema que desean sustituir: oportunista, corrupto, manipulador de la justicia y las leyes, y regidos sus partidos por comportamientos cuya única meta es el poder para los suyos. No hay ninguna panacea moral en la dialéctica entre partidos que seduzca a los terroristas en estos momentos. Luego, para perjudicar aún más la desaparición de ETA, suele aparecer algún líder de la izquierda a declamar irresponsablemente lo mismo que los nacionalistas radicales, que “la solución será negociada o no será”, garantizando con ello la permanencia de la banda hasta esa negociación utópica. Hace tiempo declaré que el consejero o ministro que manifieste que policialmente ETA no puede ser vencida lo que debiera hacer es dimitir inmediatamente. Luego, está el halo pacifista que sazona el comportamiento político de la izquierda actual, capaz de animar con él al terrorista más acosado y perseguido del mundo; no se extrañen pues de que ETA siga siendo la última reliquia de los movimientos violentos de los años sesenta en la Europa Occidental. Yo, ante tanta condescendencia con ETA, si lo hubiera sabido quizás no hubiera dejado las armas: cunden mucho.

Sigamos el hilo. La política es una acción en común. Y no todo funciona mediante los partidos

Los partidos son necesarios para la democracia, pero la exaltación sin límite de su necesidad nos llevará a destruir la democracia y crear un sistema a la medida de nuestro partido, que sin duda será el mejor de todos los partidos y su ideario también. De la confrontación entre partidos surge el control y la participación en democracia, pero estas funciones en exceso (mi difunto abuelo, de Izquierda Republicana, decía que en exceso hasta la gracia de Dios hace daño) puede ir exacerbando la vocación subconsciente que todo partido posee hacia el totalitarismo y destruir la democracia. Máxime cuando no se es respetuoso con el marco legal que garantiza el terreno de juego de los partidos.

Un síntoma de este proceso es cuando vemos debilitadas, y sustituidas, por los partidos las instituciones democráticas. La aplicación de los valores de los partidos a otras instituciones, el dominio de su lenguaje en todos los ámbitos. La evidente influencia partidista o del Ejecutivo en el Poder Judicial (lo que escribe Vidal-Beneyto: “la politización de la vida pública”) poniendo etiqueta de tal ideología a un juez u a otro e interpretando las sentencias en función de parámetros partidistas. La dependencia de las elecciones a claustros universitarios a los partidos, los miembros de toda academia, e incluso consejos de administración de determinadas empresas, clubes deportivos, consejos escolares, nos demuestra que todo está atravesado por la presencia de los grandes partidos, trasladando el partidismo a esferas cada vez más ajenas a ellos.

Y no porque en esos consejos haya miembros nombrados por los partidos se les puede considerar organismos más democráticos. De hecho la vida interna de los partidos es muy poco democrática, tiene mucho más que ver con el feudalismo que con el liberalismo, y la dependencia del individuo a las directrices orgánicas sólo se puede encontrar más rígida en el Ejército, donde era típico encontrar a los estudiantes de medicina destinados a cuidar las mulas. Supongo que en un principio se esperó por el legislador personas de reconocido prestigio en organismos para-públicos, los consejos de medios de comunicación públicos, por ejemplo, las personalidades “de reconocido prestigio” fueron rápidamente sustituidas por auténticos testaferros de los partidos, cuyos conocimientos en comunicación, cultura o gestión de empresas, eran absolutamente nulos.

Habría que blindar espacios a los partidos y buscar la representación social en entes para-públicos mediante cuotas a instituciones académicas, sindicatos, asociaciones diversas, etc., para evitar que el partidismo se cargue las instituciones. Después del sarampión que confundía democracia con partitocracia no estaría mal pensado acercarse a fórmulas como las británicas para liberarnos de la excesiva presencia de funcionarios de partidos en las diferentes instituciones. Es que esa presencia resulta poco democrática.

El coherente cóctel de partidismo y propaganda, a mayor pobreza de la vida política mayor partidismo y propaganda, no permite a los ciudadanos de a pié vivir tranquilos. Si la maldad del adversario es metafórica, la justicia y la bondad de las propuestas de los nuestros también, por lo que la bronca está garantizada, la consecuencia es que cualquier ciudadano sensible se asusta ante las formas que adoptan los enfrentamientos. Es que en el fondo es lo que desean, para que al final vayamos a votarles, que vivamos angustiados, de la misma manera que la propaganda de coches quiere que vivamos angustiados porque el nuestro tiene ya ocho años y ha salido un modelo que es una maravilla. Si no optamos por fulanito esto va a ser un desastre. Y luego decía Churchill que la democracia es ese sistema en el que sólo te puede despertar de madrugada el lechero. Te asusta desde la mañana el discurso de algún locutor agitador de masas, o el político exacerbado que plantea la separación del país, y a ver con esta edad a dónde te vas, cuando los suyos se quieren quedar con lo poco que tu tienes, o no se encuentra trabajo porque no sabes bien un idioma tan nuestro que apenas lo habla nadie pero que tiene una enorme carga partidista. Si en la democracia sólo te despierta el lechero, ésta la tendremos que poner en entredicho.

Cuando la negociación con ETA y los espectáculos que se dieron con De Juana paseando por la calle, las fotos con los de Batasuna, sus continuadas ruedas de prensa, más que las que daba el Gobierno, las verificaciones de la inexistencia de violencia (verificaciones para sordos y ciegos y tontos), avisos a los de ETA para que no les detuviesen, excursión conjunta al Parlamento europeo para dignificar la negociación, y de paso a ETA…, se provocó el estrés en los amplios sectores sociales que han padecido las consecuencias del terror de ETA, que iban asumiendo un trágico desamparo, el del Estado. Y si la negociación no fue discreta, lo que hubiera aliviado mucho ese estrés, es porque ambos interlocutores estaban preocupados por la dimensión propagandística del montaje. Tanto preocuparse por la propaganda, lo que consiguieron fue cargarse una negociación, entre otras razones porque el fin de la cosa pública no es precisamente la propaganda, y mucho menos en cosas tan delicadas como una negociación con terroristas. Los viejos del lugar sabíamos que sin negociación ETA tenía los días contados; después de la negociación también, pero va a durar más.

La propaganda en manos de un sectario partidismo no tiene otro objeto que dramatizar nuestra vida cotidiana, estresarnos innecesariamente. Porque sin estruendosas llamadas de atención, terremotos en las conciencias, como la exhumación de cadáveres de la Guerra y el uso irresponsable de la Guerra Civil, en la búsqueda de lo que separa como sea, como la diferencia entre matrimonio o unión de hecho –cuando en nuestra generación luchábamos por abolir el matrimonio–, cavar fosos partidistas como sea cuando coinciden en los mismos negocios y consejos de administración –hasta las corrupciones que llevan a cabo son idénticas–, o el uso la secesión, para que miremos angustiados las maletas por si hay que hacerlas corriendo, el uso de determinado idioma, por afecto que se le tenga, por narices, sólo va encaminado a que nos preocupemos y vayamos a votarles aunque no se lo merezcan. Repugnan de la violencia, no van a ir muy lejos, no van a organizarnos una guerra –tampoco van a impedir las que existen, aunque si lo pensamos bien nos daremos cuenta que la mayor parte de las guerras no se han organizado por belicistas, sino por irresponsables, que en ocasiones coincidían que sumaban ambos calificativos, irresponsables belicistas e irresponsables de los otros–, pero jugando con cosas serias, con las “cosas de comer” que diría Felipe, por aquello de hacer propaganda estruendosa y sin límite, nos pueden organizar una gorda.

Lo que vemos, porque salta a la vista

Volvamos a lo concreto. El PP se da cuenta cuatro años después, cuando no ha ganado las elecciones del 2008, que las ha perdido, que las perdió en el 2004, donde las perdió de verdad. Y que su reacción indignada ante aquel fracaso sorpresivo, engolfándose en el 11-M, no le ha permitido ningún tipo de catarsis, ni política propia, pues se la dejaba a colectivos ajenos, próximos pero muy radicalizados, y hasta a las organizaciones católicas. Con rebozarse diariamente en la indignación tenía bastante. Ahora empieza a enterarse de la realidad, y la toma de conciencia le está costando ruido interno, y hasta crisis, en fechas previas a su congreso. Menuda sagacidad política, ha conseguido perder cuatro años y traer la crisis de la derrota precisamente cuando, aunque sin ganar las elecciones, estaba levantando el vuelo. Sin embargo hay que reconocer que aquel ensimismamiento en el 11-M ha podido producir un efecto anestésico y ser la causa de que no se despertaran en su seno las guerras intestinas y se aguantara sin debacle electoral. No sólo sin debacle, sino mostrando una capacidad de resistencia sorprendente y admirable en cada convocatoria electoral, si tenemos presente las experiencias de enorme pérdida de electorado que tuvo el PSOE tras la derrota de González por Aznar.

Este transcurrir del PP en el tiempo sin conciencia de la derrota del 14-M le ha dejado vacío de discurso, sin una estrategia propia, permitiendo ancho campo no sólo al Gobierno, que no ha visto capitalizado por el PP sus serios errores; por el contrario ha reforzado a sus caciques, que se encargan en guerras de familia de hacer todo lo posible para no volver a ganarle al PSOE, y que siempre preferirán que no exista una estrategia formulada desde la dirección de su partido. Cosa histórica en nuestra derecha, acostumbrada a delegar en algún espadón cuando no sabía qué hacer, que era casi siempre, pues no se había preguntado por una estrategia ni discurso, ni autorizado a nadie a preguntárselo, dándole por vegetar, facilitando tal falta de iniciativa el protagonismo de los caciques locales, convertidos en auténticos detentadores de la continuidad del partido.

De todas formas, la manera de reaccionar María San Gil, que reconoce que la ponencia política también es suya y está de acuerdo con ella, pero que lo que le obliga a hablar en público de su desinencia es que ha perdido su confianza en Rajoy, nos demuestra cuán poco sirve el escrito político, que lo importante es el tema de las confianzas personales –lo que puede ser muy cierto en el PP, también lo es el PSOE, pero no de forma tan destacada– y no el acuerdo en el programa a desarrollar. Es muy probable que a falta de política sea una cuestión de sillas lo que se está dirimiendo, pero además ésta se vea favorecida por una llamada nostálgica a comportamientos propios del pasado, previos al liberalismo.

Lo más lastimoso de la crisis del PP es su carácter destructivo, pues la dinámica asumida, de confianzas o desconfianzas personales, sin debate político, no encuentra un marco apropiado, como en todo colectivo político, para resolver sus problemas y contradicciones. Nos retrotrae, probablemente, a comportamientos previos al liberalismo, en todo caso arcaicos, donde son las lealtades y adhesiones personales los vínculos funcionales. Ofreciendo, como no podía ser de otra manera, lenguajes propios de otras épocas: valor, heroísmo, principios, razón, etc. Todos ellos muy emotivos, que siendo ciertos, no son fundamentales, sino que perjudican cualquier atisbo de solución positiva a la crisis del PP. Evidentemente, cuatro años de movilizaciones emotivas, de discursos radicales acaban creando una determinada conciencia y un estilo. Esperemos que el debate político se abra camino de una vez, y no sólo en el PP, que lo necesita urgentemente para reconducir sus contradicciones. La última vez que en el PSOE se habló de política fue durante la alternativa al nacionalismo vasco, y no tuvo unas buenas consecuencias electorales para el partido, que descubrió a continuación en la más habilidosa utilización de la propaganda y el descrédito del adversario una utilidad mayor que el discurso político.

Asumamos que nuestra derecha es reactiva, salta como un muelle ante cuestiones relacionadas con la Iglesia Católica, ante cuestiones de usos y costumbres, ante la idea tradicional de España; pero mucho menos, a la hora de la verdad, ante el disparate de los reinos de taifas que se está fraguando, pues al fin y al cabo su partido, como las partidas decimonónicas, vive sobre el terreno, y “a caballo regalado no se le mira el diente” (según Esperanza Aguirre). Tendencia al regionalismo que en nuestra derecha históricamente ha ido unida al caciquismo, careciendo, además, de un discurso nacional que no sea el meramente de adhesión a la patria pero que los tiempos han dejado un poco limitado. Creo que le ha faltado al PP preocupación por la pedagogía en el seno de sus bases, que les permitiera asumir con coherencia –dando un paso tan complicado como el que desde el otro extremo debe realizar también la izquierda española– la actual esencia liberal de la nación española y, por tanto, la necesidad de esa política.

También es muy religiosa, lo que pudiera suponerle otro inconveniente que hay que suavizar con la pedagogía antes solicitada. Tiene una especie de compromiso católico el quehacer de gran parte de sus más cualificados personajes, una cierta entereza de machamartillo, una heroicidad previa al pragmatismo de la burguesía, y una falta de racionalidad, en general, e inteligencia, salvo casos admirables, digna de los hijosdalgos de aldea. Desde la pura emotividad de los arranques el PP no va a alcanzar absolutamente nada y va a engolfar al partido en el victimismo; va a hacer una practica muy semejante a la que conocemos en la militancia de los nacionalismos periféricos, muy semejante a la del vasco; y va a cobijarse ideológicamente en el tradicionalismo, dejando a Rajoy y a su discurso liberal como una rara avis en tan arcaica horda como a la que se encaminan. En coherencia con esa actitud el lenguaje se le puede radicalizar, apreciándose –pues el victimismo esta en su origen– un radicalismo y sectarismo verbal preocupante.

Lo que supone una gran dificultad para Rajoy, porque en su partido, también lo tiene el PSOE, es difícil hacer prevalecer la política como razón de ser de ese colectivo, lo que significa cesión. Es muy difícil congeniar las contradicciones, porque frente al pragmatismo de los valencianos o canarios aparece el idealizado heroísmo de los vascos –que a este paso se van a parece al Tercio Montejurra, con mucha laureada pero nada más– con una exaltación del valor que acaba por encubrir las muchas deficiencias que acumulan. Debería tomar en cuenta el PP que la dinámica victimista y radicalizada que ha asumido no iba a ser ajena a un cierto encastillamiento en posiciones muy conservadoras e inmovilitas, y que marchar detrás de la AVT de Alcaraz o de algunos otros colectivos de valor probado, junto a las matutinas homilías de Jiménez de los Santos, no iba dejar de incidir en las conciencias de la militancia más voluntariosa, con una tendencia claramente conservadora. Supera lo anecdótico el hecho de que muchas personas del PP cuando descubren la posibilidad de mantener un diálogo amable y gratificante con otra procedente de un origen ideológico diferente, acaben subyugadas por el feliz momento de encuentro, preguntándole si no comparte la opinión de que con Franco vivíamos mejor.

El problema que tiene Rajoy no es sólo constituir una dirección, es el arbitrar un discurso político propio diferente y alternativo al de los socialistas y que encauce y enmarque el control al Gobierno, abandonando la caricaturesca actuación de los miércoles de control en el Congreso, donde se reafirmaba de una manera absoluta que lo único que sabe hacer el PP es reaccionar, sólo reaccionar, ante lo que hace el Gobierno. La única virtud de nuestra derecha es que parece creerse más que la izquierda la necesidad del Estado y la existencia de la nación, aunque sea por haberla bebido de un tradicionalismo transformado por su participación en la democracia. Y a pesar de todo la necesitamos, y debiéramos tenerla en consideración y amarla un poquito, porque no seríamos un país moderno si no la tuviésemos.

¿Y el PSOE? Ahora, en la segunda legislatura, Zapatero parece que empieza a ser consciente de los disparates enormes que cometió en la anterior, y que una oposición, más noble que un victorino siguiendo estúpidamente el capote del 11-M, no fue capaz de capitalizar. Ahora, el Gobierno, del mismo color que el de antes, se va a enterar de las consecuencias de la anterior legislatura, y el PSOE del 2008 se va a convertir en su propia oposición, a falta de otra.

El mismo Gobierno de Zapatero se va a enterar de lo que supuso poner en Loyola cuestiones políticas en la mesa de negociación con ETA, porque es Ibarretxe el que va, con parte de razón, a plantear que sean las mismas cuestiones la base de la negociación –como él dice, en una enajenada concepción maniquea– entre Euskadi y España. Se va a enterar el PSOE de lo que supuso tales aventuras con Batasuna y ETA, porque con esa parte de razón Ibarretxe le va a espetar que por qué no negocia con él lo que estuvo dispuesto a negociar con los terroristas. Siga adelante o no su propuesta, lo que va a quedar claro como consecuencia de aquel proceso es que asesinar, amenazar, extorsionar… en una palabra, el terrorismo, sirve de mucho, especialmente ante un gobierno y un talante como el que sostuvo Zapatero en la legislatura pasada. Pero si alguien parece tener propósito de enmienda –pues la oposición está paralizada– es, de motu propio, el muevo Zapatero, que acabará por convertirse en oposición de sí mismo en la actual legislatura. El cambio sin cambiar de partido en el Gobierno, aunque para ello debiera ir anotando que toda crítica surgida de la oposición no es inútil por el hecho de provenir de ella. Para acabar pasando a una actitud de estadista en la que contemple la necesidad de dicha oposición si quiere que la política, el Estado y la nación prosperen.

De nuevo ilegalización de ANV, rechazo de negociación, de aquella negociación que nunca existió, transvase del Ebro, medidas restrictivas a la inmigración, propuesta de retrasar la financiación autonómica según lo aprobado en los nuevos estatutos de autonomía… Una auténtica revuelta contra lo hecho. Y lo hace Zapatero porque sabe lo que ya denunciara Unamuno: que los españoles tenemos menos memoria que las gallinas.

Empezó a recular y darle un volantazo a su política –sospecho– cuando las encuestas vinieron amenazantes, e inauguró la última etapa de la legislatura anterior españoleando de forma castiza mandando a los reyes a Ceuta y Melilla y poniendo en cada logotipo gubernamental lo de ‘Gobierno de España’, como si fuéramos tontos y no lo supiésemos. Se abandonaron las ínfulas reformadoras de los estatutos de autonomía que iban mutando la Constitución, y ahora se empieza a limitar las promesas electorales de ayudas y devoluciones. El PP no hubiera hecho mejor el cambio político.

Probablemente, por seguir en el poder, el PSOE va a realizar la oposición del PSOE de la legislatura anterior; no le va a hacer falta la leal oposición, se vale consigo sólo –una prueba más del proceso al totalitarismo–; y el único adversario serio que va tener va a ser el PSC de Montilla. Hasta muchos que retiraron su apoyo acabarán apoyando al PSOE de ahora contra el que fue. Y lo fue porque lo único que le interesó en el pasado fue estar en el poder a costa de sí mismo. Como nadie se acuerda, se puede hacer oposición contra su propio pasado. Pero que nadie ajeno ose recordarlo, porque será antipatriótico.

Lo peor en política es obsesionarse con un solo tema o aspecto de ésta. Si en el pasado el PP estuvo paralizado mirando al 11 M, lo cual también le supuso saber aguantar en la derrota, que fue tan inesperada que no se enteraron entonces que se produjo, ahora tampoco puede obsesionarse en la necesidad de tender puentes con el nacionalismo periférico para vencer en las elecciones, bien sea ganando simpatías en el electorado de centro de éstos –como parece que ha sido así para el PSOE en estas últimas elecciones generales– o promoviendo alianzas que no le impidan acceder al poder incluso cuando gana elecciones en alguna autonomía. Ese no es todo el debate. También está el hecho de que el PSOE difícilmente puede seguir rebañando votos por la izquierda y, lo que debiera preocuparle al PP en primer lugar es que no puede perder los votos de centro que, efectivamente, ha recibido en las zonas de España donde no hay nacionalismos periféricos asentados.

Y, para acabar con este asunto, sectores sociales de la derecha suelen confundir la firmeza con la intransigencia, y ésta última es inútil en un sistema parlamentario. Suele también, como los carlistas, alimentar tendencias que acaban llamándose ‘los puros’ (también ‘intransigentes’) porque nunca aceptarían una negociación política con los liberales. Pero es el caso que si determinados prohombres de la derecha pueden dar conferencias sobre fueros o amejoramientos forales, no fue por el comportamiento de los puros, sino por el de los ‘transacionistas’, pues los puros tomaron el camino de Francia y no volvieron hasta la siguiente guerra. Y que tengamos que hablar de esto, que pasó hace ciento sesenta años, nos demuestra como está el patio de nuestra derecha. Luego, hay que modular esa firmeza, no semejarse en la pose a la hosquedad de los nacionalistas, argumentarla ampliamente, y, por supuesto, alegrarse cuando el adversario hace ahora lo que decíamos que tenía que hacer. Porque si nos ponemos en actitud contraria a lo que pedíamos eso no lo van entender más que los sectarios, que lo rechazan no porque sea bueno, sino porque lo hacen los otros (2).

Y por si faltaba algo, vuelve el hombre, vuelve Ibarretxe

Retornamos al gran entretenimiento, a la nueva edición del Plan Ibarretxe, asumido finalmente por todo el PNV para evitar el auténtico choque de locomotoras, que no es entre el Gobierno vasco y el español, sino que es entre las facciones moderada y radical del PNV. La moderación, pues, la han pospuesto los moderados a que Ibarretxe pierda las elecciones, y entonces será su momento e irán a abrazarse al PSE. Sin embargo, Ibarretxe espera, como en 2001, acumular en su opción gran parte del voto de Batasuna con el fin de no perder el poder. Una repetición de aquellas elecciones que tienen para él el inconveniente de realizarse en un contexto diferente en el que el nacionalismo, tras la prórroga que recibiera en el 2001, ha dejado ser la opción del centro político en Euskadi, actualmente en poder de los socialistas vascos, que se verán además beneficiados por la crisis del PP.

El problema para el PNV era que había llegado a una situación trágica. Si le dejaba a Ibarretxe seguir adelante, mal; si se lo cargaban traumáticamente, peor. Entonces prefirió darle largas al asunto y que los resultados electorales resuelvan su problema. Pero, también, la supervivencia de Ibarretxe y la vuelta de su plan sale adelante tras la defenestración de Imaz, que después de su honrada participación junto al PSOE en el proceso de negociación con Batasuna, echando el freno al PSOE cuando estaba dispuesto, borracho de buen talante, a entregárselo todo a ETA (¡Qué iba pintar el PNV si se le daba todo a ETA!), descubrió que había fracasado ante su partido otorgándole al PSOE una centralidad política, consecuencia de la aberrante política que se hace, centralidad precisamente por su interlocución con ETA. Y su partido le hizo pagar a Imaz su sincero apoyo y digna gestión durante el proceso de negociación, pues había dejado al PNV y a su ídolo Ibarretxe haciendo ‘mutis por el foro’ de la política vasca durante muchos meses.

Además, en un alarde de falta inteligencia sin par, los socialistas hicieron todo lo posible, guiados por una fobia al PP obsesionante, en facilitarle el poder en las diputaciones al PNV, dándose el caso en Alava de que el PNV –siendo la tercera fuerza, y además de la facción radical de Egibar– se quedara con la diputación. Imaz tuvo que salir corriendo tras el reforzamiento de los radicales del partido. Amigos como los del PSOE, ni para negociar, no por maldad intrínseca, sino porque todo lo hacen pensando exclusivamente en el resultado que les puede deparar a ellos –que no siempre esta mentalidad da buen resultado, pues como dijera San Pablo, el muy admirado por Lenin, el que busca sólo la salvación de su alma la acaba perdiendo–, y el que venga detrás que arree. Le ha pasado a Imaz, le ha pasado a Mas, le ha pasado a Carod-Rovira, y al propio Llamazares. E Ibarretxe resultó elevado de nuevo al pavés.

El proceso de negociación del Gobierno con ETA fracasa y vuelve el personaje pelmazo con su plan, retomándolo con las aportaciones del encuentro en Loyola, yéndole la supervivencia en ello, dispuesto a cerrar el calendario hacia la autodeterminación como sea, avisando que si Zapatero no lo acepta es porque no está dispuesto a permitir que los vascos decidan su futuro. Y tras este renovado liderazgo el PNV, aparentemente, encuentra la unidad, convencidos guipuzcoanos y alaveses del PNV que no hay otra salida, y esperando los vizcaínos que pierda las elecciones.

El problema es que la vuelta del plan autodeterminista, el choque con el Gobierno de España, y su fracaso, seguirá más que nunca convirtiéndose en plataforma política y justificación del discurso para la supervivencia de ETA. Si el partidismo existente entre los grandes partidos españoles y la calidad de la política, con la correspondiente falta de institucionalización de la democracia, no constituye ningún ejemplo positivo para ETA, del otro lado le coloca delante el Gobierno de Ibarretxe la reivindicación imposible de soberanía como reivindicación pendiente para legitimar su supervivencia. La radicalidad de la reivindicación de Ibarretxe, que será rechazada por el Gobierno, se convertirá en un acicate importantísimo no sólo para la continuidad de ETA sino, además, para que ésta ni siquiera pueda pensar en dejar la violencia. Luego, eso sí, todos firmarán el comunicado de rechazo de ETA y hasta coincidirán en el funeral del último asesinado, pero no han hecho nada, sino todo lo contrario, para evitar el cerco y desgaste político del terrorismo.

Ahora vienen los aspavientos y sorpresas cuando ETA vuelve a causar un gran atentado, que podría haber tenido peores consecuencias que la del asesinato de un guardia, pues la explosión del coche bomba de Villarreal iba dirigida contra todo el cuartel. ¿Acaso no se sabía que ETA cuando pudiese iba a volver a sus peores prácticas, pues el fracaso de una negociación tan públicamente exhibida le obligaba a ello? Sólo desde la irresponsabilidad podía esperarse un final feliz a una negociación que animaba a ETA, por todas las condiciones que se le iba aceptando, precisamente por ello, a romper con ella por haberle dado muestras de poder esperar mucho más de lo mucho que el Gobierno le iba apalabrando y cumpliendo. Ahora sólo faltaba el plan Ibarretxe para mantener enquistada la situación política y, a la vez, la existencia de ETA.

Lo que supone, casi inmediatamente, que todo el homenaje al guardia civil asesinado que parecía surgir sinceramente también de las filas nacionalistas se convierte en pura falacia, propaganda hueca de nuevo, a los dos día, aprobando el Parlamento vasco una resolución condenatoria del gobierno español por permitir la tortura a etarras por parte de guardias civiles y policías nacionales. La deslealtad en este caso resulta un amable eufemismo: es una autentica bellaquería lo aprobado por lo nacionalistas, curiosamente como broche final a la visita del Relator de la Naciones Unidas para Los Derechos Humanos y la Tortura. Comportamiento tan enloquecido sólo pudiera tener una explicación política: el fin del plan Ibarretxe no es la soberanía ni la asociación ni la confederación, es el caos suficiente para dictar el futuro político de los vascos. Por lo demás el Parlamento vasco debiera hacer suyo, más que ninguna otra institución, el lema de la liga europea de fútbol: ‘Juega limpio’.

Fracasado el intento de eliminar la violencia, vuelve Ibarretxe con su Plan de soberanía que a su vez lo presenta propagándisticamente como de paz. Plantea que si se inicia el proceso de la soberanía, seguro que ETA para. Lo cual es falso, porque ésta cree que la soberanía es suya y no se la entregará nadie. Pero la cosa es más complicada. Al introducir en el debate soberanista las reivindicaciones que ETA (3) llevó a Loyola Ibarretxe no es muy consciente de que por primera vez las nueces que ha recogido del árbol movido ya están podridas (4) por un proceso de negociación que nadie quiere recordar por su clamoroso fracaso. Las propuestas de Loyola son ya, políticamente, causa del desencuentro, lo contrario para resolver nada.

Sin embargo no va a importar mucho, porque esta dinámica en apariencia tan trascendente, tan dramática para los que se la creen y piensan ya en emigraciones masivas si por casualidad sale adelante, no es más que, de nuevo, propaganda. Es cierto que jugando con fuego los tranquilos pequeño-burgueses del PNV nos pueden acabar organizando un buen enfrentamiento; de hecho, ese jugar con fuego es uno de los acicates políticos y morales para que ETA perviva. Pero, de momento, se trata de mantener a la sociedad vasca, a unos y a otros, preocupada y en tensión para que de manera masiva la comunidad nacionalista vote la opción de Ibarretxe. Si ésta carece de la tensión que disfrutó en las elecciones del 2001 el electorado nacionalista no se va a ver especialmente impelido a participar, y, sobre todo, el electorado de Batasuna no se movilizará a favor de Ibarretxe, esperando para ello también éste que una clamorosa campaña radical de los no nacionalistas lo favorezca. Si no hay tensión el fracaso del PNV de las elecciones generales recientes se pueden repetir.

Toda la tramoya y discurso para movilizar electorado, no para resolver, ni mucho menos, la tensión a la que el nacionalismo vasco ha sometido a esta sociedad, unos con el terror y otros con reivindicaciones traumáticas como la secesión, está hoy preparada. La famosa consulta no resuelve nada, y si no es la consulta la que genera tensión será otra cosa. Fíjense, si no, en el radicalismo sectario aplicado al proyecto del Gobierno vasco para la hegemonía del euskera en todo el sistema educativo, frente a una realidad sociolingüística bien distinta. Lo que está provocando un enfrentamiento preocupante, creando comunidades escolares enfrentadas, nacionalistas y el resto, al que el nacionalismo quiere definir y conformar como comunidad de carácter étnico como la suya, la española, con el euskera como excusa y el español como enemigo del primero. No sólo se estremece a la sociedad con referéndum secesionista; también con una legislación abusiva y arrolladora del euskera en el sistema educativo.

Desde hace muchos años el euskera ha sido un instrumento político en manos de diferentes opciones pero nunca como hasta ahora se ha convertido en un instrumento partidista con tanta inmediatez, en un instrumento de acción política, para descrédito del euskera. Con el 51% del apoyo a su reforma legal del euskera en el sistema educativo, el consejero de Educación se considera legitimado para sacar su proyecto adelante. Esto es una aberración, pero esconde otra mayor, coherente con el nacionalismo: todo nacionalismo ha intentado sacar su proyecto adelante sin mirar siquiera porcentajes de apoyo; lo sacan adelante porque tenían que sacarlo adelante. El euskera es sólo un ejemplo de que el enfrentamiento tan radical que padecemos en Euskadi no se va aliviar porque momentáneamente el PNV considere que no es el momento de ir a por todas con el Plan Ibarretxe.

En el pasado, en el Antiguo Régimen, el euskera era utilizado por los patricios vascos como prueba irrefutable de la españolidad de primera de los vascos y navarros, pues ni habíamos sido conquistados ni nuestra sangre estaba mezclada (5). Así que fuimos por ello, sin prueba de sangre –en unas épocas con más facilidad y en otras menos–, militares, clérigos o escribanos reales. El euskera como prueba de nuestra españolidad. Luego, los carlistas, tirando del hilo del tradicionalismo, lo unieron a las pretensiones de su bando, pero como resolvieron sus enfrentamientos con el incipiente y titubeante estado liberal a base de abrazos, la utilización de nuestra milenaria lengua, con todos sus mitos incluidos y su probada eficacia política, fue recogida por Sabino Arana. Y otra vez a vueltas con el euskera en su utilización política, intentado el nacionalismo identificarla con sus planteamientos políticos e ideológicos. Si el consejero es capaz de manipular tan apreciada joya, mucho más lo será el nacionalismo de manipular nuestra tranquilidad y futuro bienestar. Unas relaciones políticas normalizadas serán imposibles en este país hasta que el nacionalismo, todo él, no sólo el violento, deje de disponer de la hegemonía actual. Aunque en los últimos tiempos, la radicalidad del enfrentamiento entre izquierda y derecha no nos esté pareciendo un modelo muy seductor, que además pueda sustituirlo, visto el enfrentamiento que tienen.

Pero hemos vuelto de nuevo al plan Ibarretxe, y tras hacerse público las preguntas hemos descubierto su arriesgada naturaleza, instrumento de movilización para mantenerse en el poder quien lo esgrime, y si es posible con más poder. Ya estamos en el inicio del proceso soberanista con dos complejas preguntas donde las haya. La conexión del asunto con la desaparición de ETA, como si la organización terrorista fuera a hacer caso a la opinión de los vascos cuando lleva treinta años sin hacerlo. Y la confusa pregunta sobre el inicio de la autodeterminación nos conduce al ejemplo más ilustrativo del uso de la oscuridad y de la trampa para el tratamiento de cuestión tan delicada. Arriesgada utilización de la trampa, pues aunque la buena conciencia ‘jelkide’ no desee consecuencias sangrientas ni traumáticas –¡por Dios, los nacionalistas del PNV eso nunca! –, están jugando con fuego e intentando que frente a su comunidad nacionalista se cree la otra española –que afortunadamente no se ha creado, por eso no tiene nombre: es la ‘no nacionalista’–, con lo que el nacionalismo dispondría del clásico esquema de enfrentamiento, del conflicto de verdad, que sugeriría a instancias internacionales soluciones tan disparatadas como la de Kosovo. Hace muchos años, al poco de la convergencia que diera como resultado el PSE-EE, en una conferencia política en el desaparecido Teatro Astoria de Bilbao, Mario Onaindia manifestó: “A muchos de este país se les abrirían las carnes de placer si tuviéramos que enfrentarnos a una situación tan compleja y trágica como la que vive hoy Yugoslavia”. En esas están; no caigamos en la trampa.

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(1) Morin. E.: “L’Esprit du Temps”, Bridart et Tampin, Paris, 1988. Pág. 39.

(2) El argumento utilizado, la necesidad de transacción, es decir de la política, lo emplee frente a sectores de EE en 1978 en un artículo publicado en DEIA y en EL PAÍS titulado “Del país, del Estatuto, y del Cura Etxeberría”. Este cura fue el un líder de los “puros” o “intransigentes” del carlismo en 1839.

(3) Se me podrá argumentar que ETA no estuvo en Loyola, sino Batasuna, pero tras la detención de Barandiaran, el anterior alcalde de Andoain por la anterior marca de Batasuna, podrán los más ingenuos contemplar la íntima relación, y supeditación, de los políticos de la izquierda abertzale a la dirección de ETA. Sólo formalmente se puede hacer la división entre el brazo político y el militar.

(4) Idea presentada por José María Salbidegoitia.

(5) Larramendi y Novia Salcedo, entre otros.
Eduardo Uriarte Romero, 30/5/2008